X - Almaine vs. Gérolstein

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Rodaerick

Pasó decididamente frente a los guardias que vigilaban la puerta de los Grandes Apartamentos, sin darles la más mínima oportunidad de que lo detuvieran. Para su sorpresa, no escuchó que vinieran detrás de él.

La noticia que le había dado Lord Persifal la noche anterior había sido una verdadera sorpresa, y una que lo ponía en una situación bastante ventajosa, si sabía jugar sus cartas correctamente. Aunque para eso, necesitaba hablar con el rey en persona, y no con el pobre diablo que Su Majestad destinara para recibir a su comitiva y a sus supuestas pláticas de paz.

Por eso su primera acción ese día había sido ponerse sus mejores galas y encontrar la ubicación de los aposentos reales, cosa que no había sido muy difícil. Los sirvientes que le habían dejado a su servicio parecían más que felices de conversar con el extranjero recién llegado.

Si la distribución del lugar guardaba algún parecido con el palacio real de Gérolstein, la habitación del monarca debía de situarse al final de una serie de salones que servían para los superfluos protocolos de la corte.

Rodaerick comprobó con satisfacción que estaba en lo cierto. No obstante, mientras que en Gérolstein los salones estaban establecidos en una línea recta que avanzaba de oeste a este, en el Promesa de Sangre éstos seguían una extraña distribución en espiral. Estaba a punto de atravesar el tercero, una sala llena de objetos musicales, cuando una voz a sus espaldas lo detuvo en ciernes.

—Su Excelencia está ocupado y no recibe visitantes por el momento.

Dándose la vuelta para encarar a la dueña de la voz, se encontró con una hermosa mujer que leía tranquilamente en un sillón alargado. Era una joven dama de la más alta alcurnia, el extraordinario brillo de sus joyas no dejaba lugar a dudas. Se había dirigido a él sin ni siquiera mirarlo, como alguien tan acostumbrado a reñir a un perro desobediente que no necesita verlo para saber que está haciendo algo mal.

Pocas cosas lograban tomar por sorpresa a Rodaerick, pero él hubiera jurado por todos los dioses que esa mujer no se encontraba allí cuando él había entrado, o la hubiera visto. Era imposible que hubiera permanecido tan callada y quieta como para pasar frente a ella sin haber notado su presencia.

Se trataba sin lugar a dudas de una de las amantes del rey. ¿Quién más podría reposar tan despreocupadamente en los aposentos privados del hombre más importante del reino?

Aunque no cabía duda que Su Majestad sabía elegir a sus acompañantes. Si algo tenía que admitir, era que la mujer era preciosa, y reposaba sobre el sillón con la misma gracia y delicadeza de una reina.

Lamentablemente, este no era el momento para perder el tiempo observando concubinas. Tenía cosas más importantes que hacer.

—Mi nombre es Rodaerick Albourne, y tengo un mensaje urgente para Su Majestad de parte del reino del Gérolstein. Ahora, si me disculpa, procederé a entregárselo —dijo Rodaerick.

—Acepto sus disculpas. Lamentablemente, aún así no puedo permitir que entre ahí —por primera vez ella se dignó a separar los ojos de su lectura para verlo. Una sonrisa bailaba en sus labios, pero su tono era inflexible.

—El futuro de dos naciones puede estar en juego —declaró Rodaerick. Y lo último que necesitamos es a una mujer metiendo sus narices donde no le importa, le hubiera gustado añadir.

La mujer se puso de pie hasta colocarse frente a él.

—Me gustaría saber cuál parte fue la que no entendió, para poder explicársela. ¿Fue Su Excelencia está ocupado, o no recibe visitantes? —replicó ella calmadamente.

La Corte de los SecretosWhere stories live. Discover now