Mantened a Amaia lejos de los frutos extraños

342 39 38
                                    


-¡Tengo hambre! –dijo Amaia con la boca llena antes de girarse hacia él, con un puñado de frutos extraños y hierbas en su mano- ¿Quieres?

Raoul frunció el ceño.

-¿De dónde los has sacado?

La chica se encogió de hombros sonriendo.

-De por ahí –dijo señalando el arbusto que tenía detrás.

-¡Amaia, podrían ser venenosos!

-Vaya –se rascó la nuca la joven- Pues vaya. Pero también podrían no serlo.

Raoul estaba a punto de tirarle al suelo esa mezcla que además de rara parecía asquerosa, pero antes de que pudiera decir nada la chica le metió en la boca un puñado de esas cosas extrañas y, cuando se dio cuenta estaba comiendo varios de los frutos.

-Oye –dijo Amaia después de un rato en el que simplemente habían estado comiendo con una estúpida sonrisa en la boca. Estaba bastante feliz, sentada ahí, bastante alejada del resto, sin preocupaciones- ¿Cuánto tiempo crees que llevamos aquí?

-No lo sé.

-Vale.

De repente, o lo que pareció de repente para ellos ya que había pasado bastante tiempo, Miriam se asomó por allí y al verlos sonriendo tanto y sentados en el suelo se temió lo peor.

-¿Qué habéis hecho?

-Miriam eres preciosa –suspiró Amaia en cuanto la vio aparecer.

La otra chica supo inmediatamente que algo terrible acababa de pasar, ya no por el comentario de Amaia, que era muy normal, fue más bien por ver como de repente Raoul soltó una risita antes de empezar a dar saltos y mover los brazos como si se trataran de alas de pájaro.

-Estoy volando –dijo divertido.

Amaia y el chico se miraron un momento antes de empezar a reír a carcajadas. La idea de volar les parecía inexplicablemente divertida. En realidad en ese momento todo les parecía bastante divertido.

-¡Mira un árbol!

-¡Y tierra!

-¡Y una hoja!

Sin dejar de reír se acercaron a Miriam y empezaron a bailar a su alrededor.

-Señor, dame paciencia –suspiró la joven antes de cogerlos por los brazos y llevárselos con el resto.

Mientras las imágenes se alejaban de su cerebro se dio cuenta de que le pesaban muchísimo los párpados y a la vez prácticamente ni los notaba. Ese fue el primer pensamiento que cruzó su mente al recuperar la conciencia poco a poco. No tenía ni idea de como pero parecía haber llegado a una cama, una muy cómoda, algo que agradecía bastante para ser sincero ya que muchas veces había acabado durmiendo en el suelo de cubierta después de una noche intensa y prefería no tener que repetirlo.

La reacción normal habría sido abrir los ojos inmediatamente o por lo menos poco a poco –para evitar mareos, por supuesto- pero estaba seguro de que en cuanto sus ojos empezaran a mirar alrededor se llevaría alguna sorpresa y podía ser que no fuera una especialmente agradable.

De hecho la última vez que le había dolido tanto la cabeza había sido... precisamente después de la boda. Que maravilloso era tener como recuerdo de tu boda a una cabra y a Alfred dando saltos alrededor para después pasar al momento de despertarse y encontrar a Agoney prácticamente sobre él y roncando (nunca le había dicho que roncaba porque era un arma secreta que tenía preparada por si en alguna discusión la necesitaba, solo que ahora mismo no tenía la necesidad de usarla porque le parecía muy adorable cuando lo hacía). Lo único que esperaba era que en esa ocasión no se hubiera casado con nadie, solo faltaría eso, como si con un matrimonio no tuviera bastantes problemas seguro que sumar otro a la ecuación no ayudaría. No quería tener que lidiar con Agoney intentando matarle por haberle sido infiel, así que confiaba en que no la hubiera cagado de esa manera.

Con las manos vacías por culpa de AlfredWhere stories live. Discover now