CAPÍTULO 1 "CARA DE ÁNGEL, MENTALIDAD DE DEMONIO"

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No era exagerado decir, que aquel joven que esperaba en un pequeño sillón afuera de la oficina del decano del instituto deportivo, parecía estar rodeado de un aura sombría y tan amarga como la hiel. Carlos no era un muchacho especialmente malhumorado, pero ser llamado a la oficina de los directivos, nunca auguraba nada bueno. Incluso si no tenían nada por lo cual quejarse de él. Porque no lo tenían, ¿cierto?

Su pie golpeó el piso un par de veces con impaciencia, antes de que se pusiera de pie. La mirada acusadora de la secretaria lo hizo caer nuevamente sobre el sillón en una posición desordenada. Resopló un par de veces y maldijo en voz baja, mientras se pasaba la mano por el flequillo, acomodando su cabello. ¿Qué podía ser tan importante como para que lo hubiesen sacado a mitad de su entrenamiento? Había tenido que vestirse a la carrera y su cabello mojado y secado al aire, era un verdadero desastre en ese momento.

Hacía mucho tiempo que no se encontraba en una situación similar, intentando disimular el nerviosismo de haber sido llamado de forma urgente por el decano. Incluso si sabía que no había hecho nada malo.

En su antiguo instituto, las visitas a la dirección eran una constante que a veces deseaba poder olvidar. Casi a diario tenía que defenderse de compañeros retrogradas que todavía pensaban, que su orientación sexual era un tema de discusión o un argumento para poder atacarlo. Carlos era abiertamente gay y era un muchacho que en ocasiones estallaba como la pólvora a la menor provocación. Uno muy orgulloso de sí mismo y dispuesto a callarle la boca a golpes a cualquiera que se atreviera a burlarse.

Cara de ángel y mentalidad de demonio. Ni más, ni menos.

Sin embargo, esta vez Carlos no se había metido en ningún problema. A pesar de su aura hostil y de esa natural irreverencia, era un buen estudiante. Intentaba no meterse en problemas por propia voluntad. Que el decano lo hubiese requerido en su oficina con tanta urgencia, no podía significar nada bueno, sin embargo.

—Ya puedes pasar —balbuceó alguien en la lejanía. Carlos tenía los ojos cerrados. Su cabeza estaba caída de lado, recargada en el respaldo del pequeño sillón que empezaba a parecerle cada vez más cómodo. Se removió en su lugar, para terminar cómodamente tendido sobre su costado derecho. Se había despertado a las cinco esa mañana, así que una pequeña siesta no le caería nada mal después de todo—. ¡Díaz!

—¡Joder! —El joven se incorporó de un salto. Se llevó la mano al pecho y miró a su alrededor intentando ubicarse en el tiempo y espacio. Parpadeó repetidas veces, aclarando su visión. Oficina, decano, miserable vida de estudiante universitario, molestos ojos de la secretaria observándolo con desdén. Se puso de pie—. Maldita sea...

—¿Perdón?

—Nada. No he dicho nada. ¿Es esa puerta? Con permiso.

Se levantó apresurado, ignorando la mirada insistente de aquella mujer de expresión amargada. Cruzó delante de ella y llegó hasta la puerta de madera oscura. Se detuvo unos segundos e intentó alisar, sin éxito, la tela de su arrugada camiseta. "Decano Jacob Brooks", se leía en una placa de color plata pulcramente pulida. Se sintió tentado a dejar las marcas de sus dedos en el impoluto recuadro. No lo hizo, sin embargo. No era buena idea dejar sus huellas como evidencia.

Golpeó tres veces antes de recibir una respuesta.

—Adelante. —La voz del otro lado le indicó que podía ingresar. Inspiró profundo y giró el pomo de la puerta.

—Buenos días, señor. Me dijeron que...

Santa madre del señor.

Carlos acababa de atragantarse con su propia saliva.

MACHOS ALFAWo Geschichten leben. Entdecke jetzt