28.

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— Dongsook. — La voz de su madre resonó en sus oídos mientras ella masticaba el último bocado de su cena.

Estaban los cuatro, su padre, madre, hermano y ella, sentados en la mesa. En aquél entonces, tenían 7 años.

— ¿Sí? — Preguntó luego de tragar.

— Cuando todos acaben lava los platos y sécalos, por favor. — La mujer se puso de pie, dejando los cubiertos dentro del plato donde aún quedaba un poco de comida. — Hoy no me siento bien como para hacerlo yo.

Dongsook asintió enérgicamente para luego tomar dos tragos de agua.

Una vez que todos hubiesen terminado, ella acercó al lavabo la banqueta en la que solía pararse para ganar un poco de altura y llegar con mayor comodidad a la bacha, y abrió la canilla del agua caliente. Mientras atemperaba el agua para no quemarse, Donghyuck iba acercándole los platos y cubiertos. Una vez que todo estuviese acomodado, Dongsook procedió a comenzar a lavarlos.

Una vez que los trastes estuviesen relucientes y sin una gota de aceite o grasa, comenzó a secarlos y colocarlos en su lugar. Pero un paso en falso mientras se estiraba para acomodar un plato en el secador — para que se seque por completo en la noche — la hizo caer de la banqueta con el cuenco en mano. Por consecuente, su tobillo se dobló, su rodilla se raspó, y el plato quedó hecho añicos en el suelo.

— ¡¿Qué mierda fue eso?! — Gritó su padre al oír el estrepitoso sonido.

Donghyuck levantó a su hermana rápidamente del suelo, pero no logró alejarla de la escena antes de que su padre entrase a la cocina pateando la puerta.

— Papi... — Musitó ella en cuanto su padre posó un pie en la sala.

— ¡Eres una inútil! ¡Lo único que se te pidió es que los lavases y secases, y vas y los rompes! — Gritaba mientras avanzaba en la habitación. Una vez junto a ella, la tomó el brazo con fuerza. — ¿Qué se supone que tengo que hacer contigo?

— Pero si se me ha caído a mí. — Gesticuló Donghyuck, interponiéndose entre Dongsook y su padre.

El hombre no era idiota. La rodilla de Dongsook estaba sangrando, y era a ella a quien se le había dado la tarea de lavar y secar los platos. Era obvio que quien había roto aquél traste era Dongsook, no Donghyuck.

Pero decidió hacerle caso a Donghyuck.

— Estás castigado. — Sentenció el hombre, soltando a Dongsook y tomándolo a él por el antebrazo. — Vendrás conmigo. — Dijo mientras lo arrastraba afuera de la sala.

Dongsook, presa del miedo, no pudo decir ni "A". Ni siquiera cuando Donghyuck giró a mirarla y le sonrió, moviendo los labios al decir "Está bien" en mute. Ni siquiera cuando oyó los dos golpes secos de la mano de su padre contra alguna parte del cuerpo de su hermano. Tampoco dijo nada cuando él, luego de media hora, entró a la habitación que en ese entonces compartían cojeando y se acostó sin decir nada. Y mucho menos dijo algo cuando lo oyó sollozar hasta quedarse dormido intentando hacer el menor ruido posible.

Y ya estaba harta de quedarse callada.

Se detuvo en seco al pisar el penúltimo escalón. Por algún motivo, los recuerdos de aquél día habían llegado a su memoria como misiles, quemándole en la culpa y haciendo que un gran sentimiento de impotencia crezca dentro de ella.

— Si le pones una mano encima, la próxima vez que veas a tus hijos va a ser frente a un jurado. — Oyó la voz de su abuela, firme.

— Vaya y muérase ya, vieja de mierda. Nunca la soporté. — Le dijo su padre a su suegra. La mujer no expresó ni un ápice de indignación, ni en la voz, ni en el rostro.

GENDER BENDERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora