Tres desconocidos

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—Mi amiga Charlie dice conocerte —explicó con brevedad Saúl.

Escuché las teclas de la laptop al ser tocadas por los ágiles dedos de Saúl.

—¿Tu amiga? —Incliné mi cabeza y miré la espalda firme de Saúl.

—Sí, desde hoy lo es —afirmó.

—Eso me pasa por dejar desconocidos en casa —pensé en voz alta.

Saúl me ignoró y se entregó por completo a su escrito.

—¡Espero que no te moleste, René! —gritó animada Charlotte. Salió de la cocina con un cucharón en las manos—. Pero este señor tropezó conmigo cuando venía a dejar a los perros que paseaba, me dijo que moría de hambre. Me ofrecí hacerle de comer, dijo que lo hiciera aquí, donde vive su mejor amigo. No sabía que era tu hogar —sonrió de manera enternecedora.

—Saúl, no señor —regañó Saúl.

—¡Sí, señor! —respondió mal Charlotte.

—Saúl —corrigió Saúl.

—Saúl —repitió Charlotte.

—¿No es raro ofrecerte para hacerle de comer a un desconocido? —pregunté buscando lógica a los hechos.

—Sí. —Asintió feliz Charlotte—. Pero el señor es bueno, puedo sentirlo, por eso lo hice. Sabes, él tiene una aura que trasmite confianza. No me haría nada malo —sonrió.

—Qué linda, por eso te recompensaré. —Prendió Saúl un cigarrillo.

—Señor, no fume. Eso es muy malo para sus pulmones. —Charlotte hizo un puchero.

—Debe ser un sueño —dije en voz baja lo que pensaba.

—Sí, mamá —respondió Saúl y apagó el cigarro en un cenicero que él había traído de su hogar.

—¿Cómo lograste salir y entrar? No te di llaves —pregunté perturbado.

—Saqué una copia. Le dije a un cerrajero que perdí mis llaves. —Soltó una risilla que no cuadraba con su vozarrón—. Y él me creyó, qué tonto. —Volvió Saúl al teclado.

El gato pasó de largo de mí y en un par de veces se frotó en las escuálidas piernas de Charlotte, dejando pelos blancos en sus medias negras. Miré los llamativos zapatos rojos de tacón que llevaba, era muy altos. Sonriéndome al sentir mi mirada, Charlotte regresó a la cocina acompañada del gato. Desconcertado, avancé al interior de departamento. Miré a Saúl. Él, sumergido en su laptop, escribía. No me correspondió mi mirada.

—Saúl...

—De nada —dijo sin dejar de escribir.

—¿Por qué te debo agradecer? —pregunté irritado.

—Por no dejarte solo.

—Bueno, es que tú... te tomas muchas confianzas. Apenas te conozco...

—Que nos conocemos de vidas pasadas. Deja de quejarte, me cortas la inspiración —increpó sin dejar de ver el monitor y mover sus dedos de un lado a otro en el teclado.

—La sopa está lista —avisó Charlotte con una dulce entonación.

Mientras comía en el pequeño comedor junto con Saúl y Charlotte entendí por qué ellos me agradaban. Eran tan diferentes, no luchaban por tener cabeza de pollo. Eran auténticos. El momento fue extraño, me sentía ajeno a mi hogar. Pero esa sensación era un tanto reconfortante. La sonrisa de Charlotte, las expresiones exageradas de Saúl, las bromas, su presencia; los sentí tan cercanos a mí, como familiares. Me sentí triste, no sabía con exactitud cuánto tiempo duraría ese momento tan agradable. Concentrado en la sopa, la disfruté más de lo esperado. Era sencilla. Con verduras, pasta, una pizca de hierbas y un toque de amor. Deseé por un momento desde mis adentros que Charlotte siempre pudiera cocinarme.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora