Parte 15

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Con los párpados apenas entreabiertos, una hoja cortante de luz artificial hirió su campo visual, mientras los músculos del cuerpo aún no respondían a la llamada.

El primer instinto fue cerrar los ojos.

Normani lo intentó de nuevo, varias veces.

La luz avanzaba decidida, como una mano dispuesta a ser aferrada, para devolverla al mundo real, para arrastrarla fuera de la oscuridad.

Cuando consiguió abrir completamente los ojos, el resplandor de la placa de neón del techo la embistió con violencia, y durante algunos momentos fue como encontrarse en un limbo etéreo. Una plaza sin edificios ni confines en un lugar sin habitantes.

Luego, llegó la primera respuesta de los músculos del cuello. Y poco a poco los hombros, las caderas, rodillas y pantorrillas. Lentamente, un haz de nervios tras otro, mientras un soplo cálido empezaba a envolver su cuerpo. Pero a cada estímulo nervioso seguía una punzada atroz. Como mil agujas plantadas a lo largo de aquel cuerpo que trataba de volver a vivir.

Un murmullo de fondo llegó, acolchado y lejano, a los pabellones auditivos. Indistinguible, mientras poco a poco en la realidad circundante empezaban a delinearse algunos contornos y la vista encontraba superficies, ángulos y bordes: asideros familiares, que permitían reconocer algunas siluetas.

La primera fue una mesita. La vislumbró girando la cabeza algunos grados hacia la izquierda, con un primer e importante esfuerzo premiado por los músculos nuevamente receptivos, pero capaces solo de pequeños y lentos movimientos. Sobre la repisa había algunas carpetas.

—Se ha despertado —dijo una voz a su derecha, de timbre femenino. Normani giró apenas la cabeza y la vio. Una mujer menuda y delgada. Llevaba una bata azul, el rostro carecía de expresión. La nariz poco prominente y los ojos almendrados habrían podido sugerir su nacionalidad, pero ninguno de aquellos datos estaba presente en la memoria de Normani, o quizás estaban sepultados demasiado profundamente para ser recuperados.

—Sigamos el protocolo establecido. Desde atrás de la mujer provino otra voz, esta vez masculina.

—Este olor es nauseabundo... —comentó un timbre joven, agudo.

—Hagan entrar la camilla —dijo otro. Las voces se encabalgaron, resonando en la habitación.

—Nos ve... increíble... ¡miren los ojos!

—Señores, compostura —se impuso la voz autoritaria que ya había ordenado hacer entrar la camilla—. Pónganle el camisón.

Debía de haber al menos cuatro o cinco personas en la habitación, pero Normani aún no tenía fuerzas para levantar la cabeza y mirar a su alrededor. Lo intentó con la visión periférica, permaneciendo recostada. Solo conseguía vislumbrar a la mujer de la nariz achatada, mientras que a sus espaldas empezó un trajín de personas con bata azul.

Cerró los ojos.

Silencio.

No el silencio de las voces. El silencio de la mente. Ninguna respuesta a sus preguntas. Como piedras lanzadas a un abismo cuya profundidad se desconocía, a la espera de que un ruido la indicase. Esta vez no. No había nadie en la otra parte. Como si no existiera un antes. Como si el presente fuera una página en blanco, sobre la que comenzaban a aparecer apuntes nuevos. Mesita. Carpetas. Mujer. Batas azules. Me he despertado. Los veo. Lo consideran increíble. Protocolo.

No conseguía acceder a nada anterior. Mientras dos chicos la levantaban con delicadeza y la recostaban sobre una camilla, los repetidos intentos de repescar algo del pasado daban siempre el mismo resultado: mesita, carpetas, mujer. Y así sucesivamente.

Su recuerdo más antiguo, en aquel momento, era mesita.

Quién era, dónde se encontraba y por qué, eran interrogantes sin respuesta, como anzuelos lanzados en un mar de hielo y carente de peces. Con los ojos cerrados, Normani oyó una voz nueva mientras las ruedecillas de la camilla chirriaban y las luces artificiales caían sobre los párpados cerrados.

