Casualidades

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-Mi barco, mi pobre y precioso barco –lloraba Raoul sobre el hombro de Nerea.

Había estado así desde el momento en que dejaron el navío en el puerto para que lo reparasen y habían ido a la taberna a tomar algo mientras esperaban. La rubia le daba pequeñas palmaditas en la espalda a ver si conseguía que parase, pero no era así.

El rubio no era el único que estaba así, Miriam también parecía un poco decaída a causa de los daños que habían recibido. Tampoco era algo excesivamente grave, pero le tenía mucho cariño a ese barco y la sola idea de que podían haberse quedado sin él, no le hacía nada de gracia.

Mientras ellos dos estaban así por el barco, el resto estaba más preocupado por cómo habían podido encontrarles tan fácilmente, casi como si hubiese alguien a bordo que les indicara exactamente la posición, pero era improbable que así fuera. Es más, no solo era improbable, era imposible y, sin embargo, Manolo y Cepeda les habían vuelto a encontrar como si nada, sin prácticamente esfuerzo. Había algo que se les escapaba y debían llegar al fondo de ese asunto pero con dos personas afligidas por el estado del barco –quien sabía cuándo iban a recuperarse de ese duro golpe- era más difícil tratar de llegar a una conclusión.

Ricky, previsor siempre, se levantó y fue a pedirle al dueño que les sirviera unas jarras repletas de ron –sí, siempre iban bien, pero además en ese momento las necesitaban para tratar de levantar los ánimos- cuando una figura llamó su atención. Al principio pensó que eran visiones y que su cerebro, harto de tanto viaje y con ganas de acabar por fin, le estaba jugando una mala pasada pero, al volver a fijarse, se dio cuenta de que no era así.

Volvió a la mesa rápidamente y dejándose los vasos sobre la barra, lo que alertó al resto de la tripulación. Algo muy grave tenía que estar pasando para que Ricky abandonase al alcohol así como así.

-Raoul –fue lo primero que dijo- Mira hacia la mesa de la izquierda, la del fondo, y dime que ves lo mismo que yo. Pero de forma sutil, por favor.

La sutileza no era lo suyo, por lo que de repente diez cabezas fijaron su mirada en la mesa que el chico decía mientras este se daba un golpe en la cabeza con su mano al ver la discreción de sus compañeros.

Inmediatamente el rubio dio un saltito en su silla y miró a Ricky con los ojos desorbitados.

-¡Es!

-¡Sí es!

-¿Pero?

-¡Lo sé!

-¿Qué está pasando? –preguntó Mireya sin entender nada.

-Esto es increíble.

-¿Quién es?

-Es que además ha sido sin querer.

-¿Pero quién es?

-Ricky, tenemos que ir.

Un golpe sobre la mesa llamó la atención de los dos muchachos.

-He preguntado –Amaia volvió a poner su dulce sonrisa- ¿Que quien es?

La mirada que compartieron los chicos no pasó desapercibida para nadie, parecía que estuvieran comunicándose de forma muy rápida sobre algo serio.

-¡Decidlo ya! –exclamó Aitana que también parecía muy interesada.

-Está bien –suspiró Raoul- Es Martí.

Aitana y Amaia soltaron un gritito antes de volver a girarse y mirar a aquel chico que ahora ya sabían quién era.

-¡Calmaos!

Con las manos vacías por culpa de AlfredWhere stories live. Discover now