XI - Todo puede pasar en un jardín

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Rodaerick

Lady de Beville cumplió con su palabra. La cita para su audiencia privada llegó de manos del mismísimo Lord Majordome, quien le entregó una nota diciendo que Su Excelencia recibiría a Lord Albourne a mediodía del siguiente día, firmada por puño y letra del monarca.

Exactamente un cuarto de hora antes de la hora indicada, un criado vestido de escarlata y dorado se presentó para "llevar a milord a su cita". Rodaerick lo siguió en silencio, y se extrañó cuando pasaron de largo frente a la escalera que llevaba al ala norte.

Salieron por uno de los costados del castillo y rodearon todo el edificio en dirección al norte por el patio interior, hasta que una pesada reja de metal les cortó el paso. Al ver a Rodaerick, los guardias asintieron y abrieron la reja, invitándolo a pasar. En cuanto lo hubo hecho, cerraron la reja de golpe a sus espaldas.

El criado avanzó un par de metros más, y Rodaerick pronto comprendió que se encontraba en medio de un jardín privado. A excepción de unos cuantos trabajadores que se dedicaban a arrancar maleza y darle forma a los setos, había sólo un hombre en el centro del lugar, quien volteó a mirarlos en cuanto escuchó sus pasos sobre la tierra.

—Lord Albourne —dijo Ulrech con voz fuerte y clara—. Sea usted bienvenido a Almaine.

Con un gesto despidió al criado, quien se retiró con una reverencia.

—Es todo un honor, Su Majestad.

—Venga, demos un paseo —le indicó el rey, y Rodaerick comenzó a caminar ligeramente detrás de él.

—¿Le gustan los jardines, Lord Albourne?

—Vengo de una parte del mundo muy inhóspita, Su Majestad. Me temo que los jardines no son mi especialidad.

—Yo prefiero tener mis pláticas más importantes en los espacios abiertos. Los salones del castillo pueden llegar a ser tan... públicos a veces. Nunca se sabe quién puede estar detrás de las cortinas escuchando. Aquí, sin embargo, todo está a la vista. Nada se puede ocultar.

Rodaerick paseó la mirada por el lugar. Era diferente a lo que estaba acostumbrado, como había dicho, pero podía entender su encanto. El jardín estaba sumamente bien cuidado, y tan verde como si estuviesen todavía en plena primavera. Los únicos sonidos eran los ocasionales cantos de los pájaros, y el suave murmullo del agua en una fuente lejana.

—Si me permite la pregunta, Majestad, ¿por qué me ha citado aquí?

—¿Por qué fue a mis habitaciones ayer con tanta premura, milord? —replicó Ulrech—. Tenía pensado delegar el asunto de su comitiva y las pláticas de paz entre nuestros reinos a Ser Zander. Es un hombre de reputación impecable, y sabe todo lo que puede saberse acerca de este tipo de asuntos políticos.

—¿Y qué lo hizo cambiar de opinión?

—Le diré algo, milord. Puede ser honesto conmigo. Le doy mi palabra de honor que lo que sea que discutamos aquí, no se lo revelaré a nadie. ¿Qué tan serias son las pláticas de paz que viene ofreciendo? —Ulrech detuvo la velocidad de sus pasos y lo miró, expectante.

—Tan serias como pueden llegar a ser, Majestad.

—Excelente respuesta —afirmó con una sonrisa, mientras retomaba el paso—. Sin embargo, ambos sabemos que eso no es verdad. Si bien es cierto que Almaine ha resentido las consecuencias de no contar con acceso a los puertos de Gérolstein, no veo por qué Lord Withinghall no pueda seguir con la actitud que ha mantenido hasta ahora.

—Con el debido respeto...

—Ahórrese la respuesta, Lord Albourne. Asumiré que fue algo inteligente, porque sé que usted lo es. Por eso le diré lo que pienso: desde mi posición, resulta bastante inconveniente que las pláticas de paz sean infructuosas y usted se vaya de aquí exactamente como llegó. Por el contrario, si se llevan a cabo y obtenemos el resultado esperado, las consecuencias podrían llegar a ser bastante beneficiosas para los dos.

La Corte de los SecretosWhere stories live. Discover now