38. La muerte

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La muerte

Lo arrastré por el descampado sin importar lo mucho que él pusiese ensuciarse

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Lo arrastré por el descampado sin importar lo mucho que él pusiese ensuciarse. Una clase de poder desconocido me trepó por el pecho cuando recordé la tarde en la que él hizo exactamente lo mismo conmigo. Esta vez, no estaban mis gritos inundando el aire, desesperados. Solo se oían sus jadeos cada vez que se enganchaba con alguna raíz o su espalda dolía.

Llegué hasta Nora y la recorrí con la mirada, esperando verla bien viva. Aunque estaba algo pálida y todavía se presionaba la herida, ella estaba bien atenta. Nos observó y sonrió, a medida que la lluvia aumentaba lentamente de intensidad.

—Eso fue... rápido.

—Ya vengo —le dije, continuando el camino con mi asesino todavía sujeto. Necesitaba avanzar varios metros más para que el hechizo de Nora funcionara, pero solamente me detuve con él en el lugar en el que había muerto. Lo empujé al suelo y luego le pateé mi bota, hasta que esta rodó hasta su cara—. Espérame aquí y ponte al corriente —dije, señalándole el calzado.

Él se irguió como pudo y disfruté de la expresión de sus ojos al ver mi bota. Quizás no la reconocía, pero capaz podía hacerse una idea de qué se trataba. Empecé a caminar hacia la bruja y noté cómo él se ponía de pie un par de segundos de después. Aunque le dolía el cuerpo por los golpes, yo todavía estaba cerca.

Pegué un salto y aterricé junto a Nora, cuyo cabello se iba empapando y volviéndose más oscuro. Ambas lo miramos, esperando el resultado del hechizo, mientras él sacaba un cuchillo e intentaba llegar hasta nosotras. Se cayó al suelo, entre jadeos y desconcierto, y por más que lo intentó, no pudo abandonar el sitio donde ella había arrojado la sal.

—Salió... bien —musitó ella, con la voz rasposa.

Le dirigí toda mi atención y le quité cuidadosamente la mano de la herida.

—¿Crees que la bala haya salido? —le pregunté, sujetándola con paciencia y llevándola un poco hacia delante para ver el orificio de salida. Allí estaba, al menos—. Te tuvo que haber tocado el pulmón, Nora —musité. Por más que ella fuese una bruja, no me parecía que pudiese aguantar demasiado.

—Tengo más resistencia que... un humano común —dijo, leyéndome el pensamiento. Seguía faltándole el aire, eso era preocupante.

—¿Cómo cuánto? —le espeté—. Tengo que llevarte con tu abuela.

—Tienes que... matarlo... primero.

—Estará atrapado ahí —repliqué, echándole a un vistazo al pobre imbécil, que seguía gritando intentando llegar hasta nosotras.

—Puede llamar... a la policía... o algo. Evitar estar solo aquí contigo...

Apreté los labios.

—¿Y sugieres que te deje morir? Tiene un cuchillo, podría demorarme.

Nora hizo algo parecido a un puchero y miró a mi asesino con una expresión molesta. Era totalmente culpable de su dolor y de que probablemente eso se extendiera en el tiempo.

Suspiros Robados (Libro 1) [Disponible en librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora