Capítulo 18

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El camino al restaurante se me había hecho demasiado corto, pues las miradas del voluntario rubio eran demasiado excitantes, no era esto lo que tenía en mente al venir de visita, pero ciertamente no me estaba quejando en absoluto

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El camino al restaurante se me había hecho demasiado corto, pues las miradas del voluntario rubio eran demasiado excitantes, no era esto lo que tenía en mente al venir de visita, pero ciertamente no me estaba quejando en absoluto.

Aunque mis tíos parecían pensativos, les adjudicaba ese pensamiento al pelinegro que había declinado la comida. Aparentemente llegué en medio de un drama que nadie me ha explicado todavía.

El local de comida estaba algo apartado pero era precioso, desde afuera parecía una cabañita, casi una casa de no ser por los ventanales clásicos de comercio, había una bandera de Italia en lo alto del techo, apenas ondeándose con la brisa de la noche, y varias luces que lucían como luciérnagas.

Tadeo, el voluntario rubio me abrió la puerta incluso del auto antes de que pudiera incluso pestañear, le ofrecí una sonrisa, sonrojada por como me veía tía Tania.

Me avergonzaba recibir tanta atención, no estaba acostumbrada, pero era como si él, desde que me había visto, no quería otra cosa más que dármelas.

El olor era maravilloso dentro, y habían varias mesas repletas de personas que disfrutaban con caras felices la comida. Amaba lo increíble que lucía todo, y los tonos marrones de diferentes piezas de madera.

Tomamos asiento en una mesita cerca de la ventana trasera, podíamos ver la luna llena y le reflejo del campo en un extremo. Amaba venir a Elavec por sus paisajes. Aún más a la capital, es como si la ciudad de mis sueños cobrara vida.

Pronto estábamos ordenado pastas y pizzas, pan siciliano con mantequilla y ajo, vino tinto y muchos quesos de la carta. Tania alegaba que teníamos que probar todo para ella recrearlo en la cocina.

—¡Tadeo! ¡Cierto que tú eres italiano! Estarás cansado de estas comidas. —Soltó la mujer.

Abro bastante los ojos, recordando el apellido de antes Santorini, él se encoge de hombros con una sonrisa juguetona. Toda su apariencia grita coquetería.

—Nunca podría cansarme de la comida italiana.

Ellos ríen pero le miro intrigada. —¿De que parte eres? —Tadeo me mira fijamente y noto el hoyuelo que se marca en su mejilla.

Tomo un sorbo de agua, y su mirada se dirige a mis labios. ¿Qué está pasando?

—Verona. —Contesta. —¿Y tu Nathaly? De dónde vienes.

De pronto siento la garganta seca aún cuando acabo de hidratarla, cualquier respuesta se retrasa en mi mente porque podía sentir la insinuación en su pregunta. De dónde vienes o mejor dicho a dónde vas.

Adrián carraspea y es que salgo de mi trance viendo como mi tío nos observa con cejas alzadas. Su esposa es quien ríe juntando las manos. —¡Ah, ahí viene la comida!

Los platos son colocados frente a nosotros y es que trato de concentrarme en la comida y no en el rubio. 

La cena transcurre entre risas y sonidos placenteros de la divinidad de los alimentos, me duele el estómago de reírme por los chistes del voluntario y las anécdotas de mis tíos. Por encima les platico de mamá y de como están las cosas fuera de Olympia.

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