4. El Lobo de noche

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Fausto mantenía sus orejas en alto, y su hijo bajaba su cabeza para olfatear la nieve, buscando detectar cualquier rastro de lobos.

En los bosques nevados, la luz era opaca y el tiempo se escurría en silencio relativo.

Ni Fausto ni Kotine tenían noción de cuántos días llevaban viajando, ni cuando dormían, ellos debían seguirse moviendo.

Su manada era fuerte, y estaban acostumbrados a rastrear su presa, así que el dormir o buscar una ruta más sencilla no era alternativa, estaban más seguros en los bosques.

La comida era más complicada de obtener, los animales tenían donde ocultarse, y los irregulares terrenos representaban un obstáculo para cazar.

Ese día, el terror los inundaba. Kotine, con su olfato más agudo, detectó la cercanía de unos lobos. No creía que fueran los de su manada, estos rara vez entraban a los bosques a buscar alimento.

—No podemos dejar que nos vean, sabes que la manada pudo haber pedido ayuda de las otras bajo su mando —indicó Fausto en voz baja, y Kotine asintió.

Decidieron permanecer como humanos, su esencia era mucho menos notoria.

Caminaron entre los árboles en paralelo a la pareja de lobos, que movían sus cabezas a los lados, intentando dilucidar la dirección de algo que habían detectado.

Probablemente Kotine podía enfrentarlos, sin embargo aún era un Alfa muy joven, y como lobo le faltaba experiencia para abatir a lo que sin duda eran un par de cazadores Beta experimentados.

Fausto sintió un violento temblor cuando pisó una rama, y escuchó claramente las suaves pisadas de los lobos se detuvieron. Kotine dio un par de pasos hacia atrás, claramente poniéndose a la defensiva, y listo para retirar sus ropas de ser necesario atacar.

Sin embargo no les daría tiempo, los lobos ya estaban a un par de metros, y a punto de divisarlos. El Omega miró hacia atrás viendo el denso follaje de los arboles extenderse; el terreno les daba ventaja a los lobos, y ellos como humanos solo atinarían a moverse con torpeza.

—Kotine...—susurró angustiado a espaldas de su hijo, quien ya estaba mostrando sus dientes a medio camino en volverse como los colmillos de un lobo.

Tal vez tendrían que apostar a perder, y gastar esos valiosos segundos en tomar su forma de lobo. No sabía si podrían ser rival para esos lobos, que por el color de su pelaje, claramente eran de tierras más bajas que las de su manada.

Su línea de pensamientos se vio dispersa, e inmediatamente centrada en el grave gruñido, acompañado de un gutural aullido de un lobo, Fausto detectó moviéndose entre los arboles una figura tan blanca como la dispersa nieve que lograba llegar al suelo del bosque.

Un lobo blanco, grande, y con algo que no había visto antes: el pelaje de sus fauces era negro como la misma penumbra, sólo siendo irrumpido por unos brillantes ojos dorados.

El lobo se movía lento, con sus ojos fijos e inmutables se acercó al par de lobos Betas, que por alguna razón se quedaron inmóviles, como si un miedo incipiente naciera de la imponente presencia de aquel lobo.

No habían muchas razones por las que esos Betas se detuvieran de esa manera, menos que mostraran miedo y hasta bajaran los orejas en espera de las acciones del otro lobo, que se había quedado inmóvil, analizando la situación.

Para que la situación se tornara inmediatamente de esa manera, aquel lobo debía de ser de una manada que dominaba esas tierras; por el pelaje, no podía decir a que manada pertenecía, y ese color de tan pulcro blanco sólo lo observó en su manada.

O podía deberse a otra cosa.

Que fuera un Alfa.

Los Betas parecieron dudar entre si acercarse y mostrar su respeto, o retirarse lo más rápido que pudieran: el huir, fue al parecer la mejor opción cuando el Alfa se acercó de manera pesada hacia ellos.

Hasta Kotine y Fausto percibieron el cambio en el ambiente con ese sólo movimiento; los Betas eran conscientes de que no podrían con ese Alfa.

Cuando los Betas se retiraron, el Alfa se acercó hacia ellos, y con sus ojos dorados, en silencio, pareció cubrir su cuerpo con un montón de pieles de todo tipo sobre su lomo. Frente a los ojos de los otros dos lobos, el Alfa tomó su forma de hombre, para terminar de envolver su cuerpo con las gruesas pieles.

Fausto sabía que con un Alfa, lo mejor era mostrar un perfil bajo y estar en buenos términos,

—Nosotros...gracias por ayudarnos —murmuró Fausto, y puso una mano en el hombro de Konstantine, que seguía mostrándose hostil: joven o no, la rivalidad entre dos Alfas era natural.

El hombre de cuerpo fornido, cabello disparejo oscuro y desordenado, pasó su mano por su rostro medio cubierto por una barba, no pareciendo haber escuchado las palabras del Omega.

—No los ayude —dijo el hombre, probablemente muy cercano a la edad de Fausto, aunque su cuerpo parecía desgastado por la crueldad de los inviernos ahí—, sólo no quería problemas aquí.

— ¿Problemas...? —cuestionó enojado Kotine, siendo detenido por Fausto que decidió interrumpirlo para evitar problemas.

—Un Omega —indicó el hombre con voz ronca y gruesa, señalando con la mirada a Fausto—, ¿qué hace un Omega aquí? Sin una manada.

A Fausto también le parecía extraño que un Alfa estuviera solo, más uno que ya no era joven. Sin embargo no estaba seguro de cómo proceder, ese lobo podía ayudarlos, con la forma en que se movía, mostraba que ese extraño tenía un dominio de esas tierras.

—Venimos huyendo de nuestra manada —decidió ser directo Fausto: apostar todo era su única alternativa en esas circunstancias—. Y debo asumir que tus circunstancias no son normales tampoco: ¿Por qué un Alfa que claramente puede dominar una manada, estaría solo?

Kotine se mantuvo tranquilo con la intervención de su padre; el Omega era alguien que no podría ganar en un enfrentamiento a otro lobo, pero sí manejar sus ideas.

Aquel Alfa lució levemente impresionado por el aplomo del Omega, y sonrió por un breve momento.

—Supongo que no —contestó—. Soy un exiliado, es todo lo que necesitan saber.

Konstantine comprendió a donde iba su padre, así que dio unos pasos atrás para que el Omega se acercara con calma al otro lobo.

—Bien, nosotros no queremos estar en estos bosques, pero necesitamos alejarnos —continuó el Omega, con sus ojos verdes en los dorados; su cuerpo temblaba, pero llevaría su apuesta más lejos—: llévanos con los humanos; nosotros necesitamos salir rápido, y tú no tener problemas.

—Para ser un Omega, luces como un demente —suspiró el hombre tras guardar silencio un momento—. No es mi problema por qué esa es su mejor opción, pero supongo que es lo mejor, para que un Omega deje su manada, debieron arruinar todo.

El Alfa camino despacio, y los otros dos le siguieron.

—Soy Fausto, y él es mi hijo: Konstantine —dijo el Omega, intentando seguir los pasos largos del Alfa mayor.

—Augustus —agregó sin mayor comentario.

Esos lobos sin lugar al que volver, que no podían ya responder al aullido de otro lobo, a esa canción de su manada, continuaron su viaje.

Canción para lobos solitarios [Omegaverse]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