II - Las cosas no siempre salen bien

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Rodaerick

Todas las noches los personajes más sórdidos de la ciudad se daban cita en el mismo lugar. A sabiendas de que nadie los molestaría, individuos de la peor calaña se reunían en el mismo edificio de piedra, de donde era imposible salir con el bolso o la nariz intacta. Sin embargo, esa noche en especial dos hombres se encontraban charlando ahí con suma tranquilidad, como si estuvieran dando un paseo por los jardines del palacio.

—Por decreto real, siempre debía haber seis de nosotros... ahora sólo quedo yo.

El viejo hombre había dicho estas palabras con la mirada perdida mientras la cerveza le goteaba por la barba canosa.

—¿Qué pasó con el resto? —su acompañante finalmente pronunció la pregunta que llevaba toda la velada esperando hacer. Sabía que antes tenía que ganarse la confianza del viejo si quería sacarle la información que necesitaba. Todo había resultado más complicado de lo que inicialmente había considerado.

Primero, el encontrarlo había sido tan fácil de sobrellevar como una patada en el estómago. Normalmente sabía descifrar la red de rumores que se decían en las calles para encontrar la poca verdad que se escondía en ellos, pero eso no ocurrió así en esta ocasión. Sus primeras pesquisas lo habían llevado casi a las orillas del reino, y todo para que el supuesto sobreviviente de la Tragedia resultara ser un cuidador de asnos.

Posteriormente había vuelto a la capital, donde la verdad daba la impresión de querer escapársele de las manos cada vez que se sentía a punto de alcanzarla. Y ahora, justo cuando finalmente parecía haber encontrado al hombre que buscaba, éste se había negado rotundamente a hablar sobre lo que había vivido hacía diez años, y Rodaerick se había visto forzado a comprarle tantas rondas de alcohol para soltarle la lengua que le sorprendía que el viejo siguiera en pie.

—Fue ese día de la boda... si no hubieran ido nunca a... —un ataque de tos recorrió al hombre de pies a cabeza, y Rodaerick pidió una jarra para sí mismo en esperanzas de que le diera la paciencia que necesitaba.

Fue entonces cuando se desató el infierno en la tierra. Una pelea iniciada por unos borrachos en la mesa de al lado se había extendido a todo el local, y Rodaerick no fue lo bastante rápido como para esquivar una silla que se estrelló directamente en su cabeza. Mientras se hundía en la inconsciencia los detalles del resto de la noche se volvían cada vez más confusos en su mente, pero de una cosa estaba seguro: su entrevista tendría que continuar en otra ocasión.

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Cuando volvió en sí era la única alma en el lugar, y el mundo estaba de cabeza arriba. El sol que entraba por las diminutas ventanas le escocía las pupilas y hacía que le retumbara la cabeza. Cerró los ojos y reprimió un quejido.

El sonido de alguien recogiendo cristales rotos junto a él lo obligó a reaccionar.

—Así que está vivo. Mi hija y yo nos preguntamos si alguien vendría por usted o deberíamos de echar su cadáver a la calle de una vez.

El tabernero, una persona de expresión tan poco amigable como el lugar que dirigía, se veía con toda la intención de hacer realidad sus palabras. Rodaerick trató de ponerse en pie, solo para caer estrepitosamente sobre el mugriento suelo. Comprendió entonces que había estado recostado con la cabeza abajo sobre una de las mesas, lo que explicaba la postura antinatural que tenía el mundo al despertar y la migraña que parecía aumentar a cada minuto. Aunque quizás el golpe que había recibido tenía algo que contribuir a eso.

Levantándose con dificultad se dio cuenta de la extraña imagen que ofrecía. Sus ropajes negros habían resultado excelentes para ocultarse en las sombras de la noche, pero en ese momento y a plena luz del día le daban una apariencia sospechosa y fuera de lugar.

Salió del lugar tratando de recomponerse y revisando sus pertenencias. Por fortuna aún parecía tener consigo lo más importante: el pedazo de papel con la descripción del viejo y los lugares que solía frecuentar. Al parecer la pieza más importante de su misión no le había llamado la atención a los ladrones analfabetas.

Un chiquillo harapiento se le acercó. Rodaerick estaba a punto de decirle que no llevaba dinero consigo (lo cual, lamentablemente, se dio cuenta que era verdad al terminar de examinar sus bolsillos), cuando el niño sacó de su bolsillo un sobre cerrado. En cuanto vio el escudo de armas en el sello supo que la carta no contenía buenas noticias, y también supo lo que estaba escrito dentro de él.

Se solicitaba su presencia en el Palacio Real.

De manera urgente y extraoficial, como siempre.

Abrió con impaciencia la carta y confirmó sus sospechas. Su ceño se fue frunciendo cada vez más profundamente a medida que leía la misiva. Al parecer, además de tener que presentarse al Palacio para exponer los pobres resultados de su misión, tenía que reportarse para recibir un nuevo encargo. Lo último que deseaba era adelantarse a los hechos, pero su instinto le decía que en esta ocasión tendría que ir más allá de los bajos fondos del reino.

La Corte de los SecretosWhere stories live. Discover now