Cumpleaños

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Era el cumpleaños de Charlotte. Cuando me dispuse a felicitarla, ella no se encontraba en el departamento. Había salido a pasear los perros del edificio. Desayuné un simple cereal con la compañía de Saúl, él, por vergüenza, no me miraba a los ojos. Me pareció un tanto enojado.

—No es mi culpa —dije cuando el silencio me incomodó—. Es peligroso dormir cerca de ti, piensas en mujeres cuando duermes. —Llevé la última cucharada de cereal a mi boca.

—Claro que es tu culpa —calló por un momento y frunció las cejas—. Eres un tanto afeminado —soltó sin compasión.

—¡Claro que no! —Fruncí el ceño—. Lo dices para justificarte, no soy afeminado. —Clavé, enojado, mi mirada en Saúl.

—Bueno, no tanto así. Pero sí, algo delicado. Supongo que es porque llevas la herencia del pueblo donde naciste. Te pareces un poco a Charlotte —comentó despreocupado y tomó un sorbo del café que sostenía en las manos.

—Tampoco soy delicado. —Desvié enojado mi mirada e hice un puchero.

—¿Y si engordas y haces músculos? —preguntó emocionado.

—No puedo tomarte en serio. —Suspiré—. Hablando de cosas más importantes, ¿qué tienes planeado para el cumpleaños de Charlotte?

—Pensaba en llevarla a cenar a un bonito lugar —reveló, alegre.

—¿Tú solo con ella? —pregunté pensativo.

—Bueno, no... los tres —respondió dudoso.

—Claro. —Asentí con la cabeza—. Sería peligroso dejarte a solas con ella.

—Nunca me vas a perdonar... —Hizo un puchero y me clavó una triste mirada de perro abandonado.

—No. —Reí al ver la tristeza exagerada y fingida de Saúl.

Esperamos a Charlotte para planear algo con ella. Saúl mataba el tiempo escribiendo y yo lo hacía limpiando. Pasó velozmente la mañana, llegó la hora de la comida y Charlotte no regresaba. Aburrido de esperar y hambriento, me quedé dormido en un sillón de la sala. Soñé con algo extraño y ese mismo sueño no me dejaba regresar a mi realidad.

Recuerdo en el sueño escuchar el sonido del agua ante mi andar. Era claro, al igual que las burbujas que se formaban. Me sentía sumamente pesado y a la vez ligero, era una extraña sensación. En el agua helada escasos rayos de sol pasaban, dando una tonalidad azulada al lugar. Avancé sin tener como tal el control de mi cuerpo, sin respirar y sin ahogarme. Era una marioneta. A la lejanía, entre rocas y peces grises, se vio una curiosa choza rodeada con lápidas alargadas y decoradas con hierbas que colgaban del viejo pórtico. En la puerta roja de madera se mantenía una insignia plateada, algo como un escudo, y en el picaporte decoraba un listón rojo.

De un momento a otro pasó corriendo Charlotte, me atravesó como si yo no estuviera. No me atreví a llamarla, lo ilógico coexistía con lo lógico y pensé en que si hablaba me ahogaría. Ella portaba un largo y elegante vestido negro que se ondeaba con el agua. La vi adentrarse a la casucha. Fui detrás de ella. Por un motivo que desconocía, tenía miedo y preocupación. Abrí la puerta, me encontré con una escena poco clara y difusa. El lugar se encontraba iluminado por luces que no eran velas ni bombillos, no sabía con exactitud qué eran esas luces azuladas que flotaban. Charlotte se encontraba en el centro del lugar, donde símbolos iridiscentes se extendían en el suelo.

La llamé con la fuerza de mis pensamientos. Ella estaba ida, se apreciaba ese estado en su mirada. Contemplé el vestido negro entallado que llevaba con mucho pudor y su cabello hondeándose al par de la tela satinada de su ropa. Sus ojos parecían joyas de ámbar expuestas en un reflector. Me sentí atraído por su poderosa imagen, pulcra y serena. Intenté acercarme a ella. No pude. No controlaba mis movimientos.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Where stories live. Discover now