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- Me parece muy fuerte que me dejaran tirada en el bar. Ni un mensaje, ¡ni uno! Y yo preocupada por ustedes.

- Mari, tía, te dije que le avisaras de que no íbamos -se quejó África.

- Le mandé un audio... -María entró a la conversación de WhatsApp con Alba- o al menos lo intenté, mira.

          Enseñó la conversación a los demás. Efectivamente, había grabado un mensaje que nunca se llegó a mandar.

- Bueno, la intención es lo que cuenta, ¿no?

- Cállate, Carlos. Y en este caso no cuenta, a ver cómo me lo compensan. Encima que los invito a venir...

- Ya pensaremos algo. Ahora dinos, ¿qué tal fue anoche?

- Bien. Sin más. No fue nada especial. Luego de cantar estuve hablando con la chica de Eilan's World.

- ¿Con Natalia? -preguntó La Mari.

- Si, con ella.

- Joder, no sabía que la conocías, preséntamela. Está buenísima la tía.

- Y tanto. Fui la semana pasada a su tienda a por una cosa y me regaló un disco. Y anoche estaba en el bar.

- ¿Entonces te mola?

- Pero qué dices Mari, si a penas la conozco -intentó evitar la pregunta.

- Eso no es de importancia. ¿Te mola o no?

- Claro tía, tengo ojos y ella está de puta madre. Además que parece buena gente.

- Pues ve por ella de cabeza.

- No lo sé, no me apetece mucho meterme en una relación ahora mismo.

- ¿Y quién te ha dicho que debas tener algo serio con ella? La cosa puede ir de un polvo y ya.

- Mari... -la advirtió Carlos al ver la cara que ponía Alba.

- Bueno, no pasa nada. Ya nos cuentas como van las cosas con ella -dejó un beso en su mejilla y tras mirar la hora, entró a la siguiente clase que les tocaba.


          El día pasó con rapidez para Alba. Los lunes siempre eran así, y cuando terminó su horario, se dirigió al baño para limpiarse los restos de carboncillo que siempre le quedaban en las manos. Era un desastre, aunque las láminas le quedaran impecables, ella siempre acababa cubierta del maldito polvillo negro, tinta o cualquier cosa que utilizaran en clase.

- Alba Reche -pegó un salto al escuchar la conocida voz a su lado-. Diría que si ahora te viene bien tomarnos el café que me debes pero creo, y sólo creo, que te vuelvo a pillar en mal momento.

- Muy oportuna, Natalia. No sabía que tenías tanto sentido del humor -intentaba limpiarse las manos llenas de carboncillo casi hasta los codos en el pequeño lavabo de la universidad. El agua caía negra, arrastrando el pigmento por el sumidero.

- Tienes un poco en la cara -señaló Natalia. Efectivamente, tenía un borrón que cubría su mejilla derecha al completo. Alba la miró con seriedad.

- ¿Qué haces aquí?

- Vine a preguntar un par de cosas de mi carrera. No sabía que estudiabas aquí.

- Yo tampoco.

- Porque todavía no estudio aquí.

- ¿Y a qué te vas a meter?

- Intenta adivinarlo.

- Tienes cara de... -sacudió las manos para quitarse el agua que las cubría- Audiovisuales.

- Casi, esa carrera la dejé. Lo mío es el teatro musical.

- ¿Y por qué has decidido volver ahora a la uni?

- Damion y yo hemos contratado a otra chica para ir más desahogados con la tienda, el tiempo siempre se nos echaba encima y no podíamos hacer casi nada. Y hace tiempo que me apetecía volver, no me gusta mucho dejar las cosas a medias.

- Pues me alegro de que por fin tengas tiempo de hacer lo que te gusta.

- ¿Sabes qué me gustaría hacer ahora mismo?

- Dime.

- Ir a algún sitio para el café que me debes.

- ¡Mírala a ella que aprovechada!

- Admite que es un buen plan.

- Es posible. Pero voy cargada con las cosas de clase, ¿te importa si paso por mi casa a dejarlas primero?

- Claro, no hay problema.

- Si quieres puedes venir, hay un sitio cerca bastante guay y creo que conoces la zona -esbozó una sonrisa.

- No sabía que eras de las que llevan a su cita a casa la primera vez que quedan.

- ¿Esto es una cita?

- Pensaba que sí, pero bueno -dijo Natalia algo avergonzada, siendo consciente de la cantidad de fichas que le había estado tirando.

- Mira que linda, te has puesto roja y todo. Natalia Lacunza, patrocinada por Tomates Orlando.

- Vámonos, anda.

          El trayecto en autobús se les hizo corto. Compartieron auriculares, turnándose para elegir canción y Alba estaba maravillada por la cantidad de música que descubrió en el pequeño viaje de media hora. En ese rato, se dio cuenta de que quería seguir conociendo a Natalia. Había algo en ella que indudablemente la atraía como un imán y la dejaba con ganas de más. Rebosaba música por los cuatro costados, entumeciendo los sentidos de Alba y dejando su cabeza zumbada. Miró su perfil en contraste con la ventana del autobús. Tenía el porte de una reina egipcia y la sutileza de un gato en sus movimientos. Incluso sus ojos, que según recibieran la luz parecían algo rojizos, la hipnotizaban. Resistió el impulso de pasar la mano por su cabello. Sentía que de un momento a otro estaba perdiendo el control, y para ella, que solía regirse por sus impulsos, le resultó extraño el ser capaz de controlarse tanto.

          Pasaron la media hora en silencio. El teléfono de Alba reposaba contra su pierna y cada par de canciones, Natalia lo cogía rozando su muslo con las puntas de los dedos. El contacto era tan leve que no merecía ser llamado de tal forma, pero a Alba le resultaba tan natural... Todo hasta el momento que llegaron a la parada. El sol ya se estaba poniendo, por lo que tuvieron que cubrirse los ojos con la mano, pero por un momento a Alba le pareció ver un haz de luz rojo que la unía con Natalia. 

El Gato Negro // AlbaliaWhere stories live. Discover now