7.

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Tira la mochila fuera y sube de un salto a través de la abertura.

Yo avanzo hacia el agujero, puedo verle vuelto de espaldas. Supongo que hoy no me ayudará a subir.

Normalmente me tiende los brazos desde arriba y me sube casi sin despeinarse, pero hoy no. Debe seguir enfadado por lo del pasillo.

Pues yo también sigo molesta por lo de Sal. Y no me hace falta su ayuda.

Primero, tiro mi mochila fuera y después me coloco en el centro del agujero. Flexiono las rodillas y doy un buen salto. Consigo sacar medio cuerpo fuera y agarrarme al borde antes de resbalar y caer. Me quedo colgando unos instantes pero consigo arrastrarme fuera usando los brazos.

Caigo al suelo pero no me permito descansar, con un nuevo salto me pongo en pie y me echo la mochila al hombro.

Zach también lleva la suya, pasa por mi lado y se agacha para cerrar la compuerta sin decir nada. Ni siquiera sé si me miraba.

De no ser porque ahora mismo la cabeza me da vueltas, yo misma me habría agachado. Me llevo una mano a la frente, necesito cerrar un momento los ojos para que todo deje de moverse.

No sé cuánto tiempo ha pasado; pero al abrirlos, Zach ha cerrado la puerta y me observa con las cejas levantadas.

-¿Qué te ocurre?- me pregunta. No pienso decirle lo de la cabeza, así que le miro como si nada.- ¿Seguro que estás bien?-

Parte del enfado se retira de sus ojos para dar paso a la habitual preocupación y me fastidia tanto que levanto el mentón al tiempo que me ajusto las correas de la mochila.

-Perfectamente-

Resoplido y caída de párpados, su gesto preferido.

-Genial. Pues vamos-

Sin dirigirnos una palabra más, nos encaminamos hacia los Campos que debemos cruzar antes de llegar a los Montes.

Tenemos el sol justo sobre nuestras cabezas, su calidez me roza la piel y una suave brisa empuja hacia mí el olor de la tierra húmeda.

Todos los olores del exterior me encantan.

En los Campos nos encontramos con los Agricultores que nos saludan con un movimiento de cabeza y siguen trabajando.

Las plantas que sobresalen de la tierra relucen como diamantes al sol y desde la granja, situada más allá, me llegan los sonidos de los animales. Los mugidos de las vacas y el cacareo de las gallinas son los únicos que conozco. Alguna vez he oído el canto de un pájaro en los Montes, pero no tengo ni idea de que sonido hacen los conejos o los peces.

Ante nosotros, emerge una pequeña verja que rodea los Campos. La puerta se atascó hace años y nadie se ha molestado en arreglarla.

Hace ya algunos meses que Nora decidió que Zach y yo nos encargáramos siempre de la misma zona: la parte más alta del Monte central. Y puso al resto de patrullas en las zonas más bajas de los otros Montes, así que casi nunca vemos a nadie.

Zach pasa por encima sin demasiada dificultad, claro que su elevada altura es una gran ventaja para ello. A mí me cuesta algo más, en especial hoy que él no me ayuda.

Al menos sí se detiene a esperarme.

-¿Todo bien?- quiere saber.

Yo asiento, decidida a ocultar mi fatiga.

Entonces Zach mueve la mano en mi dirección, pero a mitad se detiene como si algo le hubiese golpeado.

Parpadea y deja caer el brazo.

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