Cuando Alvana experimenta su primer corazón roto y la peor humillación de su vida gracias a Damián. Decide que es momento de huir a la capital de Elavec. Deseando evitar todo lo que la relacione con su pasado.
Lo que ella no esperaba es que su deci...
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Aunque mis planes fueron interrumpidos, logré mi ansiado baño luego de mostrarle su habitación al nuevo voluntario. Me parecía curioso como había cambiado su actitud altanera, a una tímida mientras le explicaba cómo ubicarse por los pasillos.
—¿Y los encargados? —Había preguntado, extrañado de no tener una presentación formal.
Me encogí de hombros. —Seguro verás a Tania y Adrián en la cena, en el día todos estamos ocupados.
No había dicho nada más, pero tampoco le di mucho tiempo, dejándolo solo en su habitación mientras me iba a la mía.
No tenía ánimos de conversar con él, o con nadie mejor dicho, estaba cansada, hambrienta y también un poco triste. Era imposible no pensar en mi hogar de vez en cuando, tal vez el hecho de que alguien nuevo haya venido de voluntario me recordaba mi primera vez aquí. Huyendo, huyendo durante dos años, tratando de superar algo que no dejaba de encerrar en un cajón en el fondo de mi mente.
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A la hora de la cena camino mas relajada a la cocina, la comida de Tania siempre logra animarme, el sonido de los pájaros ahora es reemplazado por el de los grillos y el silencio de la noche.
Sin duda una de las cosas que me convenció de quedarme en la quinta de los Rosales fue el ambiente, pues me encontré enamorándome de cada espacio y de la calma que lo acompañaba.
El sonido estruendoso me hace detener el paso apenas me acerco al marco de la sala. Tania está apoyada de la isla de cerámica y la tapa de una olla yace en el piso de madera.
—¡Tania! ¿Estás bien?
Corro hacia ella tomándola del brazo, asiente pero se nota lo pálida que está, con el cucharón aún en la mano y el delantal con ilustraciones de tacitas.
—Solo fue un mareo, Alvanita.
—Un mareo solamente no te pone así. Ven, siéntate, por favor. —Suelta un bufido pero se deja guiar hasta las sillas, lleno un vaso con agua y se lo entrego mientras recojo la tapa que se cayó.
—No tienes que exagerar, estoy perfectamente.
Miro mal a la pelinegra. —Tania es que eres una testaruda, debes de ir al médico pronto, últimamente te pasa esto mucho.