Capítulo 3: Reconstrucción

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Robin pataleó y lloró

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Robin pataleó y lloró. Insultó al destino con cuerpo y alma. Golpeó la pared que lo separaba de Viena con una fuerza temible, causando que sus nudillos sangraran y, además, le dieran al capitán una razón más para gritar por el dolor tanto físico como emocional.

-Calma, calma -le susurró Morris a su mejor amigo, cargándoselo sobre su hombro y recostándose a su lado.

En la lejanía podían todavía escucharse disparos, gritos de batalla y posiblemente decenas de soldados que combatían contra un mal que hasta ese momento les era desconocido. Robin debía reaccionar, no por su bien, sino por el de todos.

Jack daba vueltas por el cuarto de emergencia indeciso. Observaba su entorno analizando posibilidades, pensando en el curso de acción y evaluando cuáles serían las palabras justas para salir adelante pero no pasar por insensible. En tanto, el resto de sus colegas permanecían estáticos, presos de un shock tan coherente como sensato.

-Capitán.... -Jack seguía sin convencerse-. Te necesitamos, hermano. Tu gente te necesita más que nunca.

-Más enemigos podrían encontrarnos en cualquier momento -esbozó Doris delicadamente.

Robin seguía llorando sobre el hombro de su amigo, incapaz de reaccionar. Las palabras de sus colegas se oían como ecos dispersos, prácticamente inaudibles.

-¿Qué hacemos ahora? -preguntó Eduard impaciente e inquieto, balanceando sus gigantes brazos con mucha tensión. No soportaba ver a Viena muerta, no soportaba ver a su colega quebrarse. Pero tampoco soportaba quedarse de brazos cruzados mientras todo se caía a pedazos.

Morris tomó a Robin por los hombros e hizo que se miraran cara a cara. El capitán tenía el rostro tan demacrado que a su amigo le causó muchísimo impacto verlo así. Pero, eso no lo detendría. Tenía que ponerlo de vuelta en sus cabales.

-Te duele. Duele mucho. A todos nos duele -dijo Morris marcando una pausa momentánea para mirar de reojo al cuerpo de Viena-. Muéstrales a todos de qué estás hecho, pruébanos que eres merecedor de tu título, y cuando la tormenta haya quedado atrás, podrás llorar todo lo que haga falta. Yo estaré ahí para apoyarte.

Morris había hecho su mejor esfuerzo. Frunció el ceño intentando descifrar la posible respuesta de su amigo mientras esperaba en silencio.

-Hagámoslo.

Robin se secó las lágrimas, inspiró bien hondo y se puso de pie como un boxeador que acababa de caer sobre la lona pero que no se rendiría. Su expresión cambió radicalmente: el capitán duro de roer había vuelto.

Morris se sintió aliviado. Las palabras motivacionales le habían costado un esfuerzo enorme, pero valieron la pena. Para alguien tan reservado, lo que acababa de hacer era un verdadero logro personal.

-Jack, dame un parte de lo que sabemos -pidió Robin, terminado de recuperar la compostura.

-Comencé a escuchar disparos y gritos en mitad de la noche, entonces salí de mi camarote despavorido y allí me encontré con el resto que parecía totalmente desorientado. Corrimos hacia ti lo más rápido que pudimos, temiendo que estuvieras en peligro. En los pasillos se olía sangre, y varios de los nuestros se disparaban unos a otros sin parar. Entonces entramos a tu dormitorio justo antes de que uno de los hostiles te cortara la garganta.

-No puedo entenderlo, ¿dices que nuestra propia tripulación se estaba reventando a balazos? ¿Cómo eso tiene algún tipo de sentido? -Robin se enfurecía más con cada palabra que salía de su boca.

-No lo tiene, capitán. Nada de esto tiene sentido -replicó Doris rápidamente, intentando mostrar una compasión sensata.

-También han cortado nuestras comunicaciones. Han querido frenar cualquier tipo de posibilidad de contraataque. Esto ha estado bien planeado, señor -dijo Jack, terminando de dar su parte.

Robin respaldó su cuerpo contra una larga mesa que había detrás. Acarició el collar que caía por su cuello con sutileza, buscando una solución inmediata.

-¿Cuáles son sus órdenes, capitán? -preguntó Eduard solemne, apretando los puños con fuerza.

-Tenemos que llamar al almirante Callister. El centro de operaciones tiene que estar al tanto de nuestra situación de inmediato.

-Han cortado nuestras comunicaciones -repitió Alexander a su tan propia bajita voz. Era la primera vez que se lo escuchaba.

-Tenemos el teléfono satelital a nuestro alcance, contramaestre. Concéntrese, por favor -replicó Jack furioso ante el despiste de uno de sus soldados. Alexander bajó la cabeza con vergüenza, alentando su tan particular introversión.

El teniente Jack tomó el teléfono satelital que permanecía en una caja fuerte en el extremo izquierdo de la sala. Introdujo el código de seguridad, tomó el teléfono y luego marcó el número del centro de operaciones.

-Si quieres vivir, cancela esa llamada de inmediato.

La voz sorprendió al equipo de Robin de tal forma que todos temblaron del susto por un segundo. Estaban tan compenetrados en sus cosas que no vieron que detrás de ellos un grupo de desconocidos se aproximaba a paso firme.

Tras el panel de vidrio que los separaba, una mujer pelirroja vestida de negro con una etiqueta que decía "Marcela" y otros siete hombres armados los esperaban con miradas penetrantes.

-¿Por qué habría de hacer eso? -contestó Robin, dudando. La llamada ya se había iniciado, pero si el capitán no brindaba el código clave a su interlocutor, en nada podría ayudar ese teléfono satelital.

-Tu navío es tierra de infiltrados. La mitad de tu tripulación es una farsa, y créeme cuando te lo digo, vienen por ti, Robin. Vienen por ti. -La líder parecía estar muy segura de sí misma. El capitán se sorprendió, ¡la desconocida también sabía su nombre!

-No pensarás que soy tan estúpido como para creerme lo que me dices, ¿verdad? No tengo por qué confiar en ti.

-Capitán, debemos dejar de perder el tiempo. Necesitamos ayuda de verdad -se apuró a decir Jack, viendo que la situación consistía en una jugada muy poco inteligente.

-¿Quieres confiar en mí? Pues dame un segundo.

La líder sacó un teléfono de su bolsillo, presionó un par de botones e inició lo que parecía ser una videollamada. Robin no sabía que esperar.

-Como un lirio al amanecer te cuidaré, mi pequeño bebé... -comenzó a recitar una dulce y conocida voz.

 -comenzó a recitar una dulce y conocida voz

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Supervivientes #1 | La influencia del capitánWhere stories live. Discover now