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          La suerte que había tenido Natalia al encontrar el local de Eilan's World era comparable a ganar la lotería. Céntrico, en un barrio decente que iba ganando cada vez más popularidad y a un par de calles de los bares de música. Los músicos que tocaban por las noches sabían que si necesitaban algo, Eilan's World era la primera opción. Y pasaban muchos músicos por la zona de bares de Malasaña.

          Su tienda era su mayor orgullo. Había trabajado muy duro durante meses para tener todo a punto el primer día que abriera, y Damion había jugado un papel muy importante en todo ello. Los primeros meses fueron un caos. Aprender lo que era llevar un negocio solo se hace cuando tienes uno propio y siempre hay algo que falta por hacer, Préstamos, permisos, material, personal... El lío en la cabeza de Natalia fue monumental hasta que consiguieron estabilizarse, más de seis meses después de la apertura de Eilan's World.

          Aun así, la tienda le daba la vida. Tenía la oportunidad de pasar los días sumergida en la música y nunca se cansaba. Había conseguido una forma de vivir de su gran pasión y aunque no fuera de la forma que más deseaba, sí que le daba una paz y alegría incomparables.

          Cada día pasaba alguien nuevo por la tienda. Habitualmente eran desconocidos y muy pocas veces era gente cercana (no necesitaban pasar por Eilan's World porque ella misma les daba cualquier cosa que necesitaran) y es por eso que no se sorprendió al ver entrar a la chica rubia que cantaba todas las noches de viernes en El Gato Negro. Lo único que le intrigaba era que, sabiendo que hacía meses que trabajaba allí, nunca había pasado por la tienda de música de referencia de la zona. De cualquier manera, las preguntas que había en su cabeza sobre la chica rubia se disiparon cuando entró a la tienda. Tenía claro a qué venía, la noche anterior había visto con pena como se le saltaba una cuerda de la guitarra.


          Tanto Damion como ella disfrutaban de las noches de los viernes en El Gato Negro. A ambos les fascinaba la voz de Alba Reche y hablaban a menudo de ella. Las canciones que cantaba. Las que sabían que eran suyas. Cómo les daba forma con su voz y hacía que parecieran propias. La admiraban como artista, pero Natalia deseaba conocer a la persona que se escondía tras la guitarra. Sospechaba algunas cosas de la personalidad de la rubia, e intuía que era una persona con muchas historias que contar. Se lo decía la música. Porque para Natalia la música era una forma infalible de conocer a una persona. Te puede contar sobre el pasado, las heridas que están abiertas y las que ya han cerrado, lo que está viviendo en ese mismo instante, lo que anhela que pase, cómo es con otras personas, cómo se trata a sí misma. Las personas están llenas de música y cuando deciden mostrarse de esa manera ante los demás se convierten en personas vulnerables porque te están ofreciendo tocar su alma convertida en arte. Natalia valoraba eso por encima de todas las cosas.


          Había crecido rodeada de melodías de todos los tipos. De pequeña sus padres le ponían Amaral y más adelante conoció a otros artistas. Indagó en la música por todos los géneros que le fue posible porque no se contentaba con uno solo y una vez encontró a los artistas con los que más a gusto se sentía, no paró. Aun así, siempre había más que explorar, y ella nunca se rindió en la búsqueda del arte. Es así como llegó a El Gato Negro un viernes por la noche tras cerrar su tienda por primera vez. Una chica rubia de ojos cálidos estaba encima del escenario acariciando las cuerdas de una guitarra y cantando una melodía que no había escuchado nunca. Se quedó ensimismada mientras la miraba, no podía entender lo que estaba pasando porque su cerebro había dejado de procesar en el momento que escuchó su voz. Cómo les daba forma a las palabras con su boca, sonriendo tras alguna o mirando insegura al público tras terminar alguna canción. No entendía nada.

          Esa noche se quedó en el bar hasta que cerró, a la espera de poder hablar con la cantante que la había atrapado. No tuvo suerte, pero se enteró por el chico que había detrás de la barra que faltaba muy poco para que el dueño del bar se decidiera a hacer las noches de los viernes exclusivamente suyas. Desde entonces no se perdió una sola actuación de Alba Reche en El Gato Negro. De una forma u otra siempre terminaba ahí los viernes, e incluso había llevado a sus amigos al sitio para que la vieran con la mala suerte de que cuando fueron por primera vez, Alba Reche todavía no tenía su noche propia y esa noche tocó otro grupo distinto.

          Al poco tiempo, descubrió algunos secretos dentro de la música que tocaba la rubia. Cada mes, aproximadamente, cambiaba tres o cuatro canciones de las diez que tocaba habitualmente cada noche. Terminaba cada noche con un par de canciones propias que a veces se repetían y otras podían ser completamente nuevas o inconclusas. Variaba entre muchos artistas y le daba siempre su toque personal a las covers que hacía, y ese sello propio se podía ver siempre en las canciones propias que tocaba cada noche. Se había propuesto conocer a la chica que se podía atisbar tras la música sin saber que gracias a ella, ya la conocía. Y se parecían bastante.

El Gato Negro // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora