Injusto

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—Potter, ¿me estás siguiendo?

No valía la pena mentir, incluso para Harry eso resultaba obvio.

—Sí...

Pero contrario a lo que pudiera parecer, esa no fue la razón por la que dio su respuesta afirmativa y descarada. El verdadero motivo tenía que ver con el brillo de los pétalos de flores desapareciendo y con el lumos que conjuró momentos antes, porque gracias a la unión de esas dos acciones el aula se había iluminado y le había permitido vislumbrar algo que lo dejó descolocado.

Los ojos grises enrojecidos e hinchados.

Malfoy había estado llorando.

Tal vez fue la sorpresa lo que le impidió advertir al susodicho acercándose de manera brusca con la intención de empujarlo, pero para cuando Harry volvió a tomar consciencia, ya estaba chocando contra el piso sintiendo un leve escozor a la altura de su pecho, producto de la presión antes ejercida.

— ¡¿Y por qué?! ¡Maldición! ¡¿Cuál es tu maldito problema?!—Draco finalmente explotó, todos los pensamientos que llevaban atosigándolo desde esa tarde lo sobrepasaron— ¡¿Qué es lo que quieres?! ¡¿Qué buscas?! ¿Te preocupa que sea un mortífago? Pues te informo ¡Hay cientos más!—Draco empezaba a respirar agitado y de repente, vio una salida—Ya te lo dije ¿Qué harás? ¿Me llevarás a Azkaban? Porque si es así...—sin titubear y con arrebato, desabrochó el botón de su camisa y arremangó su saco, con ese simple acto dejó a la vista parte de su antebrazo y sobre él, una serpiente miraba al exterior, dibujada sobre la piel podía verse enroscada sobre sí misma, sin embargo, la calavera que Harry sabía que existía al final de toda esa marca, permanecía aun oculta por la tela.

El cuarto se sumió en silencio.

Draco esperaba, estaba atento a cualquier movimiento del otro, expectante a sus palabras. Cualquier decisión que él tomase lo iba a llevar al mismo final, pero tal vez, si una vez más permitía que otro se hiciera cargo del rumbo de su vida, se abriría el paso hacia otros caminos, unos que tal vez le brinden más opciones, o por lo menos, menos sufrimiento y culpa.

Sus probabilidades estaban en que Potter y su sentido de la justicia actúen y lo lleven con Dumbledore, ya sea para discutir el que harían o para enviarlo directamente a Azkaban, ambas le permitirían estar cerca del director, y allí es cuando podría pronunciar la maldición asesina y concretar su misión. Si después de eso terminaba en Azkaban, pues lástima, pero no sería mucho alimento para los dementores; y si por otro lado alguien, quizá el mismísimo Potter, optaba por cobrar venganza y arrojarle un Avada Kedavra, bien venido sea. Lo único que en esos momentos podía valer la pena era acabar su trabajo y asegurar la vida de sus padres, porque de no ser así solo le quedaría vivir con culpa y morir a merced del Hanahaki, y sabía, que una vez que sus manos se mancharan de sangre, la enfermedad no lo dejaría en paz hasta acabar con sus pulmones, corazón, todos sus órganos internos, dejándolo reducido a un montón de flores marchitas con un dolor potente acompañándolo todo el tiempo hasta que deje de sentir, hasta que deje de amar, y esa quizá, sería la sensación más cercana a la paz a la que podía aspirar de ahora en adelante.

Todo era cuestión de una elección que, para bien o para mal, ya no le pertenecía.

— ¿Qué esperas? ¡Di algo!—reclamó con los nervios de punta, sentía que una fuerte tos se aproximaba y antes de eso quería saber cual sería su destino.

—Yo...—Draco pasó saliva tratando de hacer retroceder la sensación de vómito—no voy a hacer eso, Malfoy—Harry se pasó una mano por el cabello, abrumado. —Tampoco se lo diré a Dumbledore—informó y pareció quedarse sin palabras.

El silencio volvió.

Y Draco vomitó.

Tres capullos de Pulsatilla se deslizaron por su boca hasta terminar en el suelo*. Se había inclinado para expulsar esas plantas de su sistema, pero un mareo abrupto provocó que terminara con las rodillas y las palmas apoyadas en el piso.

Hanahaki Where stories live. Discover now