Parte 4

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Los párpados apretados, como cancelas atrancadas y olvidadas por el tiempo. El cuerpo inmóvil y suspendido, forma de no-vida obligada a una larga y silenciosa desmemoria. En torno a los ojos cerrados, el sombrío abismo. Se aplacó la ira, volvió la quietud. Y durará un instante eterno, ignoto y sin memoria. Del apocalíptico estruendo solo se oyeron ecos sordos. Pero ella está en otra parte. Su existencia, ahora, es una réplica vibrante, una suntuosa puesta en escena en el teatro del alma, donde cada mirada puede conducir al sendero ajeno.

¿Qué hay del disco? ¿Ha acabado de verdad? Los segundos corren. Sin embargo, podría jurarlo, se oye un ruido de fondo...

Una ráfaga imprevista de viento embistió el rostro de Normani, mientras recorría el paseo marítimo en sentido opuesto al Casino. Las luces de las farolas dibujaban una estela que corría paralela a la costa y arrastraba la mirada hasta aquel singular edificio en forma de aleta de escualo que se recortaba a lo lejos, imponente y majestuoso en su originalidad arquitectónica. Los ojos de Normani volvieron al paseo marítimo. Debía de ser la hora de la cena, pero había varias personas por la calle. Reflexionó algunos instantes, en la tentativa de no pensar en Dinah y Ally. Parecía que aquel lugar estuviera expresamente recreado por la mente para resultar sensato. A aquella hora la gente volvía a casa, igual como, en el último mes, cada persona a su alrededor se había comportado exactamente como se esperaba. Como si el pensamiento tuviera el poder de recrear un refugio mental acogedor, armonioso. De aquí el engaño, la trampa en la cual se habían encontrado Dinah y ella en los últimos treinta días, viviendo en una realidad ficticia construida con la base de los fragmentos más vívidos de su memoria. Recordaba perfectamente los días pasados en la escuela, empeñada con un déjà vu tras otro: el profesor que leía la antología de literatura inglesa que ella recordaba muy bien, sus compañeros que hacían bromas ya oídas, su amiga Dani que tropezaba en el pasillo, en las inmediaciones de los baños de las chicas. Escenas ya vistas.

Hacía poco que había descubierto que se encontraba en el mes anterior al Apocalipsis. Y ahora caminaba por un paseo marítimo recreado por su memoria, en busca de una identidad, de un objetivo, de un significado. Vio a lo lejos a un grupo de muchachos y los reconoció por las mochilas. Eran sus compañeros de clase, y también aquel era un momento que recordaba bien: durante la excursión se habían reunido en corro para decidir qué hacer y habían resuelto remontar la Rambla para llegar al Hard Rock Café, en la Plaza de Cataluña. Sus voces, sus miradas... Era todo tan real.

«Es un maldito laberinto sin salida», pensó Normani mientras se levantaba el cuello de la chaqueta, fastidiada por el aire insidioso de la tarde catalana. Sus compañeros desaparecieron detrás de un quiosco y se alejaron del paseo marítimo. Ella miró a su alrededor y luego empezó a caminar más rápidamente, directa al puerto.

—Por Dios, es espléndido... —murmuró cuando la muda hilera de embarcaciones ancladas en el puerto de Barcelona apareció ante sus ojos. Aquella visión le producía estremecimientos, exactamente como la primera vez que la había encontrado ante ella, durante la excursión. Otro déjà vu. Otro fragmento de su vida antes del estallido.

Normani apartó la mirada, cruzó la calle con un salto y se dirigió a un letrero con una «M» que indicaba la parada del metro de Barceloneta, en el otro lado de la plaza. Bajó las escaleras deprisa y recorrió un tramo del pasaje subterráneo que llevaba a los tornos. Hurgando en sus bolsillos encontró una tarjeta. «Claro», pensó con una sonrisa amarga dibujada en el rostro mientras introducía el tique. «Es la T-diez, la de diez viajes... La compré con mi amiga Lisa el primer día de la excursión.»

Mientras vagaba por el andén, observó a las personas que esperaban el convoy y pensó por un instante que poseía un poder extraordinario, en aquella dimensión del pensamiento. Todo lo que la rodeaba era fruto de sus más recónditos cajones de recuerdos. Por tanto, ¿podía dar un paso hacia las vías, cuando entrara el tren? ¿Podía abofetear al primero que se le pusiera a tiro? ¿O la realidad circundante se comportaría de manera armoniosa y coherente con los valores y las reglas no escritas que su mente recordaba bien, poniéndola en apuros? ¿A cuánto podía atreverse, en un escenario exclusivamente mental? Sentía que le subía por dentro el deseo de arriesgarse, de romper el delicado y ficticio equilibrio que la rodeaba, pero se contuvo. Expulsó esos pensamientos y el rostro de Dinah se superpuso a ellos. Quizá se había comportado mal, lo había decepcionado, pero no conseguía soportar la presencia de Ally en aquel contexto.

Memoria (Adaptación Norminah)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora