IV - El retorno del rey

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Amirah

—La falta de noticias son buenas noticias.

Amirah levantó la vista de los tratados que llevaba toda la mañana redactando. Había estado tan concentrada leyéndolos que no había reparado en la presencia de la persona recargada en el marco de la puerta.


Ser Maddox entró al scriptorium con una leve sonrisa en el rostro. El segundo hombre más importante del reino tenía un porte tan aristocrático que todos los lugares a los que iba parecían empequeñecerse con su presencia.

—El mensajero dijo que volverían antes de la puesta del sol. Ya casi es el momento, y aún no han llegado. ¿Y si les pasó algo en el camino? ¿Y si...

—Si alguna desgracia le hubiera acontecido a nuestro querido monarca, ya nos habríamos enterado —la tranquilizó, sentándose con familiaridad tras el escritorio de ébano y nácar que se encontraba a mitad de la sala. Estaba repleto de papeles, a excepción de una esquina donde un tazón de plata ofrecía unas brillantes manzanas. Estiró el brazo y tomó la más grande de todas.

—Es cierto —reconoció ella—. Aunque a decir verdad, he estado tan ocupada con los estos documentos que casi no he tenido tiempo de pensar en eso.

El caballero la miró de arriba a abajo, sometiéndola a un riguroso escrutinio. Una vez que se sintió satisfecho con su examen, le dio jubiloso una mordida a su manzana.

—No podías engañarme cuando eras una cría que apenas y podía escribir su nombre, ¿qué te hace creer que puedes hacerlo ahora?

—Los años de práctica, tal vez —respondió Amirah coquetamente mientras se sentaba en una esquina del escritorio.

—Estoy seguro de que te has pasado las últimas dos semanas encerrada en estos cuatro muros. Deberías aprovechar el tiempo libre que tienes ahora que mi sobrino no está aquí: salir a montar, organizar bailes, qué se yo, lo que sea que les guste a las mujeres de tu edad.


—Me gusta trabajar.

—Bobadas. El problema es que estás tan malacostumbrada a pasarte el día entero junto a él que cuando tienen que separarse sufres más que si te hubieran quitado la sombra. Y sé que para él es igual.


—¿Ha venido solamente a robarme la fruta? Porque me parece que la mano derecha del rey debería tener mejores cosas que hacer —le provocó para cambiar el tema de la conversación. No era extraño que Ser Maddox hiciera un espacio en su agenda para ir a ver cómo le iba en sus tareas diarias, pero algo le decía que en esta ocasión había algo más.

La expresión del hombre se ensombreció y se pasó una mano por la recortada barba oscura, la cual ya portaba algunas hebras de plata.

—Me temo que en el sur del reino no se goza de la falta de noticias —tan sólo con esas palabras, una sensación de pesadez se apoderó de Amirah.

Los Estados Libres del Sur les habían estado causando problemas desde tiempo atrás. Se trataba de un conjunto de pequeños reinos que se habían unido bajo la dirección de personas con poca inteligencia pero gran ambición, lo que los volvía considerablemente peligrosos. Encabezados por el Conde Winnifred de Kulfnad, habían organizado revueltas, ocasionado disturbios e incluso se habían atrevido a atacar algunos pueblos fronterizos de Almaine. La situación se había vuelto tan delicada que el rey Ulrech se había visto obligado a enviar una facción del ejército para que patrullara la frontera sur y le diera un respiro a sus habitantes.

—¿Qué se dice por allá?

—Mis espías acaban de informarme que Wninnifred de Kufnald está planeando un golpe de estado para apoderarse de Almaine. Se viene la guerra, Amirah —anunció Ser Maddox con pesar.

La Corte de los SecretosWhere stories live. Discover now