Capítulo VI

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La oscuridad atraviesa todos mis sentidos volviéndome prisionera del miedo. Los sueños no dejan de atormentarme y no les puedo dar un significado racional. Desearía que se detuviesen para no sentir nunca más este vacío espantoso creciéndome en el pecho. No puedo comprender lo tonta que fui, ¿Por qué simplemente no fingí? ¿Por qué no pude dejar de lado mi pánico y ser más astuta?

Ahora estoy encerrada en esta pocilga sin ninguna oportunidad.

El silencio sepulcral me hace recordar a las interminables horas que pasaba en soledad, encerrada en mi antiguo dormitorio. La música era una de las pocas distracciones placenteras a las que accedía, me transportaba a un mundo donde mis padres todavía seguían vivos, un mundo donde reíamos a carcajadas antes de ir a dormir. Fingía que les hablaba y ellos me escuchaban, compadeciéndose de mis muchas tristezas, consolándome entre caricias y abrazos. Entonces, cuando abría los ojos, el vacío se volvía tan intenso que ni llorando lograba disuadirlo y no concebía otra solución más acertada que tragar mi dolor convirtiéndolo en una melancólica mariposa negra, que revolotea aún en mi interior sin descanso.

Pasan los minutos y creo que voy a enloquecer; de pronto me parece vislumbrar la cara del hombre con el hacha entre la penumbra y el horror me atrapa una vez más. No es fácil distinguir si lo que veo es real o producto de la medicación.

Comienzo a sudar y siento el corazón latir desorbitado. Cada vez se torna más difícil olvidar las siniestras imágenes que me persiguen; pequeños fragmentos de sufrimiento que me atormentan.

Unos pasos se oyen cerca, el primer ruido en mucho tiempo, la expectativa me atrapa por sorpresa y me sacude los pensamientos. Anudo mis brazos entre sí y flexiono las rodillas cerca de mi pecho para cubrirme, para protegerme. Nada bueno puede pasarme aquí, nada.... el metal de la puerta se retuerce en mi dirección y una luz cegadora invade la habitación. Parpadeo varias veces para acostumbrar mis ojos a la luz que ahora revela todo lo que me rodea.

La doctora me observa desde lejos con determinación, como si pudiese adivinar lo que estoy pensando exactamente. Su rostro hoy enmarca de forma más notoria su avanzada edad. Trae el cabello dorado enlazado en un moño alto, con algunos mechones cayendo delicadamente sobre sus mejillas. Me genera una insipiente ansiedad verla fruncir esos pequeños labios con tanta rapidez.

-¿Cómo te sientes este día sesenta y tres?

Trato de guardarme los nervios y actúo con normalidad.

-Mejor. Pude descansar- quería ahogarla mientras oía mis mentiras con tanta frialdad. Mientras me observaba de reojo con esa desconfianza vestida de amabilidad.

Estuve sedada durante un día y ahora tengo por seguro que estaré encerrada mucho tiempo más, a menos que los convenza de mi mejoría. Por ello pondré mi mejor esfuerzo en darles la versión de mí que tanto deseaban.

-Me alegro- asiente metódicamente -Alguien vino a verte. Esperamos que su visita te haga sentir mejor.

Al verlo atravesar el umbral me asalta una punzada en la base de la columna vertebral; su rostro sabe a perfección en estos momentos. Moran, Moran, Moran grito para mis adentros, nunca me había sentido tan feliz de verlo como ahora.

Los escoltas y la Doctora aguardan fuera para darnos algo de "privacidad", una fachada que jamás podría tragarme. La habitación seguramente esté monitoreada de extremo a extremo, para detectar cualquier movimiento que haga.

Salto de la cama y corro junto a él. Todo mi cuerpo cruje debido al esfuerzo, los músculos agarrotados hacen un intento descomunal por avanzar. La droga todavía no se fue de mi sistema, pero aún así consigo abrazarlo. Su cuerpo se siente tibio al contacto y el perfume que trae puesto invade mi olfato como una ola salvaje que arrasa con todo a su paso. Estar cerca suyo es una cálida sensación familiar que me gusta recordar.

-Quiero irme a casa- le susurro al oído.

-Pues eso depende de ti Olive- su gesto es dulce pero a la vez firme como una roca.

¡Lo sabía maldita sea! Moran seguiría al pie de la letra cualquier orden que le hubiesen dado; después de todo, hace mucho tiempo que él considera que algo no está bien conmigo. Específicamente desde que le conté sobre mis sueños.. sobre mis pesadillas.

-¿Qué quieres decir?- trato de sonar lo más casual que mi irritación me permite.

-Si tomas la medicación y haces todo lo que te digan pronto estaremos en nuestro hogar- acaricia mis manos con mucha delicadeza -Nos dieron una hermosa casa al oeste de la ciudad. Tiene un patio donde puedes plantar las flores que tanto te gustan y...-lo interrumpo porque no puedo soportar no devolverle el mismo entusiasmo.

-Moran, no hice nada. Solo fueron los nervios de la prueba, tienes que hablar con ellos, no soporto estar aquí un minuto más.

Puedo sentir como una parte del corazón se le agrieta por la desilusión; no sabría decir si lo que siente por mí es realmente amor, o solo la costumbre de lo que cree le corresponde y no logra obtener. Mete las manos en los bolsillos y me ofrece una pastilla blanca. Se dirige a la canilla y me sirve un poco de agua, entretanto mi mirada lo persigue fulminante.

-Algunos estudios dieron mal Olive.... Nada importante-se apresura a decir -pero debemos asegurarnos que todo esté bien.

Debemos.

Trato de implantar en mi cabeza la idea de que no es una traición, pero me arde la piel por la bronca. Sonrío y extiendo la mano para que me entregue la pastilla. Hay dos formas de salir de éste horrendo lugar.

Haciendo lo que ellos quieren... o muerta.

*Las estrellas brillan hasta en la noche más oscura*Deja tu comentario si te está gustando la historia.

Olvidarte (Trilogía)Where stories live. Discover now