Capítulo 11

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Vale, he quedado en blanco

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Vale, he quedado en blanco.

Ahora no sé qué mierda decir.

Y estoy usando malas palabras.

También hablando en mi mente como si eso fuese de ayuda.

Pero...

¡Mierda! otra vez.

—¿Tu prometido?

Hace una mueca. —Ex...

—Ex prometido. —Corrijo.

Ella asiente lentamente, creo que reconoce que me ha dejado pasmado y no es para menos. No esperaba algo de este tipo, tal vez una mala relación, un evento desafortunado pero ¿Matrimonio? no era una palabra que cruzara mi mente.

De todo lo que pude haberle preguntado me decanto por:—¿Cuántos años tienes?

Ella frunce el ceño, extrañada. —Veintidós ¿Por?

A mis casi veinticuatro años no he pensando ni una vez en el matrimonio, y aunque se de personas más jóvenes que se han casado, me parece bastante pronto.

Mi cara debe revelar mi desconcierto y exageración porque Alvana me señala como si ya hubiese leído mi mente.

—¡Ah! Ya entiendo, no puedes creer que estuve comprometida siendo tan joven...Si, en parte eso también fue estúpido. Aunque hay miles de matrimonios jóvenes que le van estupendo. —Suspira, aferrándose a la taza en su regazo.

... —Supongo que en mi caso, yo lo amaba demasiado como para analizar el hecho de que era muy joven y que él no me quería ni la mitad de lo que yo sí.

No me asombra su sinceridad, algo que he notado de la pelirroja es su facilidad para decir la verdad hasta en temas que acomplejarían a cualquiera.

Al verlo desde su punto de vista, puedo entenderla. Sé que de haber contado con el tiempo, probablemente le hubiese pedido a Lizzy que se casara conmigo. Aun así la comparación me desconcierta, yo nunca hubiese dañado a Lizzy.

Necesito saber qué fue lo que paso, y no por curioso sino porque Alvana abriéndose emocionalmente no era lo que esperaba y ahora solo quiero escucharla.

—Es una historia larga de contar la verdad.

Enarco una ceja, bien ahora estoy pensando en voz alta.

—¿Él rompió el compromiso? —Se que me he pasado de imprudente a penas las palabras abandonan mis labios pero ella solo asiente
y baja la vista, posándola en su regazo donde descansa su muñeca y el brazalete de plata que parece nunca quitarse.

Me doy cuenta de que parte de su mente viaja a un lugar doloroso.

—Sí, fue él. Lo hizo a una hora antes de casarnos en realidad.

Nunca he sido alguien violento pero la necesidad de romperle la cara a ese desconocido increíblemente aumenta.

Aquí estoy, llámenme Rocky.

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