XII - Sí, señor

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Amirah

A Ser Maddox no se le conocía como "el Viejo Zorro" por nada. Su ingenio y astucia, aunados a su cercanía con el monarca, lo volvían uno de los hombres más peligrosos de Almaine.

Habiéndose criado bajo su tutela, Amirah era una de las pocas personas que lo conocían en su faceta de hombre de familia, aquella que tenía mucho cuidado de ocultar al resto de la corte.

Estando los dos solos en el Salón del Consejo una vez que la reunión terminó, Amirah sabía leer su lenguaje corporal lo suficientemente bien como para saber que estaba a punto de ser aleccionada.

—Me tomas por un tonto o un ingenuo si crees que me ha pasado desapercibida tu antipatía hacia Lord Albourne —comenzó Ser Maddox, su fuerte voz de barítono resonando en la sala—. Honestamente, aún no he decidido cuál de las dos opciones me molesta más.

La mirada de reproche que le dedicó hubiera puesto a temblar de miedo a cualquier otra persona, pero Amirah la había recibido tantas veces que su efecto se había ido diluyendo como tinta en el agua.

—¿A qué se refiere, mi señor?

—Ahí vas de nuevo con esos ojos de virgen piadosa que podrían engañar al Papa. Para tu mala suerte, mis canas son más que una decoración en mi cabeza, niña. Cada una de ellas es una lección aprendida, y créeme que muchas de ellas provienen de los enojos que me hacen pasar Ulrech y tú. ¿Qué me están ocultando en esta ocasión?

Mentir sería inútil. Amirah decidió decirle la verdad porque tarde o temprano, los espías del Zorro terminarían por comunicársela.

—Yo ya conocía a Lord Albourne antes de que Ulrech lo presentara ante el consejo. Fue a buscarlo a sus habitaciones el día de ayer, pero no pudo atenderlo porque se encontraba con Cécile.

Ser Maddox se llevó las manos a la cabeza en un gesto de desesperación.

—¡Cécile! ¡Siempre es esa Cécile de Béziers! Por más que le digo a ese crío que deje de jugar con mujeres y se ponga a cumplir con sus obligaciones como rey, siempre termina haciendo lo que quiere. ¡Y tú, Amirah, tú tienes la culpa de ello! Te la pasas solapando sus desvergüenzas cuando sabes perfectamente que ese no es tu papel.

—Por favor, mi señor, no se moleste con Ulrech. Como usted lo dijo, fue mi culpa.

—Ya se me ocurrirá que hacer contigo. Ahora dime cómo pasó todo.

—Yo me encontraba leyendo fuera de la habitación de Ulrech, cuando llegó Lord Albourne. ¡Ese hombre prácticamente me gritó, mejor dicho, me ladró diciendo que me quitara de su camino! Y eso que yo le había dicho muy educadamente que el rey estaba ocupado y no podía recibirlo. Esa no es forma de comportarse en esta corte. O en ninguna otra, si a esas vamos. Parecía un perro rabioso al que nadie ha sabido educar.

—Pues es una lástima que pienses así, porque vas a tener que pasar bastante tiempo con él de ahora en adelante.

—Sí, claro —dijo Amirah con sorna, hasta que se dio cuenta que Ser Maddox no compartía su expresión—. ¿Qué quiere decir con eso?

—Necesito que te acerques a Lord Albourne y te ganes su confianza. Su Excelencia tiene grandes cosas planeadas para él en el futuro.

—¿Qué cosas?

—Aún estamos detallando algunas partes del plan —fue todo lo que declaró Ser Maddox.

Eso era extraño. Normalmente , Ser Maddox solía ser un libro abierto con ella. ¿Qué sería eso que Ulrech y él se traían entre manos?

La Corte de los SecretosWhere stories live. Discover now