Parte 11

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Dinah avanzó a paso rápido hacia el mar, dejando a sus espaldas la entrada posterior del Casino, único rincón luminoso de una calle que parecía olvidada del mundo. Algún desconocido, de vez en cuando, cruzaba su mirada. Una anciana que apenas se sostenía en pie con la ayuda de un bastón. Un hombre en la cuarentena, elegante, en americana y corbata. Un par de chicas en ropa deportiva que hacían jogging. Rostros de memorias ajenas, personajes de un pasado extraño para ella. De sus padres ya no había rastro. Cuando estuvo en el paseo, se volvió hacia la derecha. El paseo marítimo se perdía a lo lejos, engullido por la oscuridad. A la izquierda, las olas lamían lentamente la orilla, mientras el color del mar se confundía con las tonalidades de la noche. ¿Cuánto tiempo había pasado? En el lado opuesto, más allá de la calle, las luces de las casas parecían mil ojos apuntados sobre ella. Daba la impresión de que decían: «Vete de aquí, Dinah... vete.» Luego apareció una silueta

Salió de la oscuridad, a un centenar de metros de ella, mientras la débil luz de un taxi, aparcado con el motor encendido junto al Passeig Marítim de la Barceloneta, la iluminaba a medias.

—¡Ally! —gritó, y empezó a correr a su encuentro.

—¡Dinah!

Su amiga se precipitó a estrecharla entre sus brazos y las dos permanecieron así algunos instantes, como si no hubiera nada más en el mundo que pudiera darles consuelo, mientras en torno reinaba la paradoja. Su amistad, su conciencia de la engañosa realidad de Memoria, eran el único y último asidero para no enloquecer.

—No puedes imaginarte qué he descubierto... —dijo Ally después de apartarse de su amiga, con las manos apoyadas en sus hombros.

—A quién se lo dices... —rebatió la otra. Ally dio dos pasos hacia el murete que separaba el paseo marítimo de la playa. Alzó la cabeza durante un momento y vio la luna, con los tres gigantescos cráteres capaces de dibujar sobre la cara del satélite aquella expresión casi humana, asombrada, mientras las estrellas se disponían en torno como miles de damiselas sonrientes junto a la novia.

—¿Has hablado con tus padres?

—No solo eso. He vivido un recuerdo de mi

madre.

Dinah contó a su amiga el viaje mental de 1996, dos años antes de su nacimiento. Le dijo que su presencia en aquel fragmento del pasado era como la de un fantasma, invisible para cualquiera. Explicó que cada sensación experimentada por su madre penetraba en su cerebro y tomaba posesión de ella, haciéndole percibir los sentimientos y las emociones como si fuera ella misma quien las viviera. Y le contó lo ocurrido en la consulta médica.

—¿La madre de Normani y la tuya estaban en el mismo sitio? ¿Andrea y Milika se conocieron? — dijo Ally, incrédula.

—Tal cual.

—Esto lo cambia todo, no puede ser una coincidencia. Escucha, en mi flashback acabé en mi casa, en una realidad alternativa. Aquella de la que te había hablado, la dimensión donde viví los últimos momentos antes del fin del mundo, desde la terraza de una villa.

—¿Y qué has descubierto?

Ally apoyó la espalda en el murete.

Un chico en patines pasó como una flecha frente a ellas y Dinah tuvo tiempo de verle la cara. Lo recordaba: era el taxista que la había llevado del aeropuerto de Tullamarine de Melbourne a la playa de Altona Beach, cuando iba a la cita con Normani. La misma en que no encontraría a la chica que lo esperaba. Dinah sonrió, plegando los labios en una mueca amarga.

—He visto algunos papeles, mapas, libretas de apuntes... y algunos detalles extraños. En aquella realidad somos... éramos más que ricos, y mi padre era médico. Una lumbrera, por lo que he entendido poniendo patas arriba su escritorio. Dinah apartó la mirada, la fijó en un punto delante de sí, como preocupada, y se pasó una mano por el pelo.

Memoria (Adaptación Norminah)Where stories live. Discover now