Capítulo 16

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Sinceramente, estoy muy feliz de no estar enamorado

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Sinceramente, estoy muy feliz de no estar enamorado.

Primero porque Inar y Alvana hacen que se vea como una tragedia dramática insuperable. Y segundo, porque así me evito todas las complicaciones de: "¿Será que le gusto? ¿Cómo lo averiguo? ¿Qué será de mí?" Y sigue la lista larga de preguntas estúpidas.

Tadeo Santorini, es un hombre libre de relaciones y molestias. Sí, señor.

Mis pensamientos se reafirman cuando camino hacia la puerta del cuarto de Inar y toco dos veces. Al oír su voz a través de la madera con la frase: "Vete, Tadeo" entiendo que esa es mi clave para entrar muy enérgico.

El pelinegro está tirado boca abajo en la cama de una plaza, con el tedioso juego de cama verde manzana tapándole la cabeza. Creo que también abraza una almohada pero por la posición no estoy seguro.

—Levántate imagen andante de la depresión, por si lo has olvidado tenemos que buscar a los Rosales en el hospital, seguro ya tienen los resultados.

Con un jadeo se remueve en el colchón. —­­Ve tú, Tadeo. No quiero moverme.

Hago ruido con la suela de mis zapatos en el piso, dejando en claro mi impaciencia.

—¿Entonces las cosas están así? ¿Ella te besa y tú te rindes?

Inar se levanta de sopetón, sentándose en la cama. —¿¡Rendirme!? En lo que llegó el larguiducho aquel, Alvana se olvidó de que existía, Tadeo. Puedo parecer el rey del drama para ti, pero tengo claro que cualquier cosa que haga será inútil porque ella lo sigue queriendo y yo no puedo luchar contra eso.

No hago más que respirar profundo, puedo sentir el dolor de Inar a través de sus palabras, y por primera vez siento un poco de rabia hacia la casi-pelirroja.

—Hey, no pienso dejarte aquí solo ni de chiste, te espero en la camioneta.

Creo oír un resoplido pero luego se levanta por completo. —¿Él sigue aquí?

Me giro interrumpiendo mi paso hacia la salida para darle una mirada. —Si por "él" —Hago comillas con mis dedos. —Te refieres al ex novio de la chica que te tiene así, sí, sigue aquí, con Alvana en los establos.

Por la mirada de Inar, imagino que me está matando en su mente. —Gracias por la sal, no era necesario echarla en la herida.

—Bien, lo siento hermano, de verdad pero ¿Quieres que te diga algo? ¿Por qué pregunto? ¡Claro que quieres oír mis maravillosos consejos! Ven, vamos. —Mantengo la puerta abierta y le invito a salir, en cuanto estamos fuera le sonrío.

...—Desde ahora Alvana no te importará,
aún si lo hace, hoy te demostró que no ha superado al imbécil que entra como si fuese dueño de todo. Así que tú, mi amigo. —Coloco mi dedo índice en su pecho y frunce el ceño. —La tratarás con la misma indiferencia.

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