3. Sin Manada

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La nieve que lograba pasar entre los árboles, cubría la rocosa y a veces esporádica vegetación de los suelos del bosque.

Había animales pequeños, sin embargo insuficientes para reponer todo el desgaste que su viaje iba a suponer, así que tenían que ocultarse dentro de lo posible, la distancia que lograban abarcar era mínima así.

No tenían muchas alternativas en el invierno cada vez más crudo. Los árboles les daban un poco de cubierta, pero su esencia, en particular la dulce de Fausto, era un problema.

Vieron una saliente rocosa entre unos árboles, decidieron juntar follaje para colocar en la tierra húmeda debajo de esta.

— ¿Qué haremos? —cuestionó preocupado Kotine. La caza sin ayuda de la manada era infructuosa, y apenas podían mantener el ritmo así—. También pueden olfatear nuestro rastro.

Fausto trago en su garganta seca, y se quitó un poco de tierra de su rostro, intentó sonreír con sus labios partidos para calmar a su hijo.

—Nuestra esencia como lobos es fácil, queda incluso en nuestras pisadas —reflexionó—. Como humanos, somos presa fácil, y al mismo tiempo poco detectable: como hombre, no tenemos esencia.

—Estoy de acuerdo, madre —opinó el joven Alfa—. Que tendremos que cuidar más nuestras ropas, pero... ¿A dónde iremos después?

El Omega hundió su cabeza en sus brazos, que estaban cruzados sobre sus rodillas.

—No lo sé —se sentía cansado, muy cansado.

—Madre, yo escuche... —inició el joven lobo—, escuche una historia extraña, de las tierras bajas.

Fausto alzó su rostro con una sonrisa amable. Pensaba que Konstantine quería animarlo.

— ¿Y cómo era? —murmuró curioso el Omega.

—Qué en las tierras bajas, viven los hombres que no pueden ser lobos... Como no he visto ninguno, ¿existen?

Fausto iba a contestar, sin embargo, la historia que contaba Kotine podía darles una oportunidad.

—Existen Kotine —contestó emocionado, agitando con fuerza el hombro del chico—, tal vez, podemos buscar donde están... Por la influencia de la manada, buscar a otros lobos...

No necesitaba terminar la frase, los lobos árticos tenían demasiado poder en otras manadas. Podrían ir a los enemigos en todo caso, algo que era una apuesta.

Fausto cabeceó un poco, y agitó su cabeza.

No habían dormido en los días que llevaban moviéndose, si bien habían bajado el ritmo, estaban en su límite, en especial Fausto: un Omega, sin el vigor de la juventud, y con un cachorro aprendiendo a ser un Alfa.

Konstantine había tomado ya dos días de guardia, y él no podía permitir que su hijo cargará con toda la responsabilidad.

—Está bien madre, aún tengo energía —aseguró ante la insistencia de Fausto de tomar esa noche la guardia.

Kotine todavía era un cachorro, al menos para él; no obstante, era obvio que un Alfa estaba curtido para enfrentar la adversidad. La resistencia de un Omega se veía drásticamente mermada después de su celo, del cual Fausto apenas salió oficialmente hacia un par de días—usando las hierbas que le ayudaban para suprimirlo—, se sentía como una carga.

De entre todas las cosas que pudieron pasar en su vida, tenía que haber arrastrado a su hijo en el asesinato de su líder, y conocía a Ekaterina, la pareja del Alfa, no los dejaría hasta encontrarlos; siempre había demostrado ser muy apegada a Bastián, como al orgullo que representaba tenerlo como pareja.

Canción para lobos solitarios [Omegaverse]Where stories live. Discover now