Capítulo 2: Arrebato

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Los ojos de Robin se dispararon hacia todos lados sin una respuesta clara de qué estaba sucediendo

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Los ojos de Robin se dispararon hacia todos lados sin una respuesta clara de qué estaba sucediendo. El descubrimiento de la enfermedad del almirante Callister, la reunión con sus colegas y la noche fogosa con Viena habían sucedido tal como su mente se lo había reproducido en aquel sueño. Una especie de señal del destino parecía estar acomplejando al capitán, intentando que prestara atención a cada minúsculo detalle de ese día tan especial.

Pero no había tiempo para analizar sus sueños. La realidad, tan pronto Robin pudo incorporarse, era mucho más severa de lo que podía esperarse.

-¡Levántate, Robin! ¡Tenemos que irnos ahora! -gritaba Viena intentando levantarlo del brazo. Eduard, Alexander, Morris, Jack y Doris esperaban en la puerta del camarote con sus armas en mano, listas para disparar.

-¿Qué sucede? ¡Dímelo ahora, Viena! -aulló más fuerte Robin, que intentaba con todas sus fuerzas estar al máximo de sus capacidades. Giró su cabeza y por primera vez pudo ver el cadáver de un hombre, abatido por un tiro en la cabeza.

-Confía en mí, te lo suplico. No tenemos más tiempo. Vendrán por ti -insistió la muchacha, que bajó la voz para dar una calma que Robin había perdido.

Sin más explicaciones ni palabras de por medio, Robin tomó su pistola y salió de su camarote acompañado por sus seis colegas. El piso estallaba de sonidos ensordecedores, balas impactando paredes, balas impactando cuerpos. El destructor de la Marina Real Británica parecía estar bajo ataque, y el capitán recién estaba despabilándose. No se podía imaginar un peor escenario.

Recorrieron los pasillos del subsuelo del destructor con agilidad y destreza, disparando a individuos desconocidos que por alguna razón querían acabar con cada una de sus vidas. El equipo de siete se deslizaba con ligereza y rompía con las barreras de enemigos de forma implacable. Después de años de un entrenamiento insano y horas y horas en el campo de tiro, estaban demostrando de que sus posiciones en la Marina Real Británica no eran pura coincidencia.

-¡Allí está el cuarto de pánico! Protejan al capitán -vociferó Jack ordenando a la escolta que apresurara su paso.

Unos cuantos puñados de pasos separaban al grupo de su salvoconducto. Una entrada de vidrio blindada esperaba reluciente. Tras su diseño cuatro años atrás, sería la primera vez que tendría utilidad. Los soldados esperaban que no fallara, porque de hacerlo, un ejército los estaría esperando.

El corazón de Robin palpitaba con mucha frecuencia e intensidad. La adrenalina latente, combinada con una incipiente sensación de culpa por una situación que hasta el momento lo excedía, generaba en el capitán una furia que mejor sería que permaneciera guardada.

Llegaron hasta la entrada en un santiamén. Allí estarían a salvo de lo que sea que estuviera sucediendo. Podrían evaluar sus posibilidades y actuar en represalia. Pero pensar en armar un curso de acción en medio de tiroteos enigmáticos y un ataque de procedente desconocido no sería más que un movimiento poco inteligente.

Robin arribó a la entrada primero e introdujo su dedo pulgar derecho en el lector, al mismo tiempo que un grupo de enemigos entusiastas aparecían por ambos lados a cincuenta metros. Si no entraban a ese cuarto en ese preciso instante, habrían llegado a un final sin salida. No había por donde escapar.

El sistema tardó en reconocer el pulgar de Robin, pero poco a poco la puerta comenzó a ceder, permitiendo que el grupo entrara.

Entonces Viena descubrió al voltearse que los enemigos ya estaban demasiado cerca. No habría tiempo para que la entrada volviera a cerrarse y el resto permaneciera a salvo. Entonces Viena supo que debería sacrificarse. Por Robin, por sus colegas, por la seguridad del barco. Una muerte que salvaría la de muchos. De eso se trataba.

El resto no se percató del detalle. La puerta de la salvación que les esperaba delante era más importante que chequear por una última vez si realmente podrían lograrlo. Pero ¿cómo culparlos? ¿Quién en su sano juicio, aun siendo un soldado entrenado, no sucumbiría ante la ansiedad de encontrar un refugio en una situación de extremo peligro? Ninguno era culpable.

El último en poner pie sobre el cuarto de emergencia fue Morris. Viena amagó su entrada y escapó justo a tiempo que se cerró por completo. Sus colegas, mediante el vidrio blindado que permitía una visión completa de ambos lados, gritaron del horror.

Viena los observó como pidiendo perdón. Contempló a sus colegas fijando esos penetradores ojos verdes que tanto la caracterizaban, y meneó su melena mientras les hacía un ademán de despedida.

El primer disparo que recibió fue en su hombro, causando que retrocediera y chocara con el vidrio blindado. De ahí en más, solo los cinco enemigos que tenía enfrente notaron como la mirada de su rival cambió por completo, adoptando una posición de ira despiadada.

-Vengan, amores míos -dijo Viena con un goce notable, sacudiendo su fusil con energía.

La contramaestre comenzó a disparar sin piedad ante la línea de cinco que tenía delante de ella, esquivando los disparos como podía y protegiéndose con unas columnas laterales que eran su único resguardo. En un primer ataque logró eliminar a uno de los soldados que se aproximaban con un disparo limpio a unos centímetros del corazón. Cuatro más le esperaban, y a Viena solo le quedaba un cargador.

Robin luchaba con el sistema para intentar reabrir la puerta sin éxito. Una configuración le impedía volver a iniciar el proceso en al menos otra media hora. No podían salvarla, y estaban destinados a verla morir.

El hombro de Viena sangraba. La bala había entrado y salido, y solo la adrenalina del momento le permitía sostener su fusil con firmeza. Sabiendo que sus posibilidades de salir de aquella situación viva eran prácticamente nulas, Viena dio un salto de fe y repuso su ultimo cargador. Inspiró hondo, y recordó cómo Tokio de "La casa de papel" gritó y gritó mientras dejaba su último aliento en los objetivos.

Así mató a todos los atacantes, que tardaron en reaccionar, pero acabaron por finiquitar a Viena en una melodía aterradora de disparos. Había defendido la posición con cuerpo y alma. Ahora todo dependería de que alguien más salvara a sus amigos.

Recostó su cuerpo ensangrentado y moribundo a duras penas. Arrastrándose con un esfuerzo sobrenatural, colocó su mano sobre el vidrio blindado y vio por una última vez a Robin. El capitán lloraba sin consuelo mientras se agachaba para estar lo más cerca posible de Viena en sus últimos segundos.

-Te amo -musitó Viena apoyando su mano derecha sobre el vidrio blindado. Robin la igualó, y le dedicó una última sonrisa que no lograba compensar absolutamente nada.

Viena cerró sus ojos y su corazón dejó de palpitar. Ya no sintió más dolor. Ya no sintió absolutamente nada. Entonces Robin comenzó a recordar todo lo sucedido después de esa primera noche de amor. Las salidas después de medianoche, las miradas furtivas, el sexo apasionado y el color de sus ojos. El color de esos malditos ojos. Entonces Robin supo que también la amaba. Entonces supo que era demasiado tarde. En cuestión de minutos había perdido a su confidente y compañera. Quien se la arrebató pagará por un error muy caro.

 Quien se la arrebató pagará por un error muy caro

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Supervivientes #1 | La influencia del capitánWhere stories live. Discover now