Parte 5

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Ally se encaminó hacia el muelle, decidida a no interferir en el encuentro entre Dinah y sus padres.

Se devanaba los sesos sobre las mofas de Normani. Era evidente que no le caía bien. Quizá porque, en el fondo, ella era el tercera en discordia. Por el bien de Dinah, si hubiera podido, se habría apartado. Habría desaparecido, no se habría entrometido. Pero había que salir de aquel sitio.

«Debe de haber un modo...», pensó mientras paseaba por la lengua de tierra, entre dos filas de escollos, que iba a morir en el mar. Un escenario relajante, plácido.

Precisamente en un muelle similar a aquel había comenzado todo, lo recordaba bien. En la Altona Beach Pier de Melbourne, donde Dinah y Normani se habían citado y no se habían encontrado, por lo que descubrieron que vivían en dos realidades paralelas.

Ally se detuvo, con un pie apoyado en un obstáculo, y levantó la mirada para admirar las primeras constelaciones nocturnas. El aire fresco la obligó a cerrarse la chaqueta hasta el cuello. Ya había localizado el Cinturón de Orión, un verdadero punto de referencia en la infancia de Dinah y Normani. Luego vislumbró la inconfundible forma de Júpiter, una pequeña esfera mucho más compacta que los puntitos luminosos que la rodeaban. A simple vista no conseguía ver los cuatro satélites, pero recordaba perfectamente las noches pasadas frente a la ventana de la sala, con la silla de ruedas colocada junto al telescopio, la cabeza de lado, las gafas puestas de cualquier manera en el pelo desgreñado y el ojo derecho pegado al objetivo. Su «medio», como lo llamaba ella, capaz de efectuar ampliaciones notables, de vislumbrar no solo los satélites de aquel planeta sino también extraordinarios frescos del cosmos como la nebulosa de Andrómeda o las Pléyades.

Era su tercer ojo, la ventana al universo que la arrastraba por las galaxias en las raras noches milanesas en que el cielo lo permitía.

Recordaba cada detalle. Bastaba cerrar los ojos y era como tener enfrente las ópticas, el contrapeso y el trípode. La ventana de la sala. La mesa de trabajo, con los tres fieles ordenadores alineados uno junto al otro. El sillón con los brazos gastados en el que se sentaba siempre Dinah. La fila de neones azules que iluminaba la pared a sus espaldas. Cuando Ally volvió a abrir los ojos, Memoria había adquirido la apariencia de su casa.

El tren en que viajaba Normani llegó a la parada de Plaza de Cataluña y la mayor parte de la gente que estaba junto a ella salió. Escuchar a escondidas algunas conversaciones en catalán le dio la misma sensación experimentada durante la excursión, cuando con una amiga se había sentado, en el convoy del metro, junto a dos señores que sin duda estaban discutiendo de fútbol.

Normani siguió el río de personas y salió finalmente al aire libre. Su mirada se extendió por la plaza, que recordaba muy bien: el imponente edificio de El Corte Inglés se erguía sobre el lado opuesto, mientras frente a ella algunos niños se perseguían por el jardín en el centro de la plaza. Se había sentado en uno de aquellos bancos, con sus compañeros de clase. No podía olvidarlo.

Había sido allí donde Sean lo había intentado por primera vez, sin éxito. Su físico esculpido por el surf no bastaba, la tez dorada, los ojos claros y el timbre cálido de su voz no eran suficientes. Porque él no era Dinah, aunque Dinah en aquellos tiempos existía solo en su cabeza.

Normani se volvió y encontró con la mirada el letrero del Hard Rock Café. Dejó pasar un bus turístico e intercambió una fugaz sonrisa con una señora rubia de rasgos de Europa del norte sentada en el piso superior, descubierto y lleno de gente, concentrada en sacar fotografías. Entonces cruzó la calle.

Caminar por Memoria era como vivir en un continuo déjà vu, ahora ya se había acostumbrado. Cuanto más miraba a su alrededor, más aparecían fragmentos de su pasado. Desordenados y confusos. Reflexionó en ello mientras andaba hacia la entrada del local: a aquella señora no la había visto durante la excursión, no era una turista. Era una suplente de matemáticas, que algunos meses antes había sustituido durante una hora a su profesora, en el Scoresby Secondary College. Y no era australiana. Era alemana.

Memoria (Adaptación Norminah)Where stories live. Discover now