Dulce hogar

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Alterado y agitado, tomaba bocanadas de aire. La piel me ardía y la nieve se tiñó de la sangre que brotaba de mis heridas. No miraba con claridad y el frío cruel me incapacitó para razonar con la normalidad de siempre. Frente de mí yacía Charlotte. Se abrazaba a sí misma, con la mirada ida, los labios azules y ojeras marcadas. Temblaba de frío, no tenía noción de nada. La verdad que descubrí me quitó la poca humanidad que poseía. Lo que había en el fondo del lago, literal, era un infierno.

Todo comenzó cuando llegamos al pueblo, le indiqué a Saúl como llegar a mi hogar. Mientras avanzaba el vehículo, me envolví en el pasado. No quería regresar y algo dentro de mí me alertaba. No tenía ganas de mirar el pasado y enfrentar a mis demonios. Charlotte y Saúl se sorprendieron al ver el hogar dónde me críe. Yo también. No lo recordaba tan ostentoso y grande. Para mí, el niño sumiso, no existía realmente nada.

Flotaba en lugar de caminar. Miraba, pero no observaba. Escuchaba, pero no oía. Obedecía, pero no entendía. El mundo donde nací era desconocido para mí. Desde mi burbuja únicamente vi mentiras. El ama de llaves, la mujer que me cuidó en mi infancia, nos recibió. Ninguna emoción se cruzó por su moribundo rostro de palidez cadavérica. Ella se limitaba hacer su trabajo y no más, no ponía sentimientos en nada. Nos dio una breve bienvenida y me aclaró, con cierta amargura en su entonación, que mi padre no podía recibirme por el momento. Busqué en sus ojos señales de vida, la pobre era como una momia y hasta caminaba un poco rígida.

Nos guío a las habitaciones. La iluminación en el interior de la mansión era de un amarillo intenso y sofocante que no ofrecía calidez. Suspiré. Caminé con la maleta en mis manos. Sentí mucho calor y mi corazón se agitó. El suelo crujió en mi andar, me pareció escuchar pequeños chillidos en cada paso que di. Charlotte se enganchó a mi brazo, ella también se encontraba alterada.

—Parece que en cualquier momento nos va a saltar un fantasma —dijo, burlón, Saúl.

—Los fantasmas son energías estancadas y algunos son muy rencorosos —soltó con amargura el ama de llaves.

—Usted parece uno —susurró Saúl—. ¿Cómo era Renatus de niño? —Alcanzó al ama de llaves y caminó a su paso.

—Un niño normal —respondió tajante.

—¿Tiene fotos de él? Me gustaría verlas.

—Tiene mucho interés en el joven —Echó un vistazo de reojo a Saúl—. Debe ser usted el que lo deshonró —dijo sin inmutarse.

—¿Deshonrar? —Saúl alzó una ceja, sorprendido.

No respondió. Nos llevó hasta el tercer piso, donde un pasillo largo daba vista a puertas de madera sin gracia, alguna más por su respectivo picaporte. Nos asignó una habitación para cada uno. Pregunté por la mía, la que tenía cuando vivía ahí. Dijo que fue eliminada.

Teníamos miedo, en el ambiente no se percibía tranquilidad. Decidimos juntarnos en una habitación. Eran grandes y, aparte de una cama matrimonial, había un cómodo diván para dormir. No me sentí para nada en casa. Saúl revisó la habitación donde nos juntamos y se quedó embobado con la pintura de un demonio.

Al verla, recordé mis pesadillas. Era el mismo demonio que solía presentarse en estas. Ahí estaba. Pisoteando los tulipanes carmesí con sus patas de carnero, el corazón visible, cubierto de raíces podridas, presumiendo la enorme cornamenta como si fuera una corona. Su cabeza de hueso, los ojos de flama y la piel le colgaba, todo era horrible. Inocentemente justifiqué mis pesadillas con la pintura, supuse que la vi de niño y me impactó.

Atendimos nuestra higiene y cambiamos de ropa, a una más abrigadas. Por invitación del ama de llaves, bajamos al comedor. Al tomar lugar en el alargado comedor, los empleados nos sirvieron comida. Eran jóvenes albinos, de rostros proporcionados y alargados, flacuchos y ropas negras. No había vida en sus expresiones y miradas gélidas. Los rodeaba una aura tensa, como si un estricto padre les hubiera regañado toda su vida. No recordé haberlos visto antes por la casa. Comimos abrazando el silencio, era incómodo hasta hacer ruido con los cubiertos. Las manijas de un reloj cucú hacían eco en el comedor. Percibí el aroma de las flores que adornaban el centro de la mesa, era un arreglo con tulipanes rojos y hierbas que no reconocí.

—Hoy inicia el festival —anunció la amargada mujer y su feo tono de voz destruyó el silencio.

—No he venido por el festival, sino a ver a mi padre. ¿Por qué no está disponible? —pregunté fastidiado.

—Su salud es delicada —justificó.

—Ahora entiendo el porqué René es como es —susurró Saúl a Charlotte.

—No me siento bien... hay algo extraño —susurró Charlotte a Saúl.

—No recuerdo que fueras así —comenté con honestidad.

—Debe ser porque te contaminaste del mundo —dijo—. Decepcionarás mucho a tu padre.

—¿Del mundo? —Fruncí el ceño—. ¿A qué te refieres?

—Eres impuro —soltó con amargura.

—¿Impuro para qué? —Fruncí el ceño, me irritó el ama de llaves y sus respuestas cortantes.

Recordé la breve nota que Dafne me dio. Un escalofrío recorrió mi piel y se quedó acompañándome, cobró presencia y tomó el lugar de mi sombra. Saúl fijó su mirada en mí. Él también estaba incómodo, al igual que Charlotte.

—Creo que deberíamos ir al festival —dijo en voz baja, domando su vozarrón.

—Sí. —Sonrió Charlotte—. Un poco de aire nos vendrá bien.

—Sí... será mejor salir —dije.

—Bien, traigan las máscaras —ordenó el ama de llaves a los sirvientes.

Los jóvenes, que también parecían cadáveres y seres inanimados, salieron de la cocina sin parpadear.

—¿Máscaras? —preguntó Saúl.

—Son las reglas, debemos respetar las reglas —dijo el ama de llaves como si fuera un robot.

No demoraron mucho los sirvientes en traer una caja. Sin mostrar ninguna emoción, la dejaron encima de la mesa. Nos levantamos y miramos el interior, había máscaras de rostros de animales realistas. Charlotte tomó animada la del gato negro, Saúl la de un zorro y yo la de un carnero. Al tenerla en mis manos, me percaté de lo pesada que era y los detalles realistas. Era un buen trabajo el del artesano detrás de las máscaras. Me quité los lentes y llevé la máscara a mi rostro, ajusté los lazos para que no cayera.

Fue agradable, pensar en ocultar la identidad que de cierta manera aborrecía. Con las máscaras y abrigos puestos, escapamos de la mansión que parecía una funeraria y de los sirvientes que parecían ser los cadáveres.

Saúl giraba su cabeza de un lado a otro, estaba maravillado con lo que presenciaba, escuché su sonrisa escapar por fuera de la máscara de zorro que lo cubría. Me giré por un momento y los observé. Miré primero a Saúl, busqué el óleo de sus ojos en las ranuras. Me gustó lo que vi, un zorro reflejando en su mirada el campo donde le gustaría correr hasta desvanecerse con el aire. Luego me fijé en Charlotte, la máscara de gato le atribuía a su persona misticismo. Como vestía casi totalmente de negro, excepto por sus rojas zapatillas, pareció casi por completo el pelaje de un minino oscuro. Ella caminaba lento, sumergida en recuerdos y perdida en el presente. Los faros de sus ojos se opacaron por la tristeza del pasado. Saúl tomó su mano y caminaron guiados a mi paso.

—Alto —pidió Charlotte—. Me gustaría pasar un lugar antes de ir al festival.

Nos detuvimos. 

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Where stories live. Discover now