Parte 16

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Cuando Normani se durmió, el hombre salió de la habitación. La puerta automática se cerró a sus espaldas mientras Ben entraba por un pasillo a paso rápido.

Una fila de luces de neón bajo sus pies indicaba el camino, en las paredes estaban colgadas algunas planimetrías y cada quince metros del suelo salía un tubo metálico con una pantalla puesta en la parte superior. Recorrió el pasillo hasta el fondo, luego introdujo el dedo índice en una ranura en la pared y esperó. Un puñado de segundos más tarde, la puerta corredera frente a él se abrió y el hombre cruzó el umbral.

Mientras el ascensor lo llevaba a la planta de abajo, Ben intercambió con su imagen reflejada en el espejo una sonrisa de complacencia. A pesar del cansancio, estaba radiante. Se sonreía a sí mismo, orgulloso del resultado de la operación. En un instante la fatiga desapareció. Se desvaneció el sufrimiento por cuatro años de investigaciones pasados lejos de casa, encerrado en aquel que podía parecer un centro de vanguardia, pero no era más que una prisión submarina. Su esposa y los niños habían esperado, pacientes, porque su cometido estaba antes que cualquier otra cosa, era su máxima prioridad. El mar era la nueva frontera, al menos desde hacía un centenar de años. Era allí donde habían recuperado los hallazgos. Aquella infinita extensión de agua custodiaba la Historia. Su abuelo se lo había repetido hasta el aburrimiento, cuando era pequeño:

—Naves cargadas de hombres parten cada día del puerto de Nes. Alguien volverá con las manos vacías. Alguien no volverá. Pero de vez en cuando, habrá quien vuelva con la bodega llena. Es gracias a esos hombres que el oscuro ayer se está convirtiendo en el refulgente mañana. Es gracias a su valor que sabemos quiénes somos y de dónde venimos. Incluso la lengua que hablamos, mi niño... también ella viene del mar. Antaño los pueblos que habitaban estas tierras hablaban dialectos incomprensibles, hijos del enfrentamiento entre las primeras tribus. Pero el redescubrimiento de nuestra lengua actual ha unificado las razas. Y todo es mérito de esos aventureros.

Era así, desde hacía siglos. Y él se convertiría en uno de aquellos hombres. Claro, su abuelo hablaba de simples naves, mientras que Ben se embarcaba en estaciones submarinas de vanguardia, organizadas para hacer frente a cualquier tipo de necesidad. Cuántas cosas habían cambiado en los últimos cincuenta años... Incluso demasiado rápidamente. El mar ya no era aquella inhóspita extensión de aguas ricas de insidias, gracias al admirable progreso científico y tecnológico, y una campaña podía durar años, diera o no resultados.

Pero junto a la exaltación por el descubrimiento hecho, había también un pensamiento que lo atenazaba.

Su abuelo nunca había hablado de los distintos investigadores que habían descubierto en los recónditos fondos marinos esta o aquella clave para la evolución de la humanidad. Elogiaba y admiraba su trabajo, su compromiso, pero sabía perfectamente que ninguno de ellos pasaría a la Historia.

Porque los descubrimientos no tenían padres.
Si los padres no eran más que peones.

Las puertas automáticas se abrieron y Ben salió, dejando su sitio a un hombre y una mujer que saludaron con un imperceptible gesto de la cabeza. Se encontró en un túnel de un centenar de metros, cuya estructura tubular estaba constituida por una base de acero y una protección de vidrio más allá de la cual se podía observar el espectáculo externo a la galería que conectaba dos sectores diferentes de la estación submarina. Era imposible no quedarse arrobado por aquella fascinante visión, mientras se recorrían los cien metros que conducían al bloque siguiente. El túnel no era más que un sendero rodeado de agua. Los faros situados en la parte externa de la estructura iluminaban aquel punto específico del océano, penetrando en la oscuridad de los abismos e interrogándola.

Ben apresuró el paso, llegó al fondo y bajó por una plataforma revestida por una delgada alfombrilla de goma color verde agua, pasando por debajo de un letrero luminoso que decía: SECTOR D. Su mirada fue atraída durante una fracción de segundo por una ampliación fotográfica de la estación submarina, colgada en una pared de la sala en que se encontró al final de la rampa. Mnemónica, este era el nombre de su segunda casa, impreso en letras mayúsculas sobre una de las fachadas del sector A. El panel, extremadamente definido y cuidado en todos sus detalles, representaba los cuatro bloques que componían la estructura. Cada bloque estaba conectado al siguiente por una serie de galerías idénticas a aquella que Ben había recorrido. De un extremo de Mnemónica al opuesto había unos mil quinientos metros, y toda la estación era desmontable: en caso de necesidad, cada bloque podía seguir su recorrido submarino por su cuenta, desenganchándose del resto de la nave por medio de un mecanismo automatizado. Cada sector se movía gracias a verdaderas escuadras de motores gobernados por una unidad central situada en la planta más baja del bloque, y poblada por decenas de hombres a los que Ben nunca había conocido.

Memoria (Adaptación Norminah)Where stories live. Discover now