8.

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-Zach…- murmuro aterrada. No puedo moverme, no puedo apartar los ojos de su cuerpo inerte. Sigue sin moverse. Puede que haya…-No, no, no- me digo a mí misma.

No, no es posible. La altura por este lado no es tan elevada como por el de la subida y ha caído rodando por la hierba, seguro que algún arbusto le habrá parado.

Zach está bien. Bueno, bien no. Pero está vivo, sé que lo está.

Tengo que bajar a ayudarle.

Me pongo de pie y sin pensar en mi propio dolor, me lanzó Monte abajo.

Bajar es mucho más fácil, a pesar de que las piernas protestan con pinchazos con cada zancada que doy. No importa, la distancia se va acortando y ni siquiera me preocupa que los ojos me ardan y la cabeza me palpite.

Solo me preocupa que cada vez voy más rápido y no soy yo la que aumenta de velocidad, sino la inercia de ir hacia abajo.

Algo se me clava en el pecho, es como un metal al rojo vivo y cada vez me cuesta más respirar. Tengo que reducir la velocidad y no puedo.

¿Y si no puedo pararme a tiempo y le paso por encima?

Voy demasiado deprisa, si tropezara ahora el golpe sería terrible. Y si me golpeo y yo también caigo inconsciente ¿Cómo voy a ayudar a Zach?

Entonces la vista se me nubla y me invade de nuevo esa ola de calor que me recorrió los brazos. Esta vez la siento también en las piernas, en la cara, por todas partes. Es tan intensa en los ojos que tengo que cerrarlos.

Mala idea.

Mis pies, desorientados por la oscuridad que envuelve mi cerebro, avanzan a trompicones hasta que se enredan en algo y me hacen caer. El dolor sacude mi cuerpo, pero yo chillo solo por la sensación de caída.

Ruedo unos metros y lo único que puedo hacer es taparme la cabeza con los brazos hasta que mi cuerpo se detiene por completo.

Me quedo boca abajo, enrollada sobre mí misma, todavía con la cabeza dándome tumbos. Los oídos me zumban como nunca.

Apenas logro moverme hasta que el mundo entero vuelve a colocarse en su sitio. Respiro hondo, pero el olor de la hierba que tengo pegada a la nariz casi me ahoga.

Apoyo las palmas en el suelo y empujo para darme la vuelta.

Un nuevo dolor me atenaza la espalda cuando quedo boca arriba, pero eso no es lo que más me asusta.

¡No veo nada! La oscuridad me rodea totalmente.

No. Es que no he conseguido abrir los ojos. Aunque al hacerlo, me parece que de verdad todo se ha oscurecido. El cielo se ha teñido de una tonalidad purpurea, como si estuviera a punto de anochecer.

Quizás he perdido la conciencia un rato.

Intento incorporarme y todas las articulaciones de mi cuerpo crujen, chirrían o me duelen en silencio humedeciéndome los ojos.

No tengo tiempo para esto.

Miro a mí alrededor hasta localizar a Zach. Sigue inconsciente, en la misma posición. Tiene un aspecto terrible.

Gateo hacia él antes de que el pánico me paralice de nuevo y me coloco a su lado. Su rostro esta pálido, y tiene el lado derecho cubierto de sangre. Se ha hecho un corte en la sien o eso parece. Hay demasiada sangre para poder estar segura.

Lo primero es comprobar que… que sigue con vida.

Recuerdo lo que Sal hizo en su consulta para oír mis pulmones. Me inclino y pego la oreja en su pecho. En un primer momento no oigo nada y siento una horrible sacudida por dentro, pero decidido esperar hasta que mis oídos dejen de zumbar. Entonces lo oigo, su latido.

Patrullas del ExteriorWhere stories live. Discover now