Dulce introducción al caos

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Inés le había costado la vida no darse la vuelta para mirar por última vez a la podemita. Reunió todas sus fuerzas y finalmente logró alejarse lo suficiente sin hacerlo.

La cantidad de alcohol que tenía en sangre era muy grande pero no lo suficiente para hacerla incapaz de controlarse.

¿Qué le pasaba? No sabía qué quería. ¿Qué buscaba?

Xavi y ella se habían separado hacía unas semanas, pero aún lo estaba procesando. Habían estado juntos años enteros. Los años más importantes de su vida. Había compartido con él tantos momentos... Las cosas que la habían convertido en la Inés que era.

Pero hacía mucho tiempo, demasiado, que su relación ya no funcionaba.

Dicen que le lleva a tu cerebro 21 días acostumbrarse a un cambio, pero hacía ya casi un mes que estaba sola en su piso de siempre y aún buscaba inconscientemente a Xavi en su lado de la cama y solo encontraba un hueco vacío y una almohada que empezaba a recuperar su forma original, olvidándole. Las paredes de aquel piso no iban a responder a ninguna de sus preguntas, pero sentía que la juzgaban, que guardaban cada recuerdo, cada historia vivida allí dentro tatuada en cada capa de pintura.

No acababa de acostumbrarse a tanto espacio. De repente se le hacía enorme aquel pisito.

Estaba sola, estaba muy sola. En Ciudadanos no tenía "amigos". Tenía compañeros, tenía gente que se dejaba un dineral en su carrera, tenía más apoyo político del que nunca se habría imaginado, pero no tenía amigos de verdad, no como antes.

Xavier tampoco era su amigo. Lo había sido, pero ahora solo quedaban cenizas de aquella amistad.

Quizás por eso se había comportado así con Irene.

Caminaba cada vez más rápido y empezaba a bajar el vino. No pudo evitar empezar a sentirse avergonzada por sus acciones. ¿Era eso arrepentimiento? Quizás no había pensado demasiado las cosas, por no decir nada en absoluto.

¿Qué hacía invitando a Irene Montero a su casa? Fijo que ahora la otra política iba a ir corriendo a contarle todo a los comunistas con los que se juntaba.

No, no podía pensar así. Al fin y al cabo, había sido ella la que la había invitado a su casa. Había algo en Irene que le inspiraba tanta confianza y tanta seguridad. Además de que le encantaba vacilarla.

No sabía qué podía salir de eso. ¿Quizás una amistad? ¿Podrían ser amigas dos personas tan aparentemente opuestas? Sin duda era el comienzo de algo, pero no tenía claro de qué.

Miró la hora. Era ya la 1 de la mañana y tenía que madrugar al día siguiente, tenía un evento con Albert. Aun así, se paró a ponerse los cascos y ralentizó el ritmo de su caminata. No subió mucho el volumen de la música porque seguía dándole miedo ir sola por la calle a esas horas, por muy seguro que fuese su barrio.

¿Dónde está mi lugar? Me quiero arriesgar // Aunque duela me voy sin miedo // Ya no hay vuelta atrás, hoy quiero empezar // Dime si no es mejor sin miedo

Pese a lo tarde que era, al llegar a casa no se fue directamente a dormir. Miró su móvil, esperando. ¿Qué esperaba? ¿Un mensaje de Irene? Se habían despedido media hora antes y parecía ocupada con cosas de rojos... No, seguramente no le escribiría. Habían intercambiado números durante la cena, tras la primera botella y media de vino, pero probablemente la joven ya ni recordase aquello.

Sacó su camisón favorito del cajón y fue a darse una ducha, le hacía falta. Nada le hacía sentir mejor que una buena ducha antes de dormir, o eso creía.

Cuando salió del baño, con una toalla enroscada en su cabeza y su albornoz favorito cubriendo su piel aún mojada, volvió a mirar su teléfono, otra vez, sin expectativa alguna.

España entre nosotrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora