Parte 45

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Hugo se sentó al borde de la colchoneta, de espaldas a Bea, mirando hacia la entrada de la tienda. Empezó a vestirse.

Podía culpar a la adrenalina que había acumulado durante el concierto, podía culpar a la falta de espacio, a la luz roja que les iluminaba. Podía culpar a la angustia que había sentido cuando no sabía si encontraría a Bea, podía culpar a lo que fuese que había sentido cuando por fin pudo abrazarla. Podía inventarse mil excusas, pero habían sido ellos, ellos dos.

Se habían dejado llevar y aquello había sido demasiado intenso, demasiado íntimo.

—¿Va todo bien? —preguntó Bea. Pudo notar cierta angustia en su voz.

—Sí —dijo sin mirarla—. Voy a deshacerme de esto y a mear.

Abrió la cremallera de la tienda y salió sin despedirse.

Bea no supo reaccionar durante unos segundos. Después se apresuró a cerrar de nuevo la cremallera de la entrada.

Seguía desnuda, cubierta por su sudor. Su piel aún se erizaba al más mínimo roce. Sus labios aún ardían.

Todavía estaba demasiado sensible y vulnerable. Se prohibió pensar en nada y sacar conclusiones.

Hugo tenía prisa. Punto.

Esperó unos minutos antes de vestirse. Empezaba a hacer frío. Así que se tapó también con la manta. No fue suficiente y echó mano de la chupa de cuero de Germán, que estaba en una esquina, sobre su mochila. Cuando la cogió, se dio cuenta de que la mochila estaba abierta y dentro asomaba una consola portátil.

Al principio no la cogió, bastante abusaba de Germán usando su ropa. Pero estaba sin móvil y después de pasarse un rato mirando al techo, sin nada que hacer, la acabó encendiendo.

Miró la hora en la consola: las doce y media.

Tenía muchos juegos así que probó un par de ellos, tratando de mantener la mente ocupada. Estaba en racha así que el tiempo pasó rápido. Cuando volvió a mirar el reloj vio que era la una menos cinco.

No había habido señales de Hugo. El baño no estaba tan lejos.

Era hora de que se enfrentara a la realidad: él no iba a volver.

La había usado y la había dejado tirada. Como ella ya sabía que pasaría. Como hacía siempre.

Al principio se lo tomó con filosofía.

Que Hugo, con la fama que tenía, la hubiera dejado tirada no debería ser una sorpresa para nadie. En realidad, era lo que ella esperaba, lo que ella buscaba en cierto modo.

No quería confundirse con un tipo así, ni que él se encariñara de ella. Así que un polvo y cada uno por su lado es lo mejor que podía pasarles.

Ella misma también lo hacía con los chicos con los que estaba. Siempre prefería ir a casa de ellos, nunca se quedaba a dormir.

Si algo podía picarle es que no le hubiera dado tiempo a ser ella la que se marchase. Le picaba el orgullo, solamente. Pero era difícil ser más rápida que Hugo, que se había ido antes de que a ella le diera tiempo a cerrar las piernas.

Mientras le daba vueltas se mordía las uñas con ansiedad. Trató de justificar a Hugo y normalizar aquello hasta que se arrancó un trozo de piel y se hizo daño.

Ya no pudo tranquilizarse, le escocía demasiado. Tuvo que morderse el dedo para parar el dolor. Entonces algo hizo "clic" en su cabeza y pasó de negar que aquello le afectaba a estar realmente cabreada.

Hugo había sido un maleducado y un desconsiderado. Ella no tardaba en alejarse de sus amantes, pero nunca había dejado a nadie con la palabra en la boca. No se iba sin despedirse, sin un "buenas noches, me lo he pasado bien". No estaba exigiendo que la invitara a cenar, sólo quería un mínimo de educación.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora