La rutinaria vida

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La alarma sonó y sonó, hasta que paró y me di cuenta de que llegaría tarde al trabajo. Me levanté de golpe de la cama, atendí mi higiene personal y cambié mis ropas rápidamente. Fui a la cocina, abrí una lata de comida y la serví en el plato del gato. Tomé una manzana y mi maletín, salí apresurado del departamento comiéndola. Detrás de mí se quedó el ruido de la bisagra oxidada de la puerta. Lloviznaba en la ciudad. No llevaba paraguas, así que utilicé el maletín para resguardarme de la lluvia. Corrí hasta la parada del camión, en suspiros anhelé porque mi día terminara pronto.

—¡Te esfumarás entre suspiros! —dijo una voz femenina alegre.

Escuché las gotas de la lluvia chocar en el nailon de un paraguas. Por un momento me perdí en ver las gotas caer en el pavimento. Enfoqué mi mirada en la persona que se acercó a mí.

—Lila, buenos días... —saludé desganado.

—René, te ves desvelado —dijo en un tono de regaño.

—Lo estoy —afirmé agotado.

—Yo también me desvelé, con mi esposo, vimos una temporada de Mujeres Encarceladas. ¿Ya la viste?

—No. —Negué con la cabeza.

—Deberías. Es buenísima. Hay una chica que se enamoró del guardia y hacen cositas a escondidas —dijo y soltó una risita pícara—. El problema es que se embarazó y, pues, es una cárcel de mujeres. ¿Cómo le harán? Ya quiero ver lo que sucede. Ojalá termine pronto el día.

Lila era una compañera del trabajo, una mujer habladora, bonachona, apasionada por comer muchas donas y cafés azucarados. Era buena persona, trabajaba duro para comprarle todos los caprichos a sus dos hijos adolescentes.

—Tal vez me dé un tiempo para verla. —Sonreí forzado.

Nadie sabía de mi secreto, lo que hacía después de que me quitaba el traje. Me iba a tocar en lugares públicos con mi guitarra. No me daba tiempo para ver series y hacer cosas más normales.

—¿Y, sí saldrás con Clara? —Lila me clavó su deslumbrante mirada azulada enmarcada por párpados caídos.

—¿Quién es Clara? —pregunté perdido en mis recuerdos.

Intenté memorizar los rostros de mis compañeros y sus nombres, pero solo vi gente con cabeza de pollo.

—Pues la güerita que seguido te hace plática. Pensé que ya eran novios. ¿Para cuándo te casas y los hijos? ¿No quieres conocer a tu sangre? ¿Quién te va a cuidar de viejito? —atacó con preguntas.

—Oh, ahí viene el camión —dije cambiando el tema.

—Ay, sí. —Echó un vistazo—. No, no hay nada —cruzó los brazos, enojada—. ¿Entonces?

—¿Sí? —pregunté fingiendo no saber.

—¿Para cuándo los hijos?

—Tengo veintitrés.

—¿Y qué? ¿Te sientes muy joven?

—No...

—En mi rancho tenemos los niños a los quince años de edad. En lugar de ser papá, serás abuelito. Qué bárbaro —comentó con una entonación exagerada.

—¿Qué tanto me recomiendas la serie? —intenté cambiar el tema.

—Mucho, verás... Ah, mira. Ahora sí viene el camión —dijo feliz Lila.

Subí al camión, me senté junto con Lila. Ella me habló de la serie en todo el trayecto al trabajo.

Al llegar a las oficinas donde trabajaba, no vi más que pollos. Yo también era un pollo. Pasé mi tarjeta de empleado, tomé el elevador, llegué al sexto piso. Entré a los cubículos y fui al que me pertenecía. Me senté desganado, me coloqué mis lentes y prendí la computadora, la cual hizo un sonido forzado. Esa era mi rutina de lunes a viernes. Por un instante, en búsqueda de libertad, eché un vistazo a los ventanales que daba vista a la ciudad y al cielo. Me encontré con más edificios coexistiendo con las nubes. Suspiré.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Where stories live. Discover now