26. Luna Mora

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Luna Mora

Volví a la casa de Luca, todavía lloriqueado

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Volví a la casa de Luca, todavía lloriqueado. Toqué su puerta y el timbre varias veces hasta que él salió y, por suerte, Alan no estaba en la casa ya.

—¿Serena? ¿Qué pasó?

Me metí dentro y me limpié la cara con unas servilletas de papel de la cocina.

—Mamá y papá lo saben todo —dije. Luca cerró la puerta y se acercó a mí, sorprendido—. Me descubrieron entrando por la ventana, amenazaron con meterme en un manicomio y huí —resumí.

Lo miré a la cara, esperando que me consolara, pero él simplemente se quedó viéndome como si intentara comprender qué estaba pasando. No dijo ni una sola palabra y yo hice un bollo con las servilletas, frustrada. Me di la vuelta y abrí la heladera, como si fuese mi propia casa. Estaba muerta de hambre y ya no podía atacar mi propio refrigerador.

—¿Huiste? —dijo, con tono agudo, al fin.

—¿Y qué querías que hiciera? —dije, sacando una botella de agua. Sorbí por la nariz y busqué un vaso—. Les conté todo porque no tenía opción. Estaban enloquecidos con el tema del tatuaje y piensan que deliro. Incluso aunque les mostré lo que podía hacer...

Luca me sacó la botella de la mano antes de que volcara todo el contenido fuera del vaso.

—Serena, aguarda. ¿Les mostraste...?

—Derribé mi biblioteca... salté por la ventana y luego al techo del vecino —dije, tomando aire con dificultad. Entonces, sobrepasada por la idea de que ellos me despreciaran por todo lo que había hecho, me tapé la cara con las manos y me dejé caer sobre la mesada—. ¡Seguro ahora creen que soy un monstruo!

—Claro que no, eres su hija —dijo, sirviendo el agua por mí—. Tienes que pensar con frialdad; ellos solo estaban confundidos y seguro lo estarán más a partir de ahora. Pero... ¿huir?

Negué, con la cara pegada al mármol de la mesada.

—No lo sé, es lo único que se me ocurrió cuando papá intentó agarrarme.

Luca me obligó a levantarme y me puso el vaso de agua en las manos. Me acarició la cabeza, me acomodó el pelo y pasó sus dedos por mis mejillas llenas de lágrimas.

—Es muy temprano. Deberíamos dormir los dos.

Tiró de mi mano escaleras arriba y lo seguí sin voluntad. Ya no sabía qué era lo mejor para mí y aunque estaba repleta de la energía que me había dado cuando lo hicimos, mi cabeza estaba agotada. Ese día había empezado fatal.

Me metí en la cama y le dije que no creía poder dormir. Luca se acomodó a mi lado y me tapó bien con las sábanas, que habían vuelto a su cama, y me dijo que él tampoco, pero que era mejor intentar.

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