7. Lobos sin líder

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Fausto vio los movimientos lentos, y la fuerza con que Augustus se lanzaba hacia el pequeño venado que había encontrado mientras recolecta ante cosas que pudieran comer. Kotine, con mucha renuencia, lo ayudó a confundir y acorralar a su presa; el adolescente aún no se llevaba bien de ninguna forma con el Alfa más viejo.

Por su parte, Fausto, que detestaba quedarse sólo viendo u ocupado en la recolecta, se iba a cazar algún animal pequeño, o que le fuera fácil abatir. Los Omegas no cazaban, la naturaleza no los hizo para eso, sin embargo, a él poco le importaba eso: ahora que no tenia manada, podía hacer lo que le placiera, y eso a veces lo llenaba de euforia mientras corria en la nieve cazando un conejo.

—¡Madre! —era el llamado de Kotine, cuando se daba cuenta que Fausto no estaba cerca; no es que viera a su madre como alguien débil, sin embargo la costumbre y el instinto eran difíciles de enterrar totalmente.

Entre los arboles, vieron la figura blanca de un lobo caminar despacio, y acercarse a ellos con un par de presas pequeñas colgando de su hocico. Ambos Alfas no se vieron muy complacidos con la inciativa del Omega, quien lucia notablemente satisfecho cuando dejo lo que cazo junto a la leña recolectada.

—Ustedes son imprudentes, o estúpidos confiados —comentó Augustus con más fuerza de la necesaria en su voz. No acostumbrado a velar por el bienestar de nadie desde hacia muchos años, tampoco sabia, o entendia, el preocuparse por alguien—. ¿Y si te encuentras con cazadores de otra manada? Dudo que puedas derrotar a un Beta.

—Yo decido, y sé mejor que nadie, que puedo, y no puedo hacer —reclamó Fausto manteniendo la calma, pero sintiendo humillado por la actitud controladora de Ausgustus, aunque tenia razón con lo de no ser buena idea a cazar solo.

—Sí, si quieres que nos maten, sigue así —refuto con tranquilidad, cargando el venado en su espalda, y acomodando sus ropas en su forma humana—. Buena presa —observó los prolijos conejos—; sólo si vas a cazar, recuerda pedir que te acompañe.

Fausto se sintió desconcertado con la súbita suavidad en la voz de Augustus con el ultimo comentario; no le estaba diciendo que no podía tomar sus decisiones, ¿quería protegerlos?

A partir de ese punto, Fausto fue más prudente; comenzó a cazar en conjunto con los otros dos lobos, muchas veces, para desgracia de Kotine, iba solo con Augustus. El Alfa adolescente, respondía muchas veces de mala manera a las hoscas formas de Augustus, que solía alejarse con un movimiento de hombros, sin darle mucha importancia a los desplantes del joven.

—Deberías escuchar —fue el consejo de su madre, tras una fuerte discusión en que hasta el Alfa mayor apreció a punto de agredir a su hijo; era de esperarse con dos Alfas, su instinto chocaba, y la carga de la situación estaba afectando el normalmente dulce carácter de Konstantine.

—No sabe decir lo que piensa —confesó su veredicto a su hijo. No sabían nada de Augustus, no obstante es lo único en que podía tener cierta seguridad sobre el comportamiento de quien los estaba ayudando.

Estaba agradecido con aquel extraño Alfa; podía cazar, a veces explorar, roles que como Omega en la manada, jamás podría haber hecho.

Su viaje era generalmente entre el follaje de bosques con terrenos difíciles, con el fin de mantenerse fuera de vista. El llegar a donde estaban los humanos les tomarían días, especialmente porque se desplazaban principalmente en su forma humana, que les daba una esencia menos detectable a la distancia.

Con su nueva libertad, Fausto se puso como propósito, cumplir el sueño del padre de Kotine, ese que le pedía ser feliz, y que esperaba un día pudiera ser egoísta, pensar por si mismo; sí ese viaje era su último destino, planeaba hacer lo que siempre pensó se quedaría como una ilusión.

Hubo una costumbre extraña, y que mantuvieron secreta dentro de lo posible: durante las noches claras, donde la nieve reposaba silenciosa en los bosques, Fausto corría con toda su fuerza en las blancas tierras, quizás por sentir esa nueva libertad, o también para poder despejar todo lo que le angustiaba.

Mientras corría en una de esas noches, a sus espaldas escucho a alguien seguirlo: Augustus terminó por unirse en sus escapadas nocturnas, ¿las razones? Simplemente no las sabía, y suponía que no era importante, lo único que le comentó a la mañana siguiente fue: "Eres más imprudente que ese mocoso."

A veces llegaban a algún punto, y se sentaban uno al lado del otro, mientras veían la luna en silencio; eran lobos que guardaban muchas cosas de su pasado, los cuales no podían cantar la canción que se les otorgó como llamado, porque debían permanecer ocultos, además de no tener manada a la que llamar.

Entonces una noche, ambos se dieron cuenta de esa conexión natural, más etérea de lo que sus castas indicaban.

Qué en algún punto tenían que encontrarse en sus vidas. Era misterioso que hubiese tenido que pasar todo eso, para que se pudieran conocer; aunque ninguno podía actuar sobre esa revelación, no todavía con los recuerdos de personas importantes en su pasado.

Augustus no podía evitar mirar con sorpresa lo que aprendía de Fausto, que en realidad era un lobo con más determinación que un Alfa, dispuesto a hacer lo que fuera necesario por lo que consideraba importante: era el primer Omega que veía carente de miedo, o más bien con el valor de enfrentar lo que le aterraba.

¿Cuántos Omegas asesinarían a un Alfa? Sabía la respuesta, y eso hacía más sorprendente el que ese lobo nacido para obedecer, rompiera sus esquemas.

—¿Volverías a matar a un Alfa? —preguntó curioso Augustus una noche, mientras Kotine, tras otra discusión, se alejó con la excusa de buscar leña.

—Haría lo que fuera necesario por mi hijo, y por sobrevivir —respondió con determinación Fausto con sus ojos claros en los de Augustus.

El Alfa sabía, que para Fausto no habían limites por lo que le importaba.

Canción para lobos solitarios [Omegaverse]Where stories live. Discover now