6. La desolación de los lobos

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Su madre se lo había dicho en los últimos días, mientras discutían el rumbo que debían tomar para buscar a los humanos, y de paso mantenerse ocultos en caso de que estuvieran intentando rastrearlos.

¿Quién podría estarlos buscando? Sin duda la Alfa de la manada estaría dirigiendo la búsqueda, pero dudaba que abandonara el grupo para buscarlo; los Betas eran excelentes rastreadores, pero si comparaba sus habilidades con los sentidos más sofisticados de los Alfas, sabía que Ekaterina pondría al mejor lobo en su búsqueda.

—Debe ser Matya —fue la conclusión de Fausto cuando su hijo le dijo sus conslusiones; Augustus sólo los observó en silencio, pareciendo intentar buscar algún fallo en la lógica del adolescente—. Es el único Alfa disponible para la búsqueda, y por la situación, Matya debe cazar a los asesinos de su padre si quiere probarse.

—Entonces los buscara para tomar el puesto, y vengarse —añadió Augustus sin inmutarse, poniendo voz a la conclusión natural de su situación—. Sí que han sabido meterse en un callejón sin salida, y arruinar hasta el fondo su situación.

—¡Oye! ¿Cómo puedes hablarnos así? —gruñó perdiendo la paciencia Kotine; ninguno de los dos Alfas mostraba mucho agrado hacia el otro—. ¡Tú ni siquiera estabas ahí! ¡No sabes nada, tú...!

—¿Qué va a saber un mocoso? —contestó tranquilo con su voz ronca, y removiendo la leña de la pequeña fogata que se permitieron tener, al menos por la distancia recorrida estaban seguros esa noche.

Kotine iba a reclamar, cuando Fausto puso una mano en su hombro y apretó suavemente para calmarlo. Las discusiones entre los dos eran frecuentes; el Omega solía interceder como mediador.

Augustus miró largamente a al Omega, decidiendo tampoco seguir la discusión. Fausto se sentía muchas veces curioso por las miradas del Alfa, como si quisieran indicarle la extraña sensación que sentían en su presencia.

—Bien —aceptó inconforme Kotine, y se adentró en el bosque en su forma de lobo, sin decir nada más.

—Todavía es un niño —dijo el Alfa mayor, sentándose junto al fuego.

Fausto frunció el ceño y dejo claro que el comentario de Augustus le pareció fuera de lugar.

—Por favor no hables si no planeas ayudar —sentenció el Omega—. Y si estamos en deuda con tu ayuda, es muy independiente de que te burles de mi hijo.

Kotine siguió alejándose, y gruñendo enojado por los comentarios de Augustus, un Alfa quizás con notablemente más experiencia, y sumamente desagradable, al menos en su opinión.

Ambos siempre estaban tensos en presencia del otro, dispuestos a iniciar una discusión. Las razones eran varias, en el caso de Augustus era el choque con el segundo género del joven, que se complicaba con esa extraña atracción que sentía hacia Fausto, algo más difuso que el deseo primal hacia un Omega.

En el caso de Kotine era algo similar, no obstante, habría que añadir el sentido de deber que tenía en proteger a su madre.

Su frustración y rabia sólo se vio acrecentada con la idea de que su único amigo genuino, que Matya fuera mandado a matarlos, le lastimaba la idea.

El pensar que obligarán a Matya a odiarlo le entristecía; se sentía profundamente desorientado en que sentir: con la contradicción de tener que odiar al único lobo que no tuvo miedo de jugar con él cuando era cachorro, era algo que no podría hacer.

¿Qué harían cuando llegaran con los humanos que no eran lobos? No tenían un plan fijo, y si bien Augustus lucia como alguien que conocía tierras más lejanas que las cumbres nevadas donde había crecido.

Confiaba en el instinto de su madre, un lobo que se adaptaba inmediatamente a los cambios en su vida; siendo un Alfa, a veces era un poco vergonzoso que dependiera tanto de las decisiones de lobos adultos.

En algún punto debía ver por sí mismo, y dilucidar que quería hacer cuando tuvieran un poco de tranquilidad.

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El frío le calaba su pelaje blanco, y sus ojos le ardían. Sus patas, pequeñas como eran, le temblaban, no por las bajas temperatura, sino por el silencio y soledad que la nieve acentuaba. Su chillido agudo irrumpió en viento.

Aún era un cachorro con poco más unos meses, y aun siendo consciente de que nadie la ayudaría, siguió gimiendo con desesperación.

Su madre se encontraba muerta a sus espaldas, con su hermoso pelaje blanco manchado se sangre; como Omega del anterior líder, su destino sólo podía ser la muerte o el exilio: la sentencia fue decidida cuando se supo que su cachorra sería una Alfa.

Cuando nadie respondió a su llamado, y débil por el hambre, se acurruco en el cadáver helado de su madre, con su nariz bajo el hocico del cuerpo inerte. Estaba muy débil para moverse en la tormenta que rugía, sólo pudo refugiarse bajo el árbol en el que fue a morir su progenitora.

Entre la nieve, vio un lobo adulto en compañía de un cachorro un poco mayor: nunca podría olvidar el día que conoció a Bastián.

Ni los días en que estuvo a punto de morirse de hambre en la tormenta,

El miedo y la desolación, eran pensamientos con los que Ekaterina siempre despertaba de ese sueño que le dejaba un gusto amargo, siendo el último recuerdo de su madre. En otros tiempos, Bastián la hubiera consolado, sin palabras dulces, porque a ella no le gustaba que la hicieran sentir débil.

Acomodó sus largos cabellos rubios, y se levantó a observar la organización de los grupos de caza de ese día, actividad que ella siempre había hecho, uno de los roles que Bastián le cedió.

El ambiente en la manada era tenso, de notable incertidumbre. El heredero natural era Matya, sin embargo algunos de los Betas mayores, no veían la suficiente fuerza en el joven Alfa; Ekaterina sabía que era indispensable que su hijo tuviera éxito en encontrar a los asesinos de su padre.

Mañanas en las que soñaba con sus memorias, a veces despertaba resintiendo su propia debilidad, como el funesto instinto que suponía llevó a la muerte a su Alfa. Los Omegas, ese género, siempre habían sido su desgracia en una u otra forma, ya fuera la razón por la que mataron a su madre, o la causa de la muerte de Bastián.

Tenían que encontrarlos, no podía vivir nuevamente eso. Tal vez estaba poniendo cosas que no correspondían en la cabeza de Matya, sin embargo era la única forma de asegurar su futuro, que su hijo los encontrara para ejecutarlos.

No existía otra forma.

Si era necesario, usaría su muerte para no permitir que su pasado volviera.



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N/A: Siento la tardanza, aquí otro capitulo, ¡nos vemos!

Canción para lobos solitarios [Omegaverse]On viuen les histories. Descobreix ara