Glovo no

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Inés vivía en un piso cerca del centro de Barcelona. No les llevó mucho tiempo llegar allí. El viaje había sigo bastante agradable pese a que apenas intercambiaron palabra. Iban en silencio en la furgoneta que había traído a Inés al plató. Estaba atardeciendo y aquella ciudad le estaba pareciendo más bella que nunca. Quería sonreír, pero se contuvo. Probablemente ya estuviese dando demasiado de sí y aún ni habían llegado.

Apreció las vistas una vez más antes de entrar en el edificio de Inés. Esta vez sí sonrió, porque nadie la estaba mirando, o al menos eso asumió ella.

-Me vas a tener que disculpar, pero tengo todo un poco patas arriba. Me dio por renovar un poco la casa y aún no he terminado y tengo muchas cosas en cajas- se disculpó Inés.

-No te preocupes, mujer. Tendrías que ver mi piso, ¡parece una jungla!- soltó Irene, sin pensar.

Inés no dijo nada, pero por la cara que puso se notaba que se había dado cuenta de que ya no vivía en el chalet, pero sabía que Pablo sí lo hacía. Aún así, no hizo preguntas. Irene se lo agradeció en silencio.

Subieron por las escaleras al tercer piso. Le sorprendió que no tuviese ni ascensor su edificio.

-Espero que no te importe caminar. A mí me gusta, nunca viene mal para calentar antes de salir a correr o para hacer culo- dijo la catalana antes de guiñarle un ojo.

Irene usó todas sus fuerzas y más aún que ni tenía para resistirse y no comprobar el efecto que habían tenido esas escaleras en aquella parte de su cuerpo. "No seas así, Irene. Eres mejor que eso" se repitió varias veces. No tardó en sentirse mal por pensar como el típico machirulo.

-Era broma, mujer. Si te hubieses visto la cara.- dijo Inés entre risas al ver su reacción. -Perdona Irene, me estoy tomando muchas confianzas contigo y apenas nos conocemos. Lo siento.- siguió la andaluza, esta vez más seria.

-¡No te preocupes, Inés! De verdad. No me molestó, simplemente tenía la cabeza en otro sitio... - aclaró Irene.

Irene era la psicóloga pero era Inés la que la estaba calando desde el minuto cero. Iba a ser una noche tan larga que ni el invierno en Juego de Tronos.

Por fin llegaron a su planta. A Montero le había costado un poco, hacía mucho que no hacía más ejercicio que correr al trabajo de vez en cuando.

El piso era bastante grande, aunque ni de lejos tan pijo como Irene se habría imaginado. Aunque tampoco es que Irene le hubiese dedicado mucho tiempo a eso en su cabeza. Pero tampoco le había estado dedicando mucho tiempo a aquella mujer hasta ese día y allí estaba.

El hotel en el que ella se estaba quedando no estaba muy lejos de allí así que podía huir rápidamente si aquello se volvía muy incómodo.

Observó la entrada y el salón-comedor. Estaba lleno de figuras y detalles, probablemente de distintos países. A Inés debía de gustarle mucho viajar. Y al parecer guardar recuerdos físicos de ello también. Y ¿piedras? Tenía piedras raras en una pequeña vitrina en el pasillo. Qué mujer.

La jerezana era algo exagerada también. Si aquello era desorden... Su piso volvería loca a Marie Kondo. Todo estaba donde debía estar. Le daba tanta paz aquel piso que lamentaba ya el momento en el que se iba a tener que ir de allí.

­-Bueno, esta es mi casa. Benvinguda- le dijo Arrimadas tras entrar en el salón.

A Irene le gustaba mucho el catalán, quizás demasiado.

-¿Vives aquí con Xavi?- le preguntó Irene curiosa.

Inés se tensó al escuchar ese nombre, pero reaccionó rápido, aunque no tan rápido como para que Irene no lo hubiese notado. Quizás eran sus conocimientos de psicología, quizás era que casi podía notar en su espalda el peso de todo lo que llevaba encima porque conocía ese sentimiento, ese dolor. Se arrepintió enseguida de haber hecho aquella pregunta.

España entre nosotrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora