Capítulo XI

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Lentamente todo en mí se congela, el frío duele demasiado.
Trato de impulsarme hacia la superficie pero la corriente me envuelve en su ritmo frenético.
En éste momento, suspendida en el agua, puedo identificar todas las partes de mi ser que tengo rotas.
Es la primera vez que pienso con claridad en el hueco que existe justo ahí, en dónde late mi corazón. ¿Estaré muriendo?.
No hay luz que seguir, solo la espesa negrura que me rodea.
Quema, arde.
No hay nada significativo que pueda recordar, ningún indicio que delate el por qué del constante dolor en mi pecho, del enorme vacío que me embarga.
El aire se me agota, necesito salir a la superficie y volver a respirar.
Lucho, doy brazadas desesperadas, me impulso una y otra vez de un lado al otro, para poder romper con la barrera que genera la corriente.
Mi cuerpo se quiere dar por vencido pero no lo permito, sé que en algún momento...
Abro la boca para que ingrese más cantidad de aire.
Tengo que nadar a la orilla como sea, pero es difícil porque el agua no deja de arrastrarme.
Tengo los oídos tapados y el frío me golpea sin piedad.
Las pruebas que me tomaron en el centro no son ni un cuarto comparadas con lo que estoy viviendo en carne y hueso.
Sin embargo recordar alguna de mis prácticas de natación me será de gran utilidad.
Uno dos tres, respiro, uno dos tres respiro.
Me lleva un buen tiempo llegar a la orilla y pisar otra vez tierra firme.
Entonces caigo en la cuenta de que estoy sola.
Ya no quedan rastros de los asesinos pero de igual manera una alerta se enciende en lo más profundo de mi ser.
Tengo que moverme, huir de éste lugar cuanto antes pueda.
Camino costeando la orilla con la esperanza de encontrar al joven.
La soledad en en el lugar de mis pesadillas claramente se volverá mi tumba.
¿Vendrá la S.O a rescatarnos? ¿Acaso le importaremos lo suficiente como para arriesgarse a ingresar a éste lugar? Francamente lo dudo.
Tal vez no todo sea malo aquí fuera, tal vez aún haya esperanza para mí.
Intento convencerme para seguir avanzando, alentándome a no rendirme.
La ropa mojada le da un peso extra a mis pasos, tengo el calzado roto y ya me quedan pocas fuerzas.
<< Por favor >> susurro para mis adentros en forma de súplica. Y en medio de todo el caos obtengo mi respuesta.
Ahí está él: sentado contra unas ramas, camuflandose entre el lodo y las hojas.
En otra situación me permitiría dudar, sopesar si me conviene o no. Pero aquí fuera las reglas son otras, otras muy distintas.
Y ya había tomado la decisión en el preciso momento en que le entregué el trozo de vidrio.

Tiene los ojos cerrados y una mano sobre la herida en su abdomen.
<< ¡Dios mío! Sangra mucho >> hablo conmigo misma.
En ese estado no va a poder caminar, al menos no una gran distancia.
Y no tengo forma de saber si los asesinos tomaron otro camino para venir a terminar su trabajo.
Malco dijo que su jefe quería al muchacho con vida y quizás fuera inteligente de mi parte alejarme.
Si el extraño es de importancia para ellos, entonces volverán.
Pero no puedo, lo necesito si quiero sobrevivir.

-—Hola— me atrevo a decirle.
-—Vete— sigue sin abrir los ojos.
Un nudo me cierra la garganta, me hace latir fuerte el corazón.
—Gracias... por haberme salvado allá.

Ahora me mira. Está muy pálido, resultado de que perdió mucha sangre, deduzco.

—Me ayudaste y te ayudé, eso fue todo— suena duro, como un bloque de cemento que llega a mis oídos, y no hay motivo para fuera de otra manera.
-—Oye...— balbuceo —no sé dónde estoy ni quienes son esos hombres. Necesito que ...
—Escucha— me interrumpe —si te quedas a mi lado amanecerás muerta. Ellos vendrán por mí, tienes que huir. A donde sea.
—¿A dónde podría ir? No conozco nada aquí. Además me necesitas tanto como yo a ti. Esa herida parece grave— señalo en dirección a la mancha osbcura que cada vez se hace más grande.
Sabe que tengo razón, sin embargo no responde nada.
—Olive— me presento mientras le ofrezco mi mano.
—Treep— contesta resignado.

Olvidarte (Trilogía)Where stories live. Discover now