XIII - La aventura de Milos

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Milos

Obtener el broche de la señorita de Beville estaba resultando un poco más complicado de lo que Milos había pensado en un principio. Ya había pasado un día entero, y había estado tan ocupado que no había tenido la oportunidad de ir a buscarla.

Para empezar, las cocineras lo habían tratado como a un burro de carga. ¡Milos, trae acá esa caja de cebollas! ¡Milos, cuidado al subir los vinos de la bodega! ¡Milos, bájate de ahí o vas a romper todos los botes de conservas!

En fin, ese tipo de cosas.

Lo peor había sido cuando lo expulsaron definitivamente de las cocinas. De una forma que él consideraba completamente injustificada. Cualquiera podía equivocarse y confundir los botes de sal y azúcar. Además, en su opinión, las tartas de manzana aún podían comerse, sólo era cuestión de ponerle unas buenas cucharadas de melaza para contrarrestar lo salado.

Ahora sí que tenía que conseguir el broche a toda costa. No sólo porque su honor estaba en juego frente al señor Albourne, sino porque después de haber sido despedido de las cocinas, encontrar trabajo en otro lugar sería bastante difícil. Nadie querría tomar como aprendiz a un extranjero como él, sin referencias y sin un centavo a su nombre.

Avanzó meditabundo por el patio exterior, esquivando caballos y mercaderes. Almaine resultaba fascinante para alguien como él, especialmente el castillo Promesa de Sangre, aunque le parecía inimaginable que alguien hubiera aceptado que le pusieran un nombre tan perturbador a un lugar tan bonito.

Con cada minuto que pasaba se iba acercando el plazo puesto por el señor Albourne, así que tendría que darse prisa. Se escabulló por los establos para entrar al castillo, con cuidado de que nadie de las cocinas lo viera. Logró llegar hasta el Gran Salón sin problemas, hasta que de repente vio al Lord Majordome acercándose en su dirección. En un ataque de pánico, cogió el jarrón con flores más cercano y tapó su rostro con él, hasta que sintió que el peligro hubo pasado. Sin soltar el florero, continuó su camino hasta que llegó a un corredor anexo. En un principio pensó que era un lugar destinado para los sirvientes, ya que las paredes estaban desnudas de los ricos tapices que solían colgar de ellas para bienestar de los nobles. Sin embargo, inmediatamente se dio cuenta de su error. Si bien no había tapices, las paredes de piedra sí estaban decoradas.

Las dos paredes laterales del pasillo estaban adornadas con retratos de quienes parecían ser gente importante, a juzgar por sus ropas caras y bocas fruncidas, todos con esa solemne expresión de alguien que no ha podido ir a la letrina en muchos días.

—Esas flores hacen falta en la sala del trono, si no me equivoco.

Una elegante mujer entró por la puerta que estaba en el otro extremo del pasillo. A pesar de estar tan bien vestida como los personajes que los observaban desde arriba, a contrario de ellos, tenía en sus labios una sonrisa dulce. Era una dama de apariencia tan noble que Milos sintió la necesidad de bajar la vista.

—Sí, estaba a punto de llevarlas allí. Una pregunta, mi señora. ¿cuál de ellos es la señorita de Beville? —dijo señalando las pinturas.

—Estas pinturas son bastante antiguas, y la mayoría son de personas ya fallecidas. Me temo que no encontrarás a milady —le informó meneando la cabeza—. ¿Por qué quieres saberlo?

Incapaz de salir con una buena excusa, Milos decidió cambiar de tema.

—¿Por qué todos están pintados con un animal al lado?

La Corte de los SecretosWhere stories live. Discover now