Epílogo. Canción de una loba a la nieve.

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Caminando en el amanecer, el Alfa de la manada disfrutaba el viento de invierno en su pelaje. El silencio reinaba en las tierras nevadas, y el se sentó a admirar la nieve que se extendía casi infinita.

La luz rojiza del alba parecía fragmentarse y envolver a una sombra que se hacía más clara conforme se acercaba. El joven señor de los lobos Árticos se puso en guardia, y aulló para saber si el extraño respondería su voz.

La voz que resonó fue una que le hizo estremecer y conmover profundamente, porque la conocía bien, porque la había querido escuchar tanto.

Konstatine, Alfa de los lobos árticos permaneció quieto, controlando su emoción.

Cuando Matya llegó, pegó con ternura sus fauces al cuello del líder, quien observó que no venía solo: en su lomo se removió una pequeña figura, un cachorro de pelaje blanquísimo y ojos azules oscuros.

—Ella es Belye, hermana mía —explicó Matya con notable cariño a la figura pequeñita en su lomo.

El lobo explicó a Kotine una breve historia, implorando los acogiera en las tierras nevadas, que nunca había dejado de ser su hogar.

Su madre y él llegaron a una sencilla aldea en los bordes de las montañas, adecuándose a ser humanos para subsistir. Él aprendió los oficios de los hombres, y cuidó el embarazo de Ekaterina.

Una verdad debía saberse, la tristeza fue consumiendo a la loba sin hogar, a la que había perdido todo lo que le fue preciado. Ekaterina, de hermoso rostro, había envejecido por la añoranza. Una mañana de primavera, se escuchó el llanto de un bebé: una cachorra Omega del pelaje más blanco que había visto, su madre la nombró Belye, haciendo honor al blanco de la nieve.

Ekaterina volvió a ser la madre dedicada que fue con Matya cuando cachorro, así fue hasta los dos primeros años. Una noche de invierno, le dijo a su madre cuánto aún ansiaba volver a su hogar, y que único deseo es que sus hijos volvieran a las tierras nevadas, que recordarán lo que realmente eran.

Su madre, que se volvió de salud débil con la calidez de las tierras humanas, desapareció una noche a final de invierno. Matya siempre creyó que fue a morir en las montañas nevadas que tanto extrañaba.

—Tú sabes cuánto te he amado, y mis sentimientos son los mismos —Fue la respuesta de Kotine, que vio con ternura a la cachorra de tres años—. Y ustedes inocentes, no tienen porque pagar por los pecados ajenos.

Cuando vieron regresar a Matya a la manada, los otros lobos se sintieron inquietos, y hasta se mostraron agresivos con él. También vieron confundidos a la cachorra que traía en brazos su líder.

—Sé los crímenes cometidos por sus padres, pero sus pecados no hablan por este lobo —anunció con voz que denotaba su poder y posición en la manada.

Aceptaron con cautela a Matya, y escucharon de su líder que esa niña la había encontrado éste en su viaje de regreso; al final, el embarazo de su madre era un secreto.

Los años pasaron, y Kotine pidió a Matya ser su compañero, guiar a la manada a su lado; cuidaron de la niña como si sus padres fueran.

Belye, cuando llegará su tiempo, correría por las tierras nevadas, guiando a los lobos árticos, y llevando la canción para todos los lobos que alguna vez fueron solitarios.

Canción para lobos solitarios [Omegaverse]Where stories live. Discover now