Rosa

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La mecha de la vela se movía de forma irregular creando sombras que fluctuaban sobre el rostro sereno de Malfoy. Harry solo observaba.

¿Qué había pasado?

La habitación estaba en completo silencio, en los pasillos no se oía nada y la noche prevalecía aun vigorosa en el cielo del castillo. Hogwarts estaba en calma.

Mas no uno de sus estudiantes, quien se debatía internamente respecto a la conversación que tuvo hace poco con un rubio Slytherin, el cual sin siquiera esforzarse le produjo un tremendo dolor de cabeza.

Estaba confundido, por un lado, tenía la oportunidad de desenmascarar a Malfoy solo con alzar la manga de su túnica, o agarrando el libro que el Slytherin había dejado a su merced, sin embargo, había un algo que se lo impedía. Por supuesto, quería saber todo lo posible sobre Malfoy, pero no estaba seguro de querer comprobar si realmente la marca tenebrosa se ocultaba bajo la tela del uniforme escolar, trazada sobre la pálida piel...

El solo pensamiento le producía escalofríos.

Lo invadía una rara sensación de estar seguro de algo, pero no querer comprobarlo. No quería ser tan consciente de cuán inmiscuido se hallaba el rubio con el señor tenebroso. No porque no lo creyera capaz de formar parte de sus filas; el problema radica en verlo y encontrar a un chico de su edad (de dieciseis años, maldición), y descubrir que ambos, igual de jóvenes, cargaban un peso que no los dejaba vivir su vida como deberían.

En casa de los Dursley, aún estando encerrado, Harry veía los grupos de chicos y chicas pasar relajados y sin preocupaciones más grandes que si le gustaban a x persona, ellos no estaban al tanto de que un mago tenebroso estaba al asecho, pero tampoco sabían que existía la magia, y Harry pensó que lo suyo era un precio a pagar por ser parte de un mundo tan maravilloso donde los encantamientos y hechizos son posibles.

Aunque eso no quitaba que de vez en cuando llegase a anhelar un poco del actuar tan despreocupado que tenía el resto, por eso podía hacerse una idea de cómo se sentía Malfoy en esos momentos, aparentemente el tiempo en el que podía ser un chico cuya preocupacion más grande era terminar el colegio con buenas calificaciones y en el proceso hacerle la vida imposible, había concluído.

Mientras Dean y Ginny se daban el tiempo de disfrutar la compañía el uno del otro, mientras el mayor problema de Lavender Brown era empeñarse en gustarle a Ron, y mientras Hermione sufría por ello, Draco Malfoy se encerraba en un almacén a beber whisky de fuego, con la sombra de Voldemort persiguiéndolo a todas partes, y curiosamente asemejándose a lo que sintió Harry por tanto tiempo con los sueños o visiones que solía tener.

Además, cabe recalcar, Malfoy tiene una enfermedad que le produce toser pétalos y vomitar flores. Y que parecía surgir de donde ni el propio mundo mágico tenía conocimiento.

Era cierto que cada quien carga con sus demonios, pero también alguien debe admitir que unos son mayores que otros.

Recapituló varios episodios de su vida en los que Malfoy formaba parte, ninguno bueno, ni siquiera uno en el que hayan mantenido una charla decente o hayan dejado el sentimiento de odio de lado, nada. Pero sería mentir si agrupaba todo aquello y decía que es lo peor que le ha pasado en la vida, es decir, sí, hubiese preferido que Malfoy no sea tan imbécil en algunas situaciones, como cuando le rompió la nariz y lo dejó abandonado en el piso del tren, pero no era como si aquello realmente le afectara, lo enfurecía tal vez, pero no era nada del otro mundo. Tampoco se engañaría diciendo que preferiría que Draco no existiera, porque no era así. No le deseaba la muerte a Malfoy, ni siquiera lograba hacerse la idea de algo como eso, pero pensaba que sus vidas hubiesen sido mejor si ambos no se hallaran juntos en la misma escuela de magia...

Hanahaki Where stories live. Discover now