Ya no quiero ser un desconocido

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El taxista robusto manejaba concentrado. Era inexistente en ese momento. Las nubes dejaron caer el agua que contenían. Las gotas intensas chocaban en el taxi, haciendo vibrar los cristales y agitando el ambiente. En la penumbra que arrastraba la lluvia, se reflejaba en el húmedo suelo luces difusas: la de los semáforos, carros y faroles del alumbrado público. Charlotte observaba desde la ventana caer la lluvia con la emoción característica de una joven llena de ilusiones.

—¿Te gusta mucho el café? —preguntó feliz.

—Algo —respondí tajante.

—Bebiste mucho... No te dará sueño —comentó.

—Igual me cuesta dormir —dije despreocupado.

—Por eso tienes esa cara de desvelado —dijo y Sonrió.

—No, así es mi cara naturalmente.

—¿La de un chico triste y desvelado?

—Sí... —Asentí con la cabeza y crucé los brazos.

—Una canción de cuna te ayudará a dormir —murmuró.

—¿Cómo has dicho? —pregunté curioso.

—Sueños rosas, tus manitas dan color a lo que tocan, pequeño niño, has de tener que soñar, para darle vida a tus sueños, sueños rosas... —cantó Charlotte con una armoniosa voz.

Al escuchar la canción de cuna, me dio un vuelco intenso en el corazón. Era la que se presentaba en mis sueños mezclados con recuerdos de mi infancia, la que posiblemente me llegó a cantar mi madre.

—Esa canción de cuna...

—¿La conoces? —preguntó alegre—. Es famosa en mi pueblo natal.

—Sí, la conozco.

Miré por la ventana de nuevo, escapando de mi sentir. Percibí el aroma de Charlotte, se le había impregnado el olor de la cafetería: granos de café recién molidos, vainilla y canela.

—¿Qué haces viviendo en la ciudad? —pregunté cuando me incomodó el silencio.

—Forjo mi destino... —Esbozó una tierna sonrisa—. ¿Y tú?

—Escapé. —Me encogí de hombros.

—No te ves muy feliz con eso —dijo con mucha honestidad.

Fijé mi mirar en las pequeñas y delicadas manos de Charlotte. Al ver sus manos, pensé en por qué ella se esforzaba en ser feliz aun teniendo que trabajar muy duro y vivir sola en un deprimente edificio.

—No es mi objetivo... no idealizo la felicidad. Disfruto de lo que tengo y lo que hago solo. No más —repuse.

—No lo entiendo, se supone que debemos ser felices. —Intranquila, jugueteó con los dedos de su mano.

—No, como humanos tenemos muchas emociones y sentimientos. Cada una vale la pena disfrutarla a su manera. —Fijé mi mirada en el techo sucio del taxi—. Nos han enseñado mal: que está mal sentir tristeza, ira, pena, envidia, ansiedad, miedo... entre más. Pero son parte de nosotros, por muy negativas que sean. Por algo las tenemos. Es mejor fluir y aceptar como te sientes en lugar de imponerte felicidad.

Por un momento creí encontrarme fuera de lugar, hablando con una joven, en una noche triste. Definitivamente combinábamos con el clima.

Nuevamente, una campana resonando al conjunto de otra.

—No lo creo. Si acepto que estoy triste y me siento sola, me romperé —reveló Charlotte.

—¿Por qué te sientes sola? —cuestioné intrigado.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora