28. La verdad

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La verdad

La verdad

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Lo primero que pensé fue que tenía que proteger a Edén. Yo no importaba a tal medida y dudaba mucho que él pudiera vencerme esta vez. Todo era distinto, yo ya no era una pobre niña indefensa. Podía lastimarlo muchísimo.

Miré a mi amiga, que seguía inconsciente, y le tomé la mano.

—Mientras Edén siga con vida, no importa.

—Se volverá loco cuando sepa que no has muerto —me dijo Nora, trabajando otra vez sobre Edén, con sus extraños movimientos de dedos—. Si es como yo creo y cada una de ustedes corresponde a un signo, no puede intercambiarte con otra persona. Además, podría haber ofrecido ya tu sangre. No hay vuelta atrás. Las necesita muertas a ambas.

—No voy a dejar que le ofrezca mi alma o la de cualquiera al diablo —gruñí—. He luchado muchísimo para no quedarme atrapada en la tierra. Pero entre estar atrapada en la tierra para siempre y el infierno, prefiero la tierra.

Nora me miró durante algunos segundos y luego puso la palma en la frente de Ed. Me quedé callada, esperando y más bien preocupada de cuándo ella despertaría. Tendría que ver qué tanto recordaba de lo sucedido y explicárselo.

—Eso quiere decir que no puedo matarte —murmuró Nora, entonces, sacando la mano de la frente y sentándose mejor en el suelo. Al parecer, había terminado. Alcé los ojos hasta ella, sorprendida, y en seguida intentó explicarse, para que entendiera que no lo hacía por mí—. Si entrega tu alma, el ritual estará completo y ni siquiera uno para la inmortalidad debería ser terminado.

Me quedé callada. No lo hacía por mí, justamente por eso lo estaba aclarando. Lo estaba haciendo por el resto de la humanidad. Seguro ni siquiera por las otras diez chicas que ya habían muerto, además de mí. Alcé las cejas y no le agradecí nada, no tenía porqué agradecer mi suerte o que ella decidiera que no tenía que hacerlo.

Chisté y me crucé de brazos.

—Por supuesto —musité.

—No me mires como si fuese una mierda de persona —me espetó, de pronto—. ¿Crees que soy tan fría?

—Sí —dije, con un siseo—. Sí lo creo. Siempre supiste que morí y me hiciste la vida una mierda mientras pudiste. Podrías haber tenido un poco de empatía. Pero a ti no te importa nada de eso, te importa tu causa.

Nora explotó.

—¡Claro que me importa mi causa! Toda mi vida me han enseñado a proteger a los seres humanos, de rituales, de invocaciones peligrosas, de magia negra, de espíritus y de los tuyos. ¿Tú crees que no he pensado ni una sola vez en las personas que fueron? Pero hacerse cargo de esto significa que tienes que apretar la panza y ser fuerte, porque luego los que mueren son humanos inocentes por multitudes. Diez chicas mueras, once, o lo que sea, sí me da pena, muchísimo. Incluso me da pena tu muerte, seguramente no lo merecías, pero sí era tu destino. Si pasó es porque lo era —retrucó. En sus ojos había tanta furia como en los míos. Estaba bien, yo no la conocía lo suficiente y podía saber que se sentía no comprendida por mí, pero ella nunca me había comprendido ni un poco—. Pero más me va a dar pena cuando mueran cientos de personas por tu culpa. O si este ritual se concreta pueda desatar cosas terribles en el mundo. Ser una bruja no significa que yo tenga que hacerme cargo de cada cagada humana, pero sí que me encargue de aquella que tienen que ver con magia. Así que no, no lo hago por ti, lo hago por las consecuencias.

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