Capítulo I

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La mañana está tormentosamente fría, como si el sol también hubiera decidido abandonarme al igual que la paz. Escucho ruidos en el piso de abajo de la casa: vinieron a buscarme. Puedo sentir el latido pausado de mi corazón en mis oídos y la sangre rehuyendo de mi rostro. Me aferro a la chaqueta que llevo puesta como si fuera un bote salvavidas; algo está mal y no puedo saber qué. Pero mis instintos alertan cada célula de mi piel cortándome la respiración, llenándome el estómago con oleadas de náuseas.

Tal vez sigo molesta por la pelea de hace dos días con Moran. << Es eso, solo estás enfadada» canturrea mi voz interna. Lo cierto es que ya había pasado otras veces, pero cada vez me cuesta más perdonarlo.

-No soporto que me humilles de esa forma Olive. Esos sueños, ese hombre del que hablas no son más que un delirio tuyo. Me estas llevando al borde y no es lo que quiero- hizo una pausa para mirarme, intentando justificar su desenfreno.

-Por mí te puedes ir al carajo- espeté aún apretando la palma de mis manos, con el aval de muchos años de amistad de por medio.

En lugares públicos, la violencia, el vandalismo y todo aquello considerado impúdico, está rotundamente prohibido. De tal forma que si algo de esto ocurre y corrompe la armonía de nuestra sociedad, quienes hayan estado involucrados son llevados a Recuperación. Donde al salir, terminan siendo una persona muy diferente a la que ingresó, o en el peor de los casos, nunca más regresan. No obstante, lo que pasa de las puertas de tu casa para adentro, eso sí que es otra historia.

Moran ha sido mi amigo desde que tengo memoria. En mi solitaria vida, solo su presencia logró apaciguar los muchos fantasmas que me atormentan. Hemos atravesado millones de cosas juntos y estoy completamente segura de que nuestra realidad hubiera sido muy diferente, si los primeros resultados no hubiesen arrojado su nombre. Aquél fatídico día una brecha se abrió paso entre los dos, minando nuestra hermosa amistad de dudas y desconfianzas, dañando todo lo bonito que compartíamos.

Me cuelgo la cadenita de plata que era de mi madre y tomo valor para bajar las escaleras. Es el único objeto que conservo de ella, el único de ambos padres; me hicieron tanta falta... y hoy me duele más que nunca. Pero así, apretando el pequeño dije en forma de corazón, puedo sentir que están presentes y que mientras no los olvide, estarán a mi lado hasta el fin de mis días.

Los pies no me responden de la manera que quisiera, tropiezo con la alfombra mientras avanzo y los nervios aumentan. La tensión en la sala es aún mayor, el silencio sepulcral es solamente interrumpido por el movimiento de las agujas del reloj con su desvencijado ronroneo ácido. Donde en un hogar hay algarabía y celebración, en otro existe un total vacío.

Mi tío no me dirige la mirada; a tientas besa mi frente y me acompaña hasta la puerta de la entrada, donde los guardias me observan con suma seriedad desde unos cuantos centímetros más arriba. Llevan el uniforme azul oscuro con los logos en dorado y las infaltables iniciales bordadas, justo a la altura del pecho S.O (Sociedad Organizada).

Comienzo a caminar, sin embargo el nudo que se forma en mi garganta me obliga a dar la vuelta. Nunca imaginé que echar un último vistazo a mi tío y a mi hogar, fuera tan desolador. Bien erguido y con el semblante vestido de seriedad, podría jurar que es una estatua la que me observa y no una persona real. Desde que mis padres murieron en aquel fatídico accidente, quedé a su entero cuidado. Científico respetado y solitario, algo distante podría agregar, pero me dio todo lo que estuvo a su alcance para que no pasara ninguna necesidad. Trabajando incansablemente en el laboratorio para que tuviésemos un mejor estilo de vida. Lo único que hubiera deseado confesarle es que nunca me interesó el dinero, ni nuestra posición en la sociedad; solo anhelaba pasar tiempo a su lado y no sentir ese vacío tan enorme en nuestra casa.

Olvidarte (Trilogía)Where stories live. Discover now