11.

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Me vuelvo con la espalda pegada a la corteza conteniendo la respiración y siendo más consciente que nunca del peso de las tijeras en mis manos.

Frente a mí hay algo parecido a un claro, con algunos arbustos salvajes y espinosos esparcidos sin orden. Uno de ellos se agita haciendo un ruido de arrastre. Me pongo alerta, ignorando el foco de miedo que se me ha abierto en el estomago.

No sé bien qué hacer y lo único que se me ocurre es alzar las tijeras, sujetándolas con ambas manos para evitar los temblores.

¿Qué debo hacer? ¿Me quedo esperando a Zach cuando algo me acecha en ese arbusto? ¿Intento enfrentarme a eso?

Es absurdo porque lo más seguro es que ambas opciones me conduzcan al mismo desastroso resultado. Una Recolectora no tiene ninguna oportunidad de sobrevivir en una confrontación, mucho menos una como yo.

El arbusto sigue agitándose ante mis ojos y por algún motivo la idea de quedarme esperando como una tonta se me clava por todo el cuerpo, incitándome a dar un paso.

Sí. Puedo hacerlo. Igual que Zach.

Me separó del árbol y camino despacio hacía el arbusto, preparada para cualquier cosa. Aunque no sepa cómo reaccionar a ella.

Hay algo entre las hojas triangulares que convierten al arbusto en una masa sólida verde oscuro. Al menos sé que no es muy grande porque no sobresale por ningún lado.

Vale. Puedo con algo pequeño. Espero...

Ahora que estoy más cerca de él, oigo unos leves quejidos que se escapan de entre las hojas. Respiro hondo y alzo una mano para apartar las ramas superiores. El arbusto es incluso más espeso de lo que me había parecido al mirarlo, tanto que necesito las dos manos para rebuscar en su interior, pero al meter las tijeras dentro, oigo un chasquido y el arbusto deja de moverse.

Aparto las manos de improviso y lo miro con el ceño fruncido.

El arbusto hace un último movimiento y levanta una capa de polvo que me da de lleno en la cara. Se me mete por la nariz, por la boca, por los ojos y en cuanto la textura de la arena roza mi garganta, ya irritada por el constipado, estalla en mi pecho uno de los peores ataques de tos que he tenido jamás.

Se me forma un dolor en el estomago que me hace doblarme en dos y apoyar las manos en el suelo.

Mi visión está también deteriorada por el polvo, pero a pesar de las lagrimas puedo ver que algo sale disparado del interior del arbusto directo hacia mí. Levanto las manos para intentar pararlo, pero esa cosa las esquiva y aterriza limpiamente sobre mi estomago, cortándome de golpe la tos.

Inevitablemente pierdo el equilibrio y caigo sobre mi espalda, aunque consigo no golpearme la cabeza, mi columna vertebral se resiente por el impacto.

Hasta que el dolor disminuye un poco, no puedo ni levantar la mirada. No obstante, soy consciente de que tengo algo sobre el estomago. No sé si es peligroso, tengo que actuar con cuidado.

Primero retiro los restos de lagrimas de mis ojos con el dorso de la mano y alzo la mirada.

¿Qué demonios es eso?

La criatura que tan cómodamente (para ella) se ha sentado en mi tripa es algo que nunca había visto. Ni viva, ni en ninguno de los libros del pasado.

Es parecido a una bola de algodón, solo que de color rosado, aunque tan desgastado que se acerca al gris sucio. Quizás se deba a la escasez de luz. Por debajo asoman un par de piececitos y de los costados, dos diminutas patas y hay otra bola peluda sobre la más grande ¿Es su cabeza? De ella cuelgan dos grandes orejas, casi del mismo tamaño que todo su cuerpo. Y lo que más llama la atención son sus ojos. Son exageradamente brillantes. Y me miran fijos.

Patrullas del ExteriorWhere stories live. Discover now