13. Dejando los miedos atrás

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Dejando los miedos atrás

Después de los divinos besos de Luca, que me dio hasta la madrugada, me sentía bastante mejor

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Después de los divinos besos de Luca, que me dio hasta la madrugada, me sentía bastante mejor. Creía que estaba fuerte otra vez y por las dudas probé mis habilidades antes de entrar en casa y volver a la cama. Al menos, podía brincar unos tres pisos sin problema.

Me fui a dormir un poco risueña y más relajada con el tema "Norita", porque pensé que el efecto de la moneda mágica se había pasado. Sin embargo, cuando me desperté el sábado, a eso de la una del mediodía, tenía hambre de más de un tipo.

Me senté a almorzar con una expresión contrariada que todo el mundo notó en mi casa. Bueno, mamá y papá. Comieron en silencio mirándome de reojo mientras yo notaba ya una ligera molestia en mi pecho. Calculaba que estaría con las primeras señales de sangrado a la noche, e iba a necesitar a Luca otra vez, cuando mi papá carraspeó.

—Serena.

Parpadeé y levanté la mirada de mi plato.

—¿Sí?

—No estás comiendo, ¿no tienes hambre? —siguió mamá. Me di cuenta de que me había enfrascado tanto en mis problemas que me había quedado con el tenedor a mitad de camino. Me apresuré a meterme la comida en la boca y asentí, esbozando una sonrisa.

—Sí, sí, muero de hambre.

Otra vez llegó el incómodo silencio y durante el siguiente rato me la pasé masticando sin parar, tratando de llenar el hambre humano para después ocuparme del inhumano. Tenía que hablar con Luca de vuelta, porque la moneda de Nora seguía teniendo un efecto sobre mí, bastante prolongado.

—Serena —insistió mi papá, cuando terminé de comer—. Tenemos que hablar, ¿lo sabes, verdad?

Me quedé en mi lugar con ganas de salir huyendo. Ellos ya sabían lo que supuestamente había pasado esa noche en la que morí, buena excusa para mis aparentes ataques de pánico en el colegio y el cambio en mi relación con todo el mundo, pero quizás... Quizás el desmayo que había tenido el jueves los había alertado de que pasaba algo más.

—Mmm, no, no sé —contesté, medio temblando.

Mamá apartó los platos y acercó su silla a la mía.

—Cariño, queremos que seas sincera con nosotros. ¿Pasó algo más aquel día?

En la tecla. Mis padres podían ignorar muchas cosas de mí, como que todas las noches me fugaba para saciar mis instintos, pero sí me prestaban atención cuando estaba despiertos, al menos.

—No...

—Serena. —Mi papá también acercó la silla, por el otro lado. Me cercaron—. Creemos... sentimos que no nos has dicho toda la verdad. Nos ocultas cosas incluso ahora; te encierras en tu habitación por horas y en la noche también mantienes la puerta cerrada. Sabes que somos tus padres y queremos lo mejor para ti, queremos acompañarte y apoyarte, pero si no nos permites acercarnos, no podemos hacerlo.

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