—¿Cómo han decidido llamarla?

Fueron solo tres minutos, no volvió a quedarse sola durante mucho tiempo. Los muchachos empujaron la camilla a lo largo de un pasillo, luego entraron en una sala envuelta por la oscuridad pero con un disco de luz en el centro. La dejaron allí.

Solo tuvo el tiempo de levantar el brazo derecho, y pareció un esfuerzo sobrehumano, como si tuviera una roca atada en la muñeca. Con la cabeza ligeramente ladeada, vislumbró su propia mano. La giró y observó con curiosidad primero los dedos ahusados y también la palma. Después la articulación se derrumbó y golpeó contra la camilla, como si sus pocas fuerzas ya se hubieran agotado. Normani permaneció con la nuca apoyada y los ojos vueltos al techo, fijos en la luz.

Escuchó su propia respiración, pesada y fatigosa como un jadeo, hasta que una voz masculina rompió el silencio, acompañada por el zumbido de una puerta automática que se cerraba. Reconoció el timbre. Era el mismo que pocos minutos antes había dado órdenes a los otros. Le sobrevino, proveniente quién sabe de qué recovecos de la memoria, el término jefe.

—He esperado largamente este momento — dijo el hombre mientras se sentaba junto a ella y apoyaba una mano sobre el borde de la camilla, cerca de su brazo—. ¿Me oyes, verdad? ¿Puedes entender lo que digo?

Normani permaneció inmóvil. No giró la cabeza, ni lo miró directamente a la cara, pero advirtió un temblor en las articulaciones inferiores y sintió un escalofrío que le recorría toda la espina dorsal hasta hacerle vibrar el cuello.

—Tú eres un milagro —continuó—. El descubrimiento más extraordinario desde el alba de los tiempos. Mi razón de vida y de estudio. ¿Puedes oír mis palabras? ¿Estás en condiciones de decir algo?

Normani movió lentamente la cabeza hacia la derecha y sus ojos se encontraron con los del hombre. Miró aquel rostro durante un momento, mientras su cerebro era atravesado por impulsos que no conseguía decodificar.

Miraba al hombre, pero veía un muelle.

Una franja de tierra en medio del mar, mientras el sol se ponía hundiéndose entre las olas. Era una imagen llena de paz, un recuerdo reconfortante. Pero solo conseguía verlo. No entendía qué representaba.

—Yo me llamo Ben —continuó él—. Soy yo quien te encontró. Dirijo esta unidad desde hace dieciocho años, puedes confiar en mí. No tienes idea de qué significa tu despertar. Nunca ha ocurrido nada semejante.

Normani siguió observándolo, mientras lejanas e indescifrables visiones se asomaban, amenazantes. Ahora había un barranco. Una profunda vorágine negra de la que apenas se veía el fin. Y ella estaba sobre el borde.

—Estoy impaciente por comenzar con los exámenes. Bienvenida a bordo, Alfa.

Cuando oyó aquella frase, Normani frunció el ceño como por un reflejo espontáneo. Podía comprender las palabras del hombre, pero el nombre con que la había llamado generaba confusión en su cabeza. Asociaba alfa con algo distinto, alejado de ella. Pero no conseguía profundizar más. Ni manifestar su turbación.

—Dentro de poco los muchachos te llevarán a otra habitación. No debes tener miedo. Te someterán a algunos análisis, ninguno te hará daño. Con los párpados cansados y pesados, Normani cerró los ojos, mientras la voz del hombre seguía resonando en la habitación, alejándose poco a poco.

—... un descubrimiento sensacional... dentro de algunos días... de seguro aquí... he esperado tanto tiempo... tanto... tiempo.__



Bueno chic@s aquí está el capítulo, espero que les haya gustado. A mi en lo personal me gusto mucho y de hecho quedé con la ansiedad de saber que ocurre.

Bueno si hay algún error, por favor háganmelo saber para poder editarlo, voten y comenten mucho, me encanta saber lo que piensan de los personajes y sus propias teorías.

XOXO
Nat.

Memoria (Adaptación Norminah)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora