Capítulo 1

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Hacía cinco minutos que la sirena que señalaba el inicio del recreo había sonado. Sus compañeros se habían ido corriendo a jugar, pero ella prefería verlos desde lejos.

Alba era una niña muy tímida y, en el mes y medio que llevaba en el colegio, aún no había conseguido forjar una amistad. No le importaba, ni mucho menos se sentía sola. A pesar de no interactuar, mirarlos y escucharlos mientras se entretenían la hacía feliz.

Se sentó en las escaleras por las que salía de clase y abrió la bolsita de su comida. Sacó de ella el tupper con el trocito de bizcocho que su padre le había hecho e intentó abrirlo. Estaba muy duro, por lo que lo giró para tirar con una mano de cada lado. Tiró y tiró y, cuando por fin se abrió, lo hizo lanzando el bizcocho por el aire. La pequeña Alba abrió sus ojos marrones y formó una O con su boca.

-Ahí va...- Posó el tupper y la bolsita y bajó los tres escalones que le quedaban para llegar a su comida. Cogió el bizcocho e inspeccionó su estado. Tenía bastante porquería, pero no podía quedarse sin comer. Sacudió como pudo la parte afectada y se lo llevó a la boca.

-¡No!- Un grito la sorprendió cuando ya había dado el mordisco. Se giró, asustada, para ver cómo una morena que parecía mayor caminaba con decisión hacia ella.- No se comen las cosas que se caen al suelo.- Regañó con el ceño fruncido. Alba, mientras la niña la reprendía, masticaba con gusto la comida que su padre le había preparado.

-Pero tengo hambre...- Se quejó.

-Trae.- La chica le quitó el bizcocho y lo tiró a la primera papelera que encontró.

-¡Mi bicocho!- Protestó. La morena volvió a su lado y se sentó en las escaleras esperando que Alba hiciera lo mismo. Sin embargo, la rubia ya no se fiaba. Esa chica le había tirado su comida, ¡su bizcocho! Con el amor que le había puesto papi al cocinarlo...

-Toma.- Sacó de su bolsita un bocadillo y lo partió más o menos a la mitad para darle un trozo a Alba.

-Pero es tu comida...- Dijo dudando si cogerlo o no.

-Hay para las dos.- Aseguró la morena con una sonrisa. Alba cogió la comida que se le ofrecía y se sentó junto a la chica.

-Gracias.

-De nada. Me llamo Rocío, ¿y tú?

-Alba.- Dio un mordisco al bocadillo, que era de queso, y se quedó mirando a Rocío. Tenía los ojos... ¿Verdes? Sí, creía recordar que ese color se llamaba así. "Qué raro," pensó "papi y yo los tenemos marrones".

-Voy a cuatro años. ¿Tú cuántos tienes?- Preguntó antes de empezar a comer ella también. Alba levantó tres dedos y Rocío asintió.- ¿Estás en el A?- La rubia negó.- ¿En el B?

-Sí.

-Yo en el A.- La más pequeña se quedó callada y siguió comiendo. No sabía qué decirle, no solía hablar mucho.- ¿Quieres ser mi amiga?

-Vale.- Alba no entendía qué era aquello, qué alcance tenía el significado de esa palabra, pero sabía que, cuando se lo preguntaban a sus compañeros, ellos siempre respondían que sí.

-¡Genial! Pues serás mi mejor amiga de tres años.

-Vale.- Repitió.

Lo poco que quedaba de recreo, se lo pasaron comiendo en silencio. Rocío no sabía qué más preguntas hacerle en ese momento y, desde luego, no iba a ser Alba la que sacara un tema de conversación. Cuando sonó la sirena, cogieron sus respectivas bolsitas y corrieron a colocarse en las huellas que marcaban el inicio de la fila. Alba fue hacia las amarillas y Rocío hacia las rojas.

Los niños fueron llegando en tropel y se colocaron en sus filas correspondientes. Las profesoras aparecieron y fueron llamando a las distintas clases. Iban de mayor a menor curso, por lo que, cuando Rocío subió las escaleras, se giró antes de cruzar la puerta y gritó:

-¡Hasta mañana, Alba!- La susodicha, con un sonrojo que había heredado de su padre, levantó la mano y la movió con timidez mientras veía a la morena desaparecer.

Esa misma tarde, cuando salió de clase, Alba corrió a abrazar a su padre y le contó que había hecho una amiga. Raoul, gratamente sorprendido, cogió a su hija en brazos y miró alrededor.

-Ah, ¿sí? ¿Y quién es?

-Es de cuatro.- Explicó. Solo los alumnos más pequeños salían por la parte de atrás del colegio, así que la morena lo haría por la otra puerta junto con el resto de alumnos.- Se llama Rocío, papi.

-Qué bien, cariño.- Respondió dejando un beso en la cabellera rubia.- ¿Y le has hablado tú?- Cuestionó comenzando a caminar fuera del recinto escolar. Deseaba que la respuesta fuese afirmativa, pues estaba comenzando a preocuparle el hecho de que Alba no hablara a no ser que la otra persona se dirigiera a ella primero.

-Eh... No. Es que... Me ha dado un poco de su comida.- Dijo avergonzada sin ser capaz de mirar a su padre a la cara.

-¿Y el bizcocho?- Preguntó dolido, le había salido muy esponjoso aquella vez.

-Papi, lo siento. Cuando abrí la cajita el bicocho se me cayó al suelo... Y Rocío me dijo que no se comen las cosas que se caen al suelo.- Raoul suspiró de alivio, al menos una de las dos tenía sentido común.

-Y tiene razón, Alba. Te lo he dicho varias veces. ¿O no es cierto?

-Sí...- El rubio sonrió notando cómo su hija apoyaba la cabeza en su hombro y acarició su espalda con una mano.

-En casa hay más bizcocho si quieres, ¿vale?- Alba asintió.- Entonces, ¿te cae bien esa Rocío?

-¡Sí!- Respondió con entusiasmo volviendo a levantar la cabeza.- Es mi mejor amiga de cuatro años.- Repitió las palabras de la morena.

-Bueno, tendré que conocerla algún día...- Murmuró para sí mismo.- A ella y a sus padres.

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A ti, writirene por estar siempre ahí, por darme ánimos para seguir escribiendo y por abastecer al pueblito cuando estaba convaleciente😜💛

My youth is yours; albocíoWhere stories live. Discover now