Hetera de manual

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Inés miraba el techo de la habitación. Nada más se había tirado en la cama se había quedado frita, pero apenas unas horas más tarde se había vuelto a despertar. Era incapaz de dormir.

Sus ojos ya hacía un buen rato que se habían acostumbrado a la oscuridad y ya había estudiado cada esquina de aquella habitación mil veces.

Miró la hora que marcaba el reloj de la mesita de noche.

Eran aún las 3 y media de la mañana.

Mierda.

Se estaba comiendo demasiado la cabeza con todo lo que había pasado esa noche.

No, eso no se podía quedar así.

Se levantó de la cama. Quizás Irene estuviese despierta también.

Se planteó encender la luz, pero veía bien igual en la oscuridad y no quería molestar a la madrileña si en realidad seguía durmiendo.

Se asomó a su habitación, había dejado la puerta abierta.

—¿Irene? ¿Estás despierta?— susurró la catalana.

Se acercó más y se dio un golpe en un dedo del pie con la esquina de la cama. Tuvo que cerrar bien la boca y no gritar de dolor, no quería despertar a todo el edificio. Aunque lo que más rabia le daba era no poder soltar algún insulto para quedarse a gusto.

No veía nada pero escuchaba a alguien moverse.

—¿Tú tampoco puedes dormir?— le preguntó Montero.

Irene encendió la lámpara de su mesita de noche. La más joven estaba sentada en la cama.

Arrimadas se sentó a su lado en la cama, pero no la miraba, no era capaz de levantar la mirada del suelo.

—Quería darte otra oportunidad— le contestó Inés, mirándola a los ojos por fin.

— ¿Otra oportunidad para qué? — preguntó Irene algo perdida.

— Para no levantarte otra vez — susurró Arrimadas.

Se acercó más a Montero lentamente, para que supiese bien a qué iba, pero que pudiese levantarse otra vez si no quería nada. Aunque algo le decía que no iba a hacerlo esta vez.

— Nunca fuiste tú el problema — le susurró Irene a unos centímetros de su boca.

Instantes más tardes de pronunciar aquellas palabras, cerró por fin la distancia que había entre las dos y enredó sus manos en el pelo de la catalana mientras se perdieron en un apasionado beso.

Todo era tan perfecto... Hasta que Arrimadas sintió un intenso golpe en la barriga.

Abrió los ojos de golpe a la par que pegó un grito. ¿Qué narices era eso?

Había un perro gigante encima de ella, lamiéndole toda la cara. Estaba llena de babas de perro.

No se le podía ocurrir mejor manera de empezar el día.

—¡Theo! ¡Déjala en paz!— gritó Irene, que acababa de entrar por la puerta. — ¿Te acaba de despertar? Perdona Inés, se motiva demasiado por las mañanas—.

Vaya si la había despertado.

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Por si no quedó claro, era todo un sueño, no se besaron de verdad.

Disfrutad esto porque no va a llegar el beso que recordábais las que leísteis la versión original...

España entre nosotrasWhere stories live. Discover now